Cómplices

Jueves, 23 de junio de 2011

Quizá cuando acabe de escribir estas líneas, ya hayan comenzado las hogueras de la noche de San Juan. Aunque esta entrada lleva la fecha del jueves, es casi seguro que desembocará su último punto en los inicios del viernes… Noche mágica donde las haya, como su espejo, la del solsticio de invierno. Noche donde se funden la magia esotérica proveniente de las más remotas civilizaciones que nos preceden en la historia, las tradiciones religiosas que han ido conformando la idiosincrasia de los pueblos europeos, del hemisferio Norte en general. La noche más corta del año y la más intensa, la que aún queremos acortar más manteniéndonos despiertos. Esa noche que usamos para depurar todo lo viejo, como símbolo de todo lo que nos impide renovarnos, como se renueva la naturaleza.
Hoy, esta noche especial, mágica, también lo va a ser, lo está siendo ya, para mi hija pequeña, quien ha conocido, como el resto de los estudiantes de bachillerato  que pertenecen a la Universidad de Valladolid, sus calificaciones de Selectividad. No es que la nota sea brillante. Su expediente no aparecerá en ningún diario, como se está poniendo de moda en todas las provincias. Ha acabado con esa calificación que le ha hecho respirar con calma durante todo el bachillerato, sin miedo a las apreturas del final, pero que tampoco le permitía descuidarse en exceso. Esa nota airosa que está prácticamente en la media, no sé si en la moda. Una nota tan similar, por lo demás, a la de su padre hace tantos años ya…
Ahora que hemos dado otro paso más hacia el camino o proyecto que parece haberse trazado, al menos incipientemente, se puede respirar con más calma. A partir de ahora, como me acaba de escribir una gran amiga, empieza su vuelo. Hasta este preciso instante, la hemos acompañado, la hemos traído y llevado de la mano, aunque cada vez permitiéndole que se organizara con más autonomía. Desde aquí nos limitaremos a asomarnos a su vida para que sepa que estamos, para que sepa que nuestra ayuda, y sobre todo nuestro apoyo son incondicionales, innegociables, imperturbables. Pero será ella la que tenga que administrar su propia vida. Si hasta hoy, hasta la semana pasada por ser un poco más precisos, aún mis conocimientos le servían de algo, a partir de ahora será casi imposible que tal cosa suceda. Desde que en septiembre ingrese en las aulas universitarias, tendré que fijarme casi a hurtadillas en sus libros y apuntes para aprender, al menos aquello que más me atraiga. Esa otra parte más árida de la lingüística se la dejaremos a sus ojos en exclusiva…
Treinta y dos años más tarde, ante mí reaparecen los estudios de filología y creo que rejuveneceré algo, porque me temo que más de un día me zambulliré en sus libros y haré como si estudiara, aunque ya la cabeza no está para semejantes ejercicios acrobáticos…
Quizá ella no sea aún muy consciente de la frontera que atravesó la semana pasada cuando concluyó sus siete exámenes. El inicio de su mayoría de edad va a coincidir prácticamente con el inicio de su vida universitaria, que es llegar, de algún modo, al inicio de su adultez estudiantil. No será el final, y menos en alguien que ha escogido semejantes estudios, pero sí es el comienzo de esa madurez. Atrás quedará esa formación imprescindible de carácter global. Ese camino que inició con tres años se ha ido bifurcando a lo largo del tiempo, hasta llevarla ante esta puerta del conocimiento.
Convendrá no hacerse excesivas ilusiones con lo que pueda suceder en el mundo universitario. Y mucho menos en el primer curso, cuando todo será bastante novedoso, y cuando lo que sucede fuera del entorno de la formación es mucho más atractivo aún. Convendrá, como siempre hago, moderar estos sentimientos, y dejar que las llamas se tornen brasas que caldeen mi corazón, pero que no quemen mis esperanzas. Al fin y al cabo es su vida, la mía seguirá su propio curso, que en parte –en buena parte aún- consistirá en seguir ojo avizor los pasos que ella trace con esa sonrisa y ese desparpajo vital que le caracteriza…