Cómplices

Miércoles, 15 de junio de 2011

Hoy hemos estado tomando un vino con uno de mis primos y su mujer, que han venido a ver la actuación de John Mayall, el padre blanco del blues, como le define la prensa. Ayer por la tarde supe de su existencia. Hasta ahora era un perfecto desconocido. Me refiero a John Mayall, no a mi primo. En la fotografía del cartel he contemplado a un hombre muy mayor, muy enteco que, casi anacrónicamente, agarraba una guitarra eléctrica. Sin embargo esa figura desprendía una energía inusitada. Su larga cabellera blanca me ha sonado a rebeldía.
Esta misma mañana, mi primo y yo hemos quedado porque así le podía entregar el ejemplar de la novela que firmamos la semana pasada para él en la recepción del Hotel Acueducto los cuatro autores de Oscurece en Edimburgo presentes en Segovia.
Hoy justo ha pasado una semana desde que presentamos la novela y a todos nos dura un poco la resaca emocional. De hecho no encuentro la concentración adecuada para escribir algo más que no sean estas líneas. No, no voy a contradecirme a mí mismo y no voy a forzar innecesariamente las cosas. Ya saldrá supongo. Tampoco los días invitan en exceso a esta tarea. Más bien le llaman a uno (y no sólo a uno) a salir, a dejarse saciar de la vida…
Pero no sólo he revivido lo que sucedió hace una semana, por este encuentro vespertino con mi primo, sino que esta mañana, una compañera de trabajo me ha estado preguntando por ella, sobre todo por el proceso de su escritura.
Cuando envié la información a compañeros, amigos, familiares, etcétera, procuré aprovechar el trabajo de Francisco Concepción así como la contraportada del libro. Y el caso es que levantó suficiente expectación. Tanta, como para que un grupo de compañeros quizá una decena, se quedaran fuera de la sala, porque llegaron tarde, sin contar los que sí entraron. Y es que el mismo día una hora antes de la presentación, había concertada una visita guiada a Academia de Artillería que recientemente ofrece esta actividad a grupos previa cita. El problema es que el comienzo de la visita se retrasó por varias circunstancias, lo que –obviamente- repercutió en la hora de su final. Así que llegaron con las puertas cerradas. Como cualquier acto de este tipo, unos quince minutos después de iniciado no se permite el acceso del público. No obstante, la mayoría de estos compañeros aguardó a que acabáramos para, en la puerta, poder charlar con nosotros. Como siempre suele ocurrir en estas situaciones, las pequeñas aglomeraciones, los reencuentros inesperados, los saludos obligatorios, impidieron que atendiera a mis compañeros como debiera haberlo hecho; por suerte, Marián realizó esa parte de la tarea, una de las más agradables, por ser precisos y justos. Y hasta hoy mismo no me he enterado.
Ha sido casi al final de la mañana cuando se ha producido la conversación. Y he comprobado que Marián explicó con suficiencia y esmero todo cuanto se le preguntó por parte de un grupito que la acompañaron hasta la propia caseta donde se firmaba. Como sucedió en la propia presentación de la novela, el modo de su escritura eclipsa todo lo demás.
Es inevitable y, además, es la gran baza con la que contamos, al menos de inicio. Algo así como una carta de presentación para romper la barrera de los desconocidos, de un sello independiente, de la batalla por salir del anonimato. Luego está el propio texto, la propia novela, el relato de la búsqueda de Sophie, y todos los inconvenientes que se le presentan día por día para llegar a esa meta, a esa pretensión que estuvo a punto de aniquilarle el alma…
Y por todo lo que he descubierto hoy, aún sigue sorprendiendo el mecanismo de escritura. Marián lo contó todo bien, con exactitud.
No me extraña. Como yo mismo, lleva unos quince meses embarcada en este proyecto. La diferencia es que ella lo hace por mí, porque sabe que me he divertido mucho en estos meses de escritura, porque además de incrementar en un título mis libros publicados, también he hecho un grupo de amigos, y eso, qué duda cabe, es más importante.
Ahora mismo no sé muy bien en qué proporción el resto de parejas de mis amigos escritores han vivido todo este proceso. Yo, sin agobiar –o eso creo- he procurado hacer partícipe a Marián de cada uno de los pasos que dábamos. Ya digo, no sé en el resto de los casos, pero estaría por apostar que ella sabía tanto como la mayoría de seguidores de la novela que la iban leyendo por Internet. Ella, con la ventaja de irse leyendo los capítulos en bloques, a su ritmo, con lo que siempre ha tenido una perspectiva diferente de la historia. Para ella, sin haberse asomado a la pantalla del ordenador, Oscurece en Edimburgo ha sido casi como para mí, un compañero de viaje, que aún estará junto a nosotros una buena temporada.