Cómplices

Jueves, 30 de junio de 2011

Acaso quienes me conocen se extrañarán que a estas alturas aún no haya escrito negro sobre blanco, como una fila de extrañas hormigas, mis pensamientos sobre la decisión que propició el martes último la elección de Donostia como capital europea de la cultura de 2016.
A veces conviene que los pensamientos reposen antes de alzar su vuelo. Un diario es el lugar menos objetivo del mundo, si es que hay alguno que lo sea para las personas, pues dejaríamos de ser sujetos; pero en este caso concreto es totalmente imposible, pues uno es directamente afectado por tal decisión.
He preferido que las horas atemperen los sentimientos que brotan a flor de piel y consigan que prevalezca la corriente más honda, la que atesora el futuro… A veces no queda más remedio que hacer de la necesidad virtud. Y este puede ser un caso. A esas alturas –salvo que las iniciativas judiciales insinuadas por el Sr. Belloch, alcalde de mi querida Zaragoza, consigan algo más que enturbiar el ambiente-, conviene no lamentarse y sí, sentarse imitando al Pensador de Rodin y empezar a pensar en lo que nos viene por delante, que no es otra cosa que la vida en forma de futuro que no se detiene…
Ayer, como tantas veces, San Pedro fue un día –sobre todo una noche- muy fría. El gran día de las fiestas de Segovia que compartimos con Burgos, donde tantos paseos di allá por 1982 y 1983 vestido con el uniforme de soldadito español. Por ello cierto pellizco de melancolía y alegría, me hubiera dado si hubieran proclamado a Burgos, en vez de a Segovia. Recordar mis tardes silenciosas por la zona de Las Huelgas es siempre uno de los pensamientos más reconfortantes. Pero volvamos al día de San Pedro... La mañana, sin embargo, a pesar de ser festivo, discurrió entre la Ciudad Universitaria de Madrid, para que mi hija se preinscribiera en la Facultad de Letras de la Complutense y la zona de Príncipe Pío. En ese ambiente joven, vital, comencé a pensar con intensidad en el futuro, en ese río navegable y sonriente hacia el que caminamos, queramos o no, salvo que nos alcance lo inevitable.
Las fiestas en Segovia siempre concluyen con un castillo de fuegos artificiales, justo a la media noche del día de San Pedro. Un castillo de fuegos que este año ha sido hermosísimo, de los más conseguidos que recuerdo. Y mientras los colores lilas, rojos, amarillos y verdes tachonaban el cielo de ilusión, pensé que quizá una celebración como la que no se concedió a esta ciudad, en el fondo es un castillo de fuegos artificiales, que por muy hermoso y brillante y largo y sonoro y armónico que resulte no deja de ser fugaz… Suele ocurrir con cualquiera de los fastos de nuestra contemporaneidad. Estoy pensando en los Juegos Olímpicos, Exposiciones Universales, grandes campeonatos internacionales de fútbol o baloncesto… Y ahora, por lo que se ve, también en las ciudades que optan a la capitalidad europea de la cultura. Quizá si formulo mi pensamiento a modo de pregunta se me entienda mucho mejor: ¿Para quién organiza todos los actos qué es más importante en todo el proceso el antes, el durante o el después?
A lo mejor aquí puede estar la punta del ovillo que nos ayude a una reflexión constructiva. Desde el punto de vista de una candidatura como la de Segovia (o como la de Córdoba –mi gran favorita, a parte de Segovia dicho sea de paso-) que ha tenido como uno de sus basamentos la participación popular, es indudable que lo importante es el antes y el después, ya que el durante le corresponde a otro. O sea, todo el proceso que ha servido para pensar en que la vida de una ciudad puede tener uno de sus pivotes en la cultura.
Segovia es una ciudad cuya dependencia del turismo es crucial. El visitante que viene a Segovia lo hace por tres razones fundamentales –una de ellas incipiente, pero interesantísima- la gastronomía, la belleza de la ciudad y el aprendizaje del español. Este último tipo de viajero que permanece entre nosotros más tiempo que el habitual y se acaba tornando en residente temporal, es una de las apuestas más brillantes y que más fruto va a dar en el medio plazo. A poco que se piense en el asunto, uno llega a una conclusión casi tangible: una de las razones para visitar Segovia, que se ha de añadir a las tres citadas, ha de ser una variada oferta cultural.
Como sabemos por experiencias ya contrastadas que han ido creciendo con los años, la respuesta ciudadana es generosa. Pienso en el Titirimundi, en el Hay Festival, en la Semana de Música de Cámara, en el Festival Internacional de Música, en el MUCES que se consolida como un escaparate del mejor cine europeo, o en los Ciclos de Narradores Orales, o en las Noches de los Atrios, o… No es cuestión de citar todas y cada una de ellas, para que se entienda a lo que me refiero.
Quizá haya mejorar algo en lo que a oferta museística se refiere, pero con la dotación –esperemos que lo más rápida posible- de la Casa de la Moneda –felizmente inaugurada ayer mismo- se habrá dado otro paso importante en este sentido. También habrá que mejorar alguna infraestructura. Uno, acaso por deformación sentimental, echa de menos una mayor repercusión de los actos dedicados a la literatura, aunque ahora mismo existen cuatro (La Tertulia de los Martes, el Hay Festival, el Festival de Narradores Orales y el Festival Internacional de la Poesía), aunque este último es aún un bebé al que conviene mimar, para evitar su muerte prematura.
Detrás de cada una de estas actividades hay una persona, o un grupo de personas que se entregan en cuerpo y alma, y esta es la única forma de que se mantengan vigorosas. Son las personas, al final, las que ponen en marcha los proyectos, y es su esfuerzo personal y comprometido el que logra que las ideas se materialicen.
Aquí es donde el molinillo entra en juego… Ese logotipo de la candidatura segoviana es la suma de diversas varillas que, partiendo del mismo punto, quizá el corazón de la ciudad, son independientes y bien diferenciadas, pero cuando el viento o la brisa les acarician en la dirección adecuada entran en movimiento unísono, consiguiendo un impulso unitario…
Creo que este es el futuro que se nos presenta, en el que nos ha situado el veintiocho de junio de 2011. Un futuro que no tiene fecha de caducidad y tampoco tiene por qué ser recorrido a la velocidad supersónica de quien debe llegar al horizonte en un día concreto y a una hora determinada.
En tiempos de crisis –una crisis que parece agudizarse por minutos- uno se da cuenta de que los seres humanos quedamos muy lejos de las medidas económicas y políticas que al final deciden nuestras existencias. La única esquina de la realidad que aún permite al ser humano crecer hacia lo alto y hacia lo profundo es la cultura (desde la más tradicional y antañona, hasta la más vanguardista, desde la más local a la más cosmopolita).
El propio jurado que falló la concesión de la capitalidad europea en representación del Gobierno de España, destacó el tipo de vida de esta ciudad. Un ritmo especial, el ritmo de quien sabe, porque la experiencia milenaria es un grado, que es mejor ir más despacio para llegar más lejos. Pero es que ese ritmo, esa velocidad, se corresponde al diseño del ser humano, no al de las máquinas.
Estos tiempos tan difíciles para todos, hemos de tornarlos en tiempos de oportunidades, porque las crisis son también encrucijadas de la historia para escoger un camino. Quizá parte de la salvación económica de esta ciudad, radique en su dedicación a la cultura, en ser foco incluso para que las industrias culturales aniden entre nosotros.
Se ha demostrado en estos seis años de trabajo que hay muchas más potencialidades de las que a primera vista parece. Se ha demostrado que los vecinos respondemos y nos implicamos cada uno con nuestro granito de arena.
Todo esto no se puede olvidar, ni se puede quedar arrumbado en un rincón del desván, como si fueran los viejos disfraces trasnochados de algún antepasado. Hay pocas oportunidades más, a la vista del funcionamiento del famoso sector secundario.
No se puede ocultar que hubiera sido mejor obtener el galardón perseguido, lo contrario sería una afirmación que nadie se creería (entre otras cosas por falsa); pero a pesar de ello, hay que conseguir hacer reales todas esas promesas y deseos que todos nuestros políticos de los tres partidos con representación en el Ayuntamiento han manifestado. Tenemos que ser nosotros: los ciudadanos, los voluntarios, las empresas, los estudiantes que residen durante el curso académico, incluso los viajeros que llegan hasta aquí.
Ahora con la crisis azotándonos, es el momento en que la imaginación se haga fuerte en nuestros pensamientos. Es hora de que se busquen alternativas para que el dispendio no sea ruinoso, pero al mismo tiempo para que las manifestaciones culturales sean el pivote más robusto sobre el que avance Segovia.
Propongo, como primer paso, que se organice un concurso –similar al que nos llevó a este logo que ahora nos identifica y nos une- para crear un lema que acompañe a esta imagen y, al mismo tiempo, defina ese camino. Que desde ahora, y aprovechando todas las sinergias políticas, económicas y ciudadanas que se han creado con la candidatura, las manifestaciones culturales de la ciudad se integren en un proyecto común, en un proyecto de ciudad de cultura. Algo así como “Sego_via cultural”, o “Segovia capital de mil culturas”, o “Segovia un Acueducto de culturas”… Yo que sé, soy bastante torpe para estas cosas…