Cómplices

Viernes, 3 de junio de 2011

Se abalanza el calendario y no nos damos cuenta, o no me doy cuenta. El 14 de marzo, cuando presentaba en la Diputación Versos como carne, junio parecía muy lejos, y ya estamos en vísperas de una semana que va a ser movidita para mí. Una semana en la que de nuevo el trabajo del año pasado, se asomará al mundo.
No es que sean cosas muy trascendentales, pero para mí y para nosotros lo serán. Cuando se concretó que el día seis, lunes, tendría el encuentro con el Club de Lectura que forman algunos profesores, padres y alumnos del Colegio Claret de Segovia, todavía faltaban muchas semanas. Y ya está aquí, ahí mismo, ese día en que tendré la inmensa fortuna de poder escuchar y compartir las experiencias que mis versos han causado en algunos de sus lectores. Esto es impagable. Probablemente sea la mayor dicha para cualquier escritor. Aunque de algún modo esta experiencia la tengo, pues los poemas de Versos como carne ya se placearon en Pavesas y cenizas semana a semana, va a ser la primera vez que todos ellos en su conjunto, formando la unidad que les di al componer el libro, sean comentados por lectores que se han enfrentado a ellos de este modo, como si no tuvieran antecedentes.
Hasta ahora mis lectores –salvo Luis Javier Moreno que presentó el libro- habían leído todos o buena parte de los poemas en la red. Quienes hablen sobre ellos el lunes sólo –nada más y nada menos- conocerán lo que han visto en esta edición. Para ellos sólo existen de este modo. Y digo que es algo maravilloso. Nunca agradeceré lo bastante a Cristina Guerra que me haya propuesto para la lectura del mes, que mi libro haya sido comprado por estos lectores que, de lo contrario, no sé si lo hubieran adquirido en las librerías. Recibir la llamada de teléfono de una librera (de dos en este caso) para que fuera a reponer ejemplares es tan insólito y emocionante… Estoy hablando de cifras ridículas, pero para mí son como récords personales abatidos por el esfuerzo y la constancia. No pretendo llegar mucho más lejos, ni siquiera pretendía tanto y se han dado estos pasos.
Quizá, sin yo saberlo, sin saberlo él o ella, ya me he cruzado por la calle con algún lector o lectora que aún me desconoce en lo físico, y sin embargo ha leído mis poemas. ¿Se habrá emocionado también? ¿Le habrán gustado? ¿Habrán sido mis palabras capaces de cruzar su cerebro y tocarle el corazón…?
El lunes saldré de dudas. El lunes espero contarlo…
Pero es que la semana continúa, y casi sin solución de continuidad, el miércoles, el día ocho, llegan a Segovia al menos tres de mis compañeros de la aventura 7 plumas que ya ha fructificado en su primer libro: Oscurece en Edimburgo: Ana Joyanes, Dácil Martín y Francisco Concepción. 
Estos días me voy dando cuenta que una ligera expectación se está levantando, casi como una brisa tenue pero bien perceptible. No sé qué ocurrirá el miércoles, no sé cuántas personas acudirán al acto, ni siquiera sé cuántos libros firmaremos y venderemos después en la Feria del Libro de Segovia.
Es todo muy pequeño, repito. Pero conviene que así sea. Para que el fruto llegue a colmo ha de crecer despacio, al ritmo apropiado. No conviene acelerar su marcha de un modo artificial.
Como en Versos como carne, Oscurece en Edimburgo nació en la Red y ahora se materializa en un libro que ya ocupa algunos centímetros en los estantes de la caseta de la Asociación de Libreros de Segovia.
Esta tarde he acercado algunos ejemplares hasta allí. Se han quedado entre sus hermanos libros, se han sumergido entre ellos y ninguno ha protestado. Allí deben estar preparándose para dormir, salvo que organicen alguna juerga noctámbula. Teniendo en cuenta los perosnajes que pueblan nuestra novela, nos sería extraño que algo sucediera. Quizá debiera habérselo advertido a los libreros... Esta noche será su primera noche fuera de casa, ya por fin libres de mi cuidado. Su portada negra con la ilustración de las piernas cruzadas de Sophie ante la ventana abierta a los tejados de un ocaso en Edimburgo, se ha unido a las decenas o centenas de portadas que pueblan esta caseta…
Y será un milagro, un milagro de los grandes, que alguien, al contemplar toda la variada oferta que salta a sus ojos, se decida por esta novela firmada por siete escritores sin nombre y con tanto entusiasmo. Pero si no se intenta es imposible. Uno ve nombres de escritoras y escritores, ve sellos editoriales y se da cuenta que la lucha es muy desigual, pero no por ello nos arredramos.
Porque también contamos con nuestras armas.
Caja Segovia, su obra Social y Cultural para ser precisos, ha puesto todo de su parte para promocionar la presentación del libro. Sé que en los libreros de Segovia encontraremos buenos aliados. Sé que la prensa de esta ciudad se portará, como se está portando, con nuestro proyecto. Sé que Guillermo Herrero hará una excelente presentación, pues está muy ilusionado con el proyecto (Conviene recordar aquí, que él fue el primer periodista español que escribió sobre la noticia en un periódico de los que aún se venden en los kioscos, impresos en papel...). Sé que mis compañeros, amigos y familiares echarán el resto.
Lo demás ya no es cuenta nuestra. Lo demás ya es jurisdicción exclusiva del lector. Lo demás será respuesta ante nuestra propuesta. No desesperaremos, en absoluto. El fruto, como he escrito más arriba, llegará a su sazón en el momento en que haya madurado. Por mucha presión mediática que haya tras un proyecto así, lo que verdaderamente importa es el boca a boca, es que los lectores anónimos hablen del libro. Como tantas veces se ha demostrado, un libro por el que se apostó poco o nada, de pronto se ha convertido en referencia y ha marcado tendencia; por el contrario, cuántos libros en los que las editoriales han dejado todo su empeño se han estrellado ante la indiferencia general.
Nada está escrito, salvo la novela.
Nosotros seguiremos trabajando. Nosotros seguiremos a lo nuestro que es escribir. Juntos, o por separado, (mejor dicho juntos y también por separado) nos afanaremos en esta tarea que para cada uno de los siete es ineludible, como respirar. Que nuestros textos vean o no la luz será aceite de otra almazara y quizá en eso sí sea determinante la suerte de Oscurece en Edimburgo…
Pero por si todo esto fuera poco –y es mucho, casi desbordante- otros dos libros míos lucen bien galanos en la caseta que ha instalado la Diputación. Menos abigarrados que en la otra caseta, se ven ejemplares de Versos como carne y de Aquel sábado lluvioso.
Y uno, al descubrirlos así, juntos, se da cuenta que en muy pocos centímetros de separación hay resumidos diez años de existencia, los que median entre la publicación de la novela y del poemario… Y he estado por venir corriendo a casa y llevarle a Enrique ejemplares de Cuentos de Euritmia, algunos de los que por aquí me quedan, y no, no porque los venda, sino porque estén juntos casi todos mis libros publicados, oreándose en la calle, frente a la Iglesia de San Millán, que se entrevé tras los árboles… Ojalá que alguno de ellos se instruya en el lenguaje de los pájaros que por allí cantan y luego me lo explique, a ver si de una vez, luego, aprendo algo de veras importante, que ya va siendo hora…