Cómplices

Miércoles, 1 de junio de 2011

El vientecillo de toda la jornada (que en muchos momentos ha perdido el diminutivo) espero que sea la retaguardia del ejército del frío. Nos hemos despertado con seis grados de temperatura que parecían algunos menos. Por suerte, un día así ha traído del brazo una vajilla de cristal azulísima y limpísima, reluciente y transparente. Un día, este primero de junio, en el que la luz de Segovia ha alcanzado el más alto grado en la escala de lo diáfano. Es como si uno pudiera afirmar que no existía el aire, lo que supone un grandísimo contrasentido, porque la brisa sobre el rostro no dejaba lugar a especulaciones sobre el asunto. El cerebro se sentía confundido: la mirada informaba de algo que la piel desmentía rotundamente.
En estos días nuestro único afán como humanos debería ser el de la contemplación peripatética, a saber, pasear tranquilamente buscando los rincones donde la ciudad se muestra más bonita (los que cada quien estime a su leal saber y entender) y saborearlos con la misma calma y delectación con que se paladea un helado en una ardiente tarde veraniega. Creo que sanarían muchas melancolías enfermizas y muchas angustias y muchas tensiones. No debería haber nada más urgente ni más necesario que hacer… Tampoco sucede tantas veces al cabo de un año. Probablemente mañana acudiríamos a nuestra tarea mucho más felices, e incluso podríamos abrazarla con cierta sonrisa, con el ánimo también limpio y reluciente, como recién salido de una tintorería para ánimos cubiertos con los lamparones del tedio y la insatisfacción o con la carbonilla de la rutina y la frustración.
Sin embargo estos locos deseos de poeta incurable no los he podido aplicar ni siquiera a mí mismo. La realidad, como siempre, es poco dada a que la mayoría de ciudadanos disfrutemos de los lujos sibaritas reservados a singulares fortunas. En fin, para llevarme la contraria y convertirme en paradoja de mí mismo, este primero de junio me ha tenido zascandileando de uno a otro lado, por la mañana y por la tarde. Ya tengo los dípticos que Caja Segovia ha editado como invitación a la presentación de Oscurece en Edimburgo, así que los estoy repartiendo y enviando.
A medida que se va conociendo la aventura, mejor dicho, la conclusión de la aventura, o sea el libro donde descansa la novela que tantos afanes y tanta ilusión nos ha deparado, aumenta la sorpresa por lo inaudito e innovador del proyecto.
Me van llegando reseñas, críticas concretas de la obra, y me doy cuenta de que la propia narración puesta en papel y leída como suelen leerse las novelas, acaba por fagocitar su peculiaridad, es decir, el modo en que ha sido escrita. Sinceramente es lo mejor que le puede suceder al libro, porque, una vez superada la sorpresa de la novedad, interesa que la historia convenza al lector, pues de lo contrario podría sentirse defraudado en sus expectativas.
A la larga, me parece, era el riesgo que corríamos en esta aventura: su conversión en una suerte de castillo de fuegos artificiales, sin más. No ha sido así. La historia y sus personajes tienen una entidad sólida y atractiva para quien la lea; pero, aunque no hubiera sido de esta manera, sigo afirmando que merecía la pena atravesar ese campo de minas. Es más, aunque la novela fuera de peor calidad que lo que se encontrará el lector, me habría dado por más que satisfecho de formar parte de la tripulación de la nave. Haber encontrado a estos seis escritores en mi vda es una de las mayores suertes que podría tener cualquiera en su existencia, y eso, como dirían los del anuncio, no tiene precio… Mejor dicho, tiene un precio tan alto que es imposible pagarlo…
Es una suerte similar a la del goce de un día tan hialino como el que nos ha regalado este vientecillo friolento y casquivano. Es mejor disfrutarlo, amasarlo en el corazón, ensamblarlo a sus paredes para que no se olvide, porque es impagable, aunque uno haya tenido que cazcalear todo el día arriba y abajo con tantos mandados a los que atender y no haya podido recalar con la mirada en ciertos lugares, esos en los que Segovia parece una amante a punto de abrazarme.