Cómplices

Domingo, 19 de junio de 2011

Una cosa es una cosa, y dos echan carreras, que decía no sé quién, ni siquiera sé muy bien con qué motivo.
Digo esto porque hay un buen trecho entre permitir que dentro de mí encuentre que el vasar donde se almacenan las posibles ideas para mis textos esté más bien vacío y que, después de decirlo, deje de hacer cualquier acopio que permita recurrir a la despensa…
La verdad es que lo peor para mí son los cambios de rutina. Cuando ésta se altera, se altera todo y además tardo en recomponer los hábitos. Aunque mantenga los horarios –más o menos-, me cuesta volver a llenarlos del mismo modo en que lo hacía. En esta ocasión creo que estoy justificado, pues dos días en un hospital (aunque no sea para nada muy preocupante), siempre vienen a ser como una ola de frío polar en pleno mes de agosto, o sea algo tan poco frecuenta que desestabiliza cualquier cosa. Ya digo nada importante, nada que no se supiera (pues todo estaba programado), ni siquiera algo que afectara a mi organismo; pero aún así, cuando uno vuelve a la llamada normalidad cotidiana, es como si ésta fuese un animal exótico al que primero hay que habituarse…
Ahora mismo van a ser las ocho de la mañana. Sin embargo, estas líneas no subirán al blog hasta que esté bien entrada la noche, pues en un rato, en un par de horas más o menos, salimos Marián y yo a aprender un poco más de esta ciudad. Uno sabe que desconoce la mayoría de cosas de Segovia, y está bien aprovechar la iniciativa de la Oficina Municipal de Turismo que desde el mes de mayo organiza visitas para conocer algunos aspectos más específicos de esta ciudad. Es como leer un libro especializado sobre una cuestión que permite completar con algo de detalle las ideas que, como gruesos brochazos, tenemos sobre algún tema en concreto. Algo así como leerse un artículo completo, más allá del título y la entradilla. No todas las propuestas nos interesaban y alguna previa a la de hoy que sí le seducía a nuestra curiosidad, no se pudo completar porque (extrañas casualidades de la vida), o bien ella o bien yo mismo, no estábamos en Segovia. Y si ella no está, cualquier cosa que me rompa el horario y las actividades cotidianas, la desalojo de mis intenciones como si fuera un policía antidisturbios que se emplea a fondo contra un manifestante violento y provocador. A partir de las diez y media tenemos cita a las puertas del Torreón de Lozoya para formar parte de la visita que se llama algo así como Segovia renacentista. Y ésta es una visita que me apasiona, porque precisamente la parte más álgida de la historia de la ciudad sucede en esta época.
Espero que lo que aprenda se pueda anotar en estas líneas. Estoy seguro que aprenderé muchas cosas, eso es fácil pues mis lagunas son muy amplias. Espero ser capaz, después, de hacer acopio de la información para traerla a estas líneas.
Y luego, por la tarde, quizá forme parte de la manifestación del 19J.
No es que esté seguro de mi asistencia, porque este tipo de actos multitudinarios, en general, me producen más bien hastío y pereza. Preferiría pasear por la Alameda, pongo por caso, intentar que el cerebro se oxigene, que la vista se alegre y que el ánimo beba algunas gotas de esa armonía que se me regala… A veces me parece que es imprescindible la presencia de todos y cada uno de nosotros, para que esta iniciativa no se diluya en una especie de pataleta juvenil. A veces me parece que cada ausencia en manifestaciones tan justas y necesarias como la que hoy habrá llenado las calles de la mayoría de las ciudades españolas, es un agravio imperdonable a quienes nos están dando ejemplo con su lucha pacífica, inteligente y sin desmayo. A veces creo que uno mira con simpatía e incluso con ilusión todo lo que sucede, pero que lo hace con excesiva comodidad, apoltronado en su vida aburguesada a la espera de que lleguen a casa –como si fuera una carta- los beneficios que se obtengan. Y no es justo. Lo más probable es que en alguna ocasión haya que dar el paso y formar parte visible de ese número de indignados con todo lo que está ocurriendo y con el modo con que se está gestionando todo lo que ha sucedido, sucede y, me temo, sucederá. Pero en otras ocasiones pienso que, en el fondo, no es tan importante una persona más o menos, que ya empieza a haber peticiones que no son tan genéricas, es decir, que ya suponen puntos de desacuerdo entre los propios integrantes de este movimiento, propuestas que son, quizá, ya más propias de un discurso partidario, que no de una indignación colectiva, propuestas que no se acomodan tanto con mi visión de las cosas, propuestas que no aglutinan, sino que dispersan, propuestas cuyo verdadero trasfondo es difícil de acomodar a ese primer espíritu al que la inmensa mayoría nos unimos con ilusión, aunque fuera sin salir desde nuestras casas.
Después de más de un mes desde la ya famosa primera manifestación del 15M, uno observa con asombro y ensombrecido que los políticos profesionales han comprendido mejor que nadie el verdadero alcance de este movimiento.
Por eso juegan al despiste, por eso actúan como si se tratara de las típicas movilizaciones que se saldan con pocos o ningún avance concreto. Aunque en determinados momentos nos hagan creer que no han entendido nada de lo que se lleva diciendo durante un mes en las ágoras de nuestras ciudades, es lo contrario, han captado con precisión milimétrica el verdadero alcance de esta indignación. Y han escogido como arma de respuesta, la indiferencia, y cuando ésta ya no es posible, esgrimen su capacidad dialéctica que tiende a la confusión y al sofisma a través de afirmaciones que, en realidad, son como espejismos en el desierto. Digo que ellos sí saben a la perfección la verdadera dimensión de este movimiento, que no es otra cosa que un ataque al mismo centro de la línea de flotación de la clase política actual que nos gobierna (¿gobierna?).
Que vivimos en una democracia nadie lo discute; pero que esta democracia esté cerca de ser lo que se necesita en estos tiempos, es más que discutible. Nuestra democracia –y no es ahora cuando lo digo por vez primera, aunque suene a subirme a un carro puesto en marcha en estas semanas- es una ‘partitocracia’. Los partidos políticos se han convertido en verdaderos monstruos que devoran cuanto no forma parte de su propio organismo. Todo aquello que no esté dentro de la organización partidaria es un estorbo que hay que eliminar de alguna manera. En la práctica uno no puede pertenecer a un partido político y discrepar en público de las propuestas de sus dirigentes. Si lo haces te expulsan, o usando su terminología, te suspenden de militancia.
Estas organizaciones que nacieron como cauce de participación de los ciudadanos para canalizar las peticiones y los anhelos de las personas hacia una mejor administración del bien común, se han convertido en una maquinaria infernal cuya primera y, muchas veces, única razón de existir no es ese servicio al bien común, sino su propia supervivencia. Lo que nació como alternativa de lucha contra los viejos poderosos que mantenían al pueblo en la miseria, mientras ellos engordaban con sus prebendas, se ha tornado en caníbal de ese mismo pueblo. Han visto sus cabezas pensantes que la propuesta de una nueva ley electoral es, de hecho, el paso definitivo que acabará con sus estructuras y con tanto poder. Si se consigue lo que se pretende, muchos de los integrantes de los llamados aparatos del partido, habrán perdido su quehacer, puesto que los cargos electos no dependerán tanto de las consignas nacidas de mentes que nadie conoce ni nadie ha elegido, sino de la atenta escucha a las necesidades que demanden los electores, a la postre, únicos interlocutores válidos de un cargo electo. Y si esto fuera poco, conviene que no se olvide que, a nuestro pesar, los partidos políticos son la voz de su señor, a quien se deben, que en este caso es una señora cuyo nombre es Banca. Ya se sabe que la Banca nunca pierde. Todos los partidos políticos conocidos y con alguna cuota de poder –incluso alguno que no tiene ninguna- son rehenes de los créditos de la Banca. Y la Banca es la verdadera torturadora de este principio de siglo. Nos han hecho creer, y nos lo habíamos creído, que el capital es el gobierno del mundo. También aquí acierta el 15M cuando una de sus mentes creativas plasmó en una frase lapidaria, o sea un eslogan, la otra gran idea que impulsa nuestra indignación: “Somos personas, no mercancías”. En una crisis como ésta que nos toca vivir que, en realidad suena a final de época, es impresentable que se mantengan influencias, prebendas de todo tipo y sueldos tan escandalosamente altos con el dinero de todos, mientras se recorta de aquello que afecta a todos como la educación o la sanidad o la administración de justicia…
Al igual que el invento de la imprenta, supuso el verdadero espaldarazo para la llegada de un pensamiento propio del Renacimiento a nuestras tierras, dando cerrojazo a la Edad Media –aunque no sucedieron las cosas de la noche a la mañana-, y de ello supongo que aprenderé algo en un rato. Al igual que el movimiento enciclopedista, fue la llave que propició la Revolución Francesa y la entrada de un Nuevo Régimen que abolió muchos de los abusos de los nobles y del clero a favor de la burguesía nada burguesa, al igual que los movimientos sufragistas trajeron nuestra edad contemporánea, quizá hoy, gracias a Internet, estemos asistiendo a la eclosión de otro paso más en orden a conseguir en la práctica lo que en teoría queda tan bonito, pero que casi nunca se cumple en su totalidad: todos somos iguales…
En realidad soy muy poco optimista sobre este asunto. En realidad tiendo a pensar que los verdaderos poderosos encontrarán, si es que no lo han encontrado ya, el antídoto a este clamor general. Igual que el capitalismo más salvaje supo ofrecer soldadas dignas a los trabajadores, para convertirlos en voraces consumidores –con la inteligente idea de la posesión de bienes materiales como demostración de riqueza-, con el aplauso encendido de la socialdemocracia, igual que entonces, digo, conseguirán aquietar tanto miedo de algún modo. No les interesa una revolución. Quizá deban ceder en alguna cosa, pero para ellos será menor, siempre ha sido así. Probablemente cedan en lo más aparente, para continuar como siempre hemos estado: los ricos enriqueciéndose hasta la náusea y el resto bregando cada día para que el final de sueldo no nos sorprenda con mucho mes por delante… Y ojalá que no sea peor.
Y nosotros nos conformaremos, porque quizá, en el fondo, todos sabemos que todas estas cosas no son las más trascendentales, ni las que de verdad importan a la hora de la verdad. Si nos dejan vivir en paz y en libertad, si no atentan contra lo más básico, viviremos tranquilamente, ocupados en nuestras cosas, distraídos con nuestro mendrugo de pan y nuestra función de circo…
* * *
Ahora que son las diez y veinticinco de la noche me pongo a anotar lo sucedido, que ha sido, sin duda, una jornada perfectamente recordable. Y a las diez y veinticinco de la noche, aún el cielo por el oeste es una franja levemente anaranjada que sostiene un gasa azul celeste, cada vez un poco menos brillante, cada vez un poco más oscura…
Cuando aún la mañana era fresquita a la sombra, como si viniera cargada de efluvios sacados de un frigorífico estábamos ya a la puerta del Torreón de Lozoya, en la Plaza de San Martín, donde nos hemos agrupado la quincena de personas que hemos participado del paseo visita, que han titulado, como me parece que ya he escrito Segovia renacentista. Creo que menos un par de turistas, aunque más bien convendría llamarles viajeros, el resto éramos segovianos o residentes en esta tierra. No sé los motivos de cada quien, ni los he preguntado, pero los nuestros tienen que ver con el convencimiento de que sólo conocemos nuestra ciudad muy por encima, como si nos hubiéramos aprendido el esquema, no su desarrollo.
Frente a mí, en este preciso momento, se yerguen iluminadas las torres de San Martín, del Torreón de Lozoya y del Torreón de los Arias Dávila, se podría decir que uno de los cogollos de la pujanza renacentista de esta tierra que en cuanto a manifestaciones artísticas se quedó –y está bien- en la arquitectura, más aún, en la arquitectura civil, pero que llegó tarde, muy tarde, cuando el Renacimiento italiano estaba dando paso al barroco… Quiero decir que la nobleza industrial de estas tierras que trajo el Renacimiento con retraso a ellas, a diferencia de Italia, por ejemplo, no invirtió en cuadros, esculturas, retablos, etcétera. Fue en sus palacios en donde se notó la presencia de este nuevo estilo... Pero no son estas páginas el lugar adecuado para este tipo de disertaciones… Sé y ahora lo puedo afirmar con más rotundidad aún, que las explicaciones que doy a mis amigos que vienen de fuera a conocer esta ciudad, no mienten, ni siquiera son imprecisas; en algunos casos he descubierto que les falta algún dato que aún lo explica mejor. Por suerte de lo que desconocía, que es bastante, no hablaba, por tanto tampoco erraba. Hubiera sido un cargo de conciencia para mí haber descubierto que no decía verdad cuando decía algo.
Lo importante de este paseo de dos horas, bien corto en su recorrido, pero muy intenso en las explicaciones, ha sido conocer a Vidal Postigo Escribano, que por lo que sé de él es soriano de nacimiento, licenciado en Historia por la Universidad de Zaragoza, y coautor de una guía de Segovia sobre el Renacimiento. (Simplemente cito lo que es público y notorio, puesto que está publicado en la difusión que se hace de estos eventos). Uno nunca puede saber lo que ocurrirá mañana o pasado, pero creo que a este hombre le veré en más ocasiones…
 Su visita ha resultado amena y apasionada. Estoy seguro que si hubiera sido otro guía el encargado de prepararla, también habría sido magnífica, pero le ha tocado a él. No ha sido la suya una visita repleta de datos, nombres, fechas aunque –obviamente- estos ni pueden ni deben faltar, sino que ha sido una visita en que ha traslucido sobre todo la pasión por Segovia y por el Renacimiento. Su aspecto enjuto de tez morena y barba cerrada con el pelo ya muy canoso, no era difícil transportarlo precisamente a esa época de la que nos hablaba, como si nos hablara del presente, de un acontecimiento reciente, casi aún humeante por así decir. Me llamaba la atención que cuando se refería a algún año, lo hacía como nosotros lo hacemos a los nuestros… Decía, por ejemplo, tal cosa sucedió en el setenta y tres y yo pensaba, creo que se refiere a 1573, no puede ser otra época; o decía, ‘Imaginaos que estamos en el treinta y dos’, y por el contexto deducíamos todos –o casi ya estábamos, efectivamente- en 1532, mientras los obreros derruían casas en lo alto de la Plaza mayor o excavaban para acometer los cimientos de la catedral… Sin duda el momento –al final ya de la visita- en que más me he emocionado, pues todo el primer relato de Cuentos de Euritmia se me venía a la cabeza mientras nos contaba de qué modo se fue construyendo nuestra Catedral. El modo en que en veinte años se edificó casi la mitad, pero tardó casi doscientos en acabarse del todo: la diferencia entre ser una ciudad principal y pujante a tornarse en una pequeña ciudad sin apenas actividad económica.
Y el otro gran descubrimiento de esta mañana en realidad son tres: aunque de dos de ellos ya tenía noticias. Me refiero a tres segovianos ilustres: Jerónimo Alcalá Yáñez (médico y escritor, autor de El Donado Hablador, novela picaresca), Andrés Laguna (médico y científico famoso por su traducción directa del griego del Dioscórides, y más famoso aún por haber sido el médico personal de dos papas y del mismísimo Carlos I) y el Cardenal Diego de Espinosa (nacido en el pueblecito segoviano de Martín Muñoz de las Posadas), probablemente el hombre más poderoso durante una parte del reinado de Felipe II, tanto que llegó a ser regente de España durante 1568…
Supongo que empieza a bullirme alguna cosa por la cabeza. ¡Quién sabe!