Cómplices

Domingo, 12 de junio de 2011

Me lo tomo con calma, porque realmente me lo esperaba. Es una de las conclusiones fantásticas de conocerse a sí mismo. Cuando me empezó a suceder hace ya años, quizá después de la feria del libro de 1981, me asusté o me preocupé y cometí uno de los errores más imperdonables de mi vida. Bueno, no tan imperdonable, es un pecado de juventud…
Luego me ocurrió más veces, pero ya después de lo que me pasó hace, ¿seis años?, con Gorrión de invierno (una de mis novelas inéditas, un buen tocho con muchos cientos de folios como muy pocos saben), comprendo que es mejor encogerse de hombros y relajarse un poquito. No hacer nada por forzar lo que es antinatural.
Después de publicar, promocionar y presentar Versos como carne, me lo esperaba, pero no llegó. Para mi sorpresa un poco estupefacta seguí escribiendo con cierta facilidad. (Convendrá explicar por si alguien estuviere leyendo estas líneas –cosa que aún me sorprende y me encanta- que cuando digo escribir me refiero a poemas, relatos, novela… Escribir este diario o crónicas o comentarios no es propiamente escribir. Bueno, yo me entiendo. También conviene dejar claro que facilidad no significa calidad, ni siquiera cantidad significa facilidad; calidad es calidad, facilidad es facilidad y cantidad es cantidad… Creo que me explico). Pensé entonces, o sea en marzo, que lo anterior habían sido tonterías mías, algo así como una especie de leyenda urbana con la que pretendía justificar lo injustificable.
Pero hoy me estoy dando cuenta de que quizá la razón es que la promoción de Versos como carne, no fue tan intensa como ha sido y está siendo y debe ser Oscurece en Edimburgo.
Quiero decir que como me ha sucedido siempre, después de un largo proceso de estar imbuido en la escritura, publicación y promoción de un libro, me encuentro seco, sin ideas, como si necesitara dejar una temporada la escritura creativa (pondré el adjetivo para no confundir, aunque suene pedante), como si hubiera que esperar las lluvias del otoño para que se recargue el acuífero. Quizá no convenga hacer caso a la expresión anterior en cuanto a las fechas precisas, pueden ser suficientes unas semanas. No lo sé.
Por otra parte, visto desde fuera, presentar como credenciales la publicación de dos libros en el mismo año, aunque uno sea de autoría colectiva, no es mala explicación para solicitarme a mí mismo un pequeño descanso; pero tampoco sería un argumento del todo verdadero. Porque no han sido dos libros los escritos durante 2010; en realidad han sido cuatro, aunque dos de ellos no hayan visto la luz y a este paso se quedarán ocupando espacio en la memoria del ordenador y en algunos folios distribuidos por algún concurso de poesía y alguna editorial. Porque, además de Versos como carne, que no sabía que estaba escribiendo mientras se escribía, y Oscurece en Edimburgo, durante el año pasado y el primer trimestre de éste 2011 escribí Identidad (una novela corta), y Los andamios de los pájaros (un poemario; otro).
Quizá cuatro libros sean una buena justificación para sentirse un poquito seco y algo falto de ideas. Pero lo mismo mañana o pasado mañana encuentro el ovillo de una historia y empiezo, sin darme cuenta a desmadejarlo, o a tirar de él. O a consultar un par de datos sobre los que me pueda apoyar, como si fueran unas muletas y desde ahí… Claro que lo mismo he dicho esto porque ya lo he encontrado y estoy intentando justificar mi falta de ánimos para acometer la tarea.
Nunca es fiable un escritor y menos cuando escribe un diario…
Pero es que acabo de leer una entrevista que publica El País a Rafael Nadal y me ha entrado vergüenza de mí mismo y me ha aumentado la admiración por este chaval, más de lo que ya la tenía, si es que ello es posible.
No es lo mismo decirlo que saberlo. Y Rafa Nadal lo sabe. Sabe que todo está en la mente, en una suma de factores que están al alcance de cualquiera: constancia, tenacidad, creer en uno mismo, saber que en el sentido del deber –y no en la apetencia- está el cimiento del éxito, saber que se puede caer derrotado y encontrar en la derrota un argumento para continuar, una fase más del camino, humildad –no tontería- en el sentido de tener claro que cualquier otro puede hacer las cosas mejor que uno mismo. Es curioso, pero de sus labios no han salido frases o términos que tengan que ver con la inspiración, con un momento afortunado, con la suerte, menos aún con el azar. Él posee una técnica muy depurada –vaya obviedad-, pero hasta el manacorí reconoce abiertamente que no es la mejor del os tenistas del circuito. Y es posible. Sí es de los más creativos que uno ve por esas pistas del mundo, pero quizá tampoco sea el más original o quien más improvisa… Bien, todo esto está muy bien, y es suficientemente conocido. Pero lo que no lo es tanto son esas palabras en las que viene a decir que si uno tiene claro que sirve para algo, tiene que poner por encima de todo lo demás la dedicación a eso. Incluso por encima del cansancio, de la saturación, del miedo al fracaso. Incluso, como decía de su juego en las últimas semanas, cuando el juego no es tan fluido o no es tan bueno, hay que continuar adelante, no hay que caer ni un milímetro en el desánimo. Sólo en esa constancia tenaz está el camino que lleva a la meta, la que cada quien se haya trazado en esta existencia. No se afirma en ninguna parte que se obtenga. Eso es otra cuestión, porque probablemente también entran en juego otras cuestiones que no dependen de uno, o no todas dependen de uno…
Así que mejor no me planteo grandes etapas de relax y me pongo manos a la obra, si es que hay alguna obra que llevarme a las manos.