Cómplices

Viernes, 24 de junio de 2011

Otra de las cosas que me ocupó –gozosamente- parte de la tarde de ayer, fue ver / escuchar la entrevista que Paloma Corrales le hizo a Antonio Porpetta en su programa Conv3rsando de TVGUADA.
Conviene que Paloma no detenga este periplo que está haciendo por la poesía, por los poetas que lanzan sus versos al viento. Poco después de contemplar esos treinta y ocho minutos de entrevista, le escribí diciendo esto mismo, que no se detenga, puesto que estos programas son como una videoteca virtual a la que podremos acudir los heridos por las letras, esa minoría que parece nos estamos concentrando, en parte, en los peraltes de las autopistas invisibles de esta Red inasible, pero, al mismo tiempo, real.
Uno se da cuenta, escuchando o leyendo a estos poetas que van sembrando la red de versos como gargantillas de diamantes, o como bisturís de cirujanos del alma, que está aún iniciando el itinerario y que probablemente nunca llegue a graduarse ni siquiera como bachiller de este arte.
No se trata ahora de una afirmación de falsa humildad, se trata de la apreciación real de unos hechos incontestables. Continúo y continuaré lanzando también mis versos, como ellos, pero intuyo que son más bien bisutería que algunas veces puede llegar a resultar hermosa; pero siempre les faltará algo, ese don que sólo les pertenece a unos pocos. No es lamentación lo que escribo, sino mera descripción del lugar que uno ocupa. Y quizá sea lo mejor, reconocerse en su verdadero puesto, para hacer su tarea con la misma honradez y la misma pasión con la que otros ejercen su oficio. Es un sufrimiento inmenso ser pasante, creyendo que debería llevar el bufete; es más feliz el pasante que sabe que es eso, y nada más que eso. Aprender, aprender, aprender es mi labor; saber que esta fuerza que me irriga no va más allá de la que tiene el sastre que no llegará nunca a la alta costura.
Ni quizá convenga.
A lo mejor el espejismo de un oasis puede hacer feliz al náufrago del desierto moribundo por la sed, el sudor y el fuego del sol que abrasa la piel y la garganta; pero esa sensación es tan efímera, y es tan dura la constatación inmediata de la realidad, que es preferible saber que aún queda un trecho indeterminado para alcanzar el verdadero oasis, una distancia tan inmensa que, lo mismo, al final de la vida ni se llega a contemplar en lontananza las copas del palmeral que se alimenta y crece junto a la orilla del manantial fresco.
Si leyera esto Marián, que probablemente no lo lea, me diría lo que me comentaba en la madrugada, mientras me acostaba, ‘Todo te lo tomas con mucha trascendencia, es como si no supieras disfrutar de la vida’. Lo mismo no le falta razón. Se equivoca en lo básico, claro, porque parece olvidar –aunque lo sabe a la perfección- que como realmente disfruto es con esta tarea, aún a sabiendas de que es un sacrificio que me impide gozar de otras cosas. Pero estoy convencido que si no actúo como lo hago, lo otro –las fiestas, los viajes, lo que comúnmente se llama o entiende como diversión- sería una cruz complicada de soportar. Aunque uno sepa que nunca alcanzará las cimas del arte, que sólo se quedará en un digno artesano, no puedo prescindir –ni quiero- de este laboreo que me hace tallador de frases o sastre de historias; sin esta dedicación, ni siquiera sería ese artesano, y estaría abocado quién sabe a qué. Pero esto no quiere decir que no me tome la existencia con un exceso de gravedad. Algo que, sin duda, debo ir corrigiendo, como tantas otras cosas he de corregir cada jornada. Mañana mismo iré a una farmacia, a ver si allí dispensan alguna píldora que me acerque a la ironía, que me aproxime a la falta de preocupación, que me permita caminar sobre la tierra asumiendo la vida como la entienden los gorriones o las amapolas...
Porpetta dijo cosas que fueron sorprendentemente coincidentes con algunas de mis experiencias o teorías o convicciones. Habló de la necesidad de aislamiento para poder escribir. Matizó, como a vuela pluma –acaso recordando a su amigo Pepe Hierro-, que los hay que se aíslan en medio de la multitud (es de todos sabido que Hierro normalmente escribía en una cafetería), pero que en todo caso, cuando hay que escribir el poema, el poeta ha de aislarse. Como yo, por lo que deduje, él necesita del silencio externo, es decir que no haya nada ni nadie que pueda distraer su atención. La diferencia es que él posee ese lugar donde encerrarse hasta que el libro se ha encarnado en unos folios.
Afirmó algo que yo ya le había leído: no escribe poemas, sino poemarios. Es decir, se le ocurre un tema que va desarrollando hasta llegar a cada poema. Dice él que es incapaz de escribir poemas sueltos… También he tenido esa experiencia. De hecho mis poemarios inéditos están edificados –pobremente- de ese modo: Dulces palabras, Lirio de amor ensangrentado, Lucero negro, Jirón de viento, Eterna luz sonora y Los andamios de los pájaros… Y a pesar de que justamente Humanidad perdida y Versos como carne son la recopilación de poemas que nacieron de uno en uno sin afán de poemario, pero acabaron siéndolo, me siento mucho más cómodo, cuando he encontrado ese tema, esa idea, ese cabo del ovillo del que ir tirando más o menos pausadamente… Y esto puede parecer contradictorio o paradójico respecto de lo que tantas veces he afirmado sobre mi modo de escribir relatos o novelas, eso de ir con brújula y no con plano. Quizá, en el fondo, no sea tan distinto, pues cuando una usa de la brújula para no perderse, es que sabe hacia dónde va, no termina nunca de ir a ciegas.
Se refirió en varias ocasiones al trabajo, a la técnica por así decir. El poema, vino a decir, no es un río de palabras sin más… La poesía tiene sus propias reglas, sus propios mecanismos que hacen diferente de cualquier otra expresión escrita, aunque se trate de un poema en prosa, aunque se escriba en verso libre…
Pero lo que más me impresionó, por lo que se asemeja a mi propia experiencia, fue al afirmar que cuando un poema se niega a ser escrito en la hoja, o cuando se transitan épocas de sequía, el verdadero alimento del poeta es la lectura. Al fin y al cabo, la poesía es palabra, por tanto el poeta necesita de palabras, y nada mejor que recalar en los poetas que cada uno sabe que le son nutricios para que vuelvan a brotar las palabras.
Y todo esto, se lo comentaba a Paloma, puede suceder porque estos programas televisivos no son emitidos como habitualmente lo hacen las televisiones que conocemos. Estas entrevistas están ahí, en la red, para que en cualquier momento, cuando al espectador le venga bien, pueda verlas sin estar pendiente de horarios de emisión. Esta es otra de las grandes ventajas de la red que ya han descubierto y utilizan las cadenas televisivas. Puesto que, además, este tipo de emisiones –tan escasas como el oro- siempre va en horarios casi intempestivos.