Cómplices

Martes, 24 de mayo de 2011

Desde el domingo estoy perplejo. Quizá sea éste el mejor resumen de mi estado de ánimo. Excepto por algunos correos electrónicos, excepto por el Twitter, es como si no pasara nada. Leo, escucho, veo y no sucede nada. Como si toda esa ola de ilusión, ese movimiento en busca de un cambio esencial en el modo de aplicar la democracia en este país, no hubiera existido, o fuera un capricho de unos pobres orates sin mejor ocupación entre ceja y ceja que molestar como una plaga de termitas o soñar, como aquellos hippies que se adornaban los cabellos con florecillas, allá en San Francisco.
No es que uno sea tan iluso como para haber imaginado que las propuestas ya hubieran cuajado en proyectos legislativos concretos. Mi ilusión no llega tan lejos. Pero no sé, me había figurado que a estas alturas algún partido político habría recogido el guante, o parte del guante, un dedo, por ejemplo, aunque fuera uno de los dedos meñiques.
Nada.
Y se entiende (al menos lo entiendo) que la fuerza vencedora se encoja de hombros y mire a otro parte, que vaya a lo suyo que es acelerar los trámites con las empresas de mudanza contratando el servicio de transporte de muebles, pues esperan ocupar el palacio de la Moncloa en pocos meses. Algunos, probablemente sueñan con comerse las uvas en sus amplias estancias. Se me hace complicado imaginarme a alguno de los jóvenes que se vieron en la Calle Génova acampando en Sol. Como se me hace difícil verme a mí mismo hacer lo propio, no voy ahora a andar con paños calientes.
Tampoco se explica mal que los perdedores tengan bastante con intentar espabilarse del noqueo en que se encuentran, mientras, al tiempo, intentan taponar una herida que amenaza con desangrarles otra vez. Aunque quizá el mejor modo de volver a tomar aire sea asomarse a la realidad. Escuchar lo que sucede.
¿Pero otros?
Otros, arrimando el ascua a su propia sardina, sólo pretenden hacer caso a una propuesta, con lo demás que sucede en nuestros días están plenamente de acuerdo.
Y uno, de natural inocente, repito, entiende mal esta tendencia al inmovilismo. Pero quizá la explicación sea muy sencillita, casi elemental. El cambio que se solicita por este movimiento de indignación sólo interesa a los ciudadanos normales y corrientes (asfixiados por el paro, la hipoteca, los contratos ridículos con sueldos más ridículos), a los pobres ciudadanos que votamos cuando suena el cascabel de ir a las urnas. Y por lo que se está viendo, ni siquiera a todos.
La inmensa mayoría de periodistas y tertulianos que alimentan el silencio de las ondas o el vacío de la hoja en blanco, si citan el fenómeno lo hacen de pasada, como una anécdota, como quien habla de un pequeño sucedido en un supermercado, pongo por caso.
De los banqueros prefiero ni hablar. Ellos son el verdadero cáncer de todo el sistema, aunque la culpa no es suya en primera instancia. Se dieron cuenta de su inmenso poder, aquel día en que un partido político tuvo que acudir a sus puertas para implorar una prórroga en la cancelación de un crédito. Esa misma prórroga que a mí me denegarían con una dulce sonrisa, tras la que asomaría la tanqueta de una amenaza de embargo –como mínimo-, se apresuran encantados de conceder a las organizaciones políticas que, en ese preciso instante, saben qué demandas son las primeras que han de atender.
Eso por no empezar a escribir política ficción (¿política ficción?) con relatos en los que el escritor se imagine (pura ficción, por supuesto, que nadie se sienta aludido) intrincadísimos laberintos por los que a cambio de algunas prebendas, lleguen finanzas tan necesarias para que haya carteles que hagan de abrazafarolas y para comprar algunas voluntades un poco remisas a acceder a según qué cosas. Ya digo, pura ficción; porque si el escritor tuviera una mente excesivamente calenturienta –cosa que a mí no me sucede, pues soy poco dado a estas fantasías- podría aderezar el guiso con un personaje especial… ¿Quizá un juez con una buena dosis de idealismo que se enfrenta a alguno de esos truhanes –imaginarios, repito- y cuando los tiene casi atrapados, se comprueba que ni la justicia es inmune a los largos dedos de la corrupción? ¿Quién se creería semejantes historias? ¿Quién en su sano juicio no admitiría que tal personaje además de un poco loco, está pagado por la facción contraria para convertir en materia carnal meros ectoplasmas fantasmales sólo vivos en su mente enfermiza?
Lo mismo es lógico todo, pues debe saber mal perder el poder. Arriesgarse a perderlo siquiera. A veces pienso que la democracia está secuestrada por los propios partidos políticos…; pero, no, qué cosas más raras me dan por pensar. Ellos siempre velando por nuestros intereses, por nuestros problemas, por el modo que tratarán de resolver los retos que cada nuevo día nos lanza…
¿Dónde han quedado esos momentos de la historia humana en la que precisamente los partidos políticos –algunos partidos políticos- y los sindicatos empuñaron banderas de solidaridad, libertad… contra quienes explotaban a los trabajadores, a las gentes más humildes, contra quienes hurtaban la libertad de expresión a un pueblo? ¿A qué se han reducido nuestros partidos políticos, en general en toda Europa? Parecen marionetas en manos de los mercados, del capital, de ese grupo anónimo de dirigentes que nadie ha elegido. Ellos son quienes nos gobiernan, realmente.
Por suerte la historia de la humanidad es imparable y por mucho que se pretendan retrasar algunas cosas, terminarán por llegar. Si no atienden a un pueblo harto, se encontrarán con algo peor ante sus narices. El hartazgo es lo que tiene, suele ser incompatible con la tranquilidad, el razonamiento y la paciencia.
Siguen llegando criaturas al mundo –hoy mismo acaba de nacer alguien muy especial para mí-. Si no se empiezan a tomar medidas con cierta prontitud, quizá cuando crezcan no les podamos sostener la mirada. Al igual que yo levanto mis ojos y tengo que abrazar con ellos el singular valor y el tremendo esfuerzo que nuestros predecesores hicieron para legarnos un mundo mucho mejor que el que ellos se encontraron, no sé si nosotros podremos hacer lo mismo con nuestros hijos. Sé que me repito, pero no me deja de repicar esta idea en mi cabeza.
A la mayoría nos pilló con el paso cambiado esta crisis. Pensábamos, los más pesimistas que era otra de las crisis habituales, algo pasajero y relativo a los ciclos económicos… Pero no. Es algo más, es mucho más profundo. Y si hasta ahora las viejas organizaciones nos servían para resolver los problemas, ha llegado la hora de renovar esas organizaciones, o tendrán que desaparecer.
Son instituciones casi marchitas. Parece que no se han dado cuenta aún, y jaleadas por sus voceros respectivos, siguen a lo suyo, preocupados por cuestiones que sólo a ellos les preocupan.
Tienen que ser ellos quienes cambien. Tienen que ser ellos los que acojan en su propia dinámica cotidiana las reivindicaciones que están en la calle, como una masa informe de deseo que quizá alguno con menos escrúpulos aún acabe capitalizando.
Pero al final a uno le entra la duda en forma de pregunta de miedosa: ¿por qué los partidos políticos cada vez se parecen más a los monarcas y los sabios de la ilustración: todo para el pueblo, pero sin el pueblo? ¿No será que ellos también están secuestrados?