En el momento que comienzo a escribir la entrada correspondiente a este sábado de finales de julio, escucho Pavana para una niña muerta de Doré. La tristeza y la melancolía de esta música invaden, pues, esta campana en la que me sumerjo para que mis sentidos no se sientan acuciados por el sonido de la televisión que detrás de mí emite los sonidos propios de una insustancial serie de humor. Y, sin embargo, esa tristeza de la melodía no me invade del modo en que habitualmente lo hace. Me aísla, sí, que es de lo que se trata, me tranquiliza, ayuda a que me concentre, pero nada más.
Para ser justos con lo que vengo escribiendo en estos días de atrás, he de volver a referirme a la etapa de hoy del Tour de Francia. Supongo que será la última, pues no se espera que mañana traiga nada especial, salvo la confirmación de los resultados que ya se han fijado hoy después de la contrarreloj.
Usando el retrovisor, pues, la etapa del jueves, por la que empecé esta especie de miniserie sobre esta competición, adquiere una mayor trascendencia y es necesario revisarla o matizarla en un sentido en que a penas incidí, aunque creo recordar que algo apunté. Cadel Evans comprendió que para optar a ganar el Tour tenía que dar la cara y cargar sobre sus hombros la responsabilidad de lo que sucediera. Si Contador no hubiera flaqueado aquel día, quizá el australiano habría continuado con su eterna táctica de correr enmascarado, a la sombra, casi como un parásito. Y digo que actuar como lo hizo, lanzándose al galope tendido por las laderas de ese monte que parece territorio lunar, le ha concedido hoy la opción de vestirse de amarillo. Esa misma actitud valiente, decidida, casi feroz y de una fortaleza llamativa, la mantuvo en Alp D’Huez, aunque esta vez con más ayuda.
Pero esta lectura también es incompleta.
Conviene que me detenga en el gran derrotado. Andy Schleck ha caído hoy estrepitosamente en un territorio que no es el suyo, pero con más flaquezas de las que cabía esperar. Es verdad que la renta sobre el australiano era demasiado escasa, cincuenta y siete segundos, y por tanto cabe suponer que en su caso la tensión le ha atenazado más de lo que cabía sospechar. Pero me parece que no sólo eso. Creo que el esfuerzo y la tensión de estos días se han cebado en su organismo con más saña que en otros competidores. Quizá ahora se arrepienta de su gesta. Quizá ahora preferiría no haber escrito una página tan gloriosa. Con los años –estoy seguro- estas tres etapas formarán un único relato en tres partes y unos podrán hablar de injusticia o de ausencia de justicia poética y otros dirán que, por el contrario, se ha hecho perfecta justicia.
Y de nuevo, mi admiración a Alberto Contador que en una nueva demostración de pundonor, amor propio y visión de futuro o aviso a navegantes, se ha sacado una contrarreloj de las piernas inusitada para su situación particular en el Tour de este año. A la vista del resultado final, se podrían hacer muchísimas conjeturas. No es lícito hacerlas, puesto que cada lance de la carrera suma o resta para todos. Un año se caen unos y se retiran lesionados, otro año es otro y la rueca gira y gira. Lo importante, lo que hace campeonísimo al madrileño, es el modo en que afronta su tarea. Hoy, cuando se jugaba menos que nadie en la etapa, sólo ha sido superado por Evans (en puridad también por Martins que ha vencido la etapa, pero él no contaba para clasificación definitiva). Y al final de la etapa ha declarado que estaba muy fatigado y que le ha costado…, pero ha quedado tercero, a menos de medio minuto del australiano... No, no haré conjeturas, pero ahí están los datos, para quienes quieran mirarlos.
Como le he escrito en un tuit que no me va contestar (es imposible que pueda responder a los cientos que habrá recibido), es un ejemplo más allá de la bicicleta. Si todos en nuestra tarea fuéramos capaces de continuar adelante con ese pundonor y esa fuerza, incluso en los malos momentos, dejándonos el alma en lo que hacemos, aún a sabiendas de que la gloria se la llevará otro, probablemente el significado vital de la palabra fracaso sería bien distinto.
Tengo la intuición, de que el fracaso es no dar todo lo que tienes dentro a sabiendas de lo que dejas en el interior. O dicho de otro modo, el éxito o el fracaso no se miden por resultados, sino por actitud, dedicación, profesionalidad. Lo otro, es decir la materialización de semejante laboreo, no dependen sólo de uno mismo, hay otras circunstancias que también ayudan o entorpecen. Sinceramente creo que ciertos deportistas pueden ayudar mucho, si se es capaz de ir un poco más allá del mero resultado, lo cual es un deseo bastante utópico, puesto que al resto lo que le importa es precisamente lo contrario: obtener la victoria, el cómo importa bastante menos…
Unas horas después de la contrarreloj, ha llegado la noticia, como si fuera la otra cara de la noticia: han encontrado el cadáver de Amy Winehouse en su casa de Londres. Parece que murió ayer.
Ella había obtenido el éxito gracias a su prodigiosa voz, pero su vida era el fracaso más total y absoluto. No voy a reproducir todo lo que ya se sabe de sus excesos con el alcohol y las drogas. Cumplió la máxima del mundo del rock and roll, de morir joven para hacer un cadáver bonito. Una lástima que esa voz se haya perdido. Otro modo de vivir el éxito, de entender la vida y su propia profesión.
Ahora son fáciles los chistes macabros y hacerse cruces sobre su vida; así que mejor contemplar en silencio la soledad y el modo tan terrible en que ha concluido su existencia, probablemente atormentada. Nunca he seguido a esta chica más allá de las noticias que saltaban casi a las páginas de sucesos, pero por lo poco que sé, representa el caso contrario al que venía escribiendo…
Pero el día ha dado, sobre todo para reflexionar sobre las razones que pueden anidar en el corazón de un ser humano que es capaz de asesinar a tantas decenas de personas, sólo porque el odio a determinadas ideologías o creencias había imperado en su corazón de intransigente.
Que haya sido en Noruega, que haya sido contra jóvenes militantes socialdemócratas, que se esté diciendo ahora mismo que este hombre, además de loco, formaba parte de algún grupo ultra cristiano que está en contra del Islam, sólo añade más zozobra.
A veces uno piensa que este mundo va a naufragar de un momento a otro; pero tantas veces ha estado a punto de hacerlo y no ha sucedido lo peor, que aún nos queda la esperanza. Sin embargo para noventa y dos personas ya no queda nada en este mundo, sólo el recuerdo en la memoria de sus seres queridos. Alguien se los ha llevado por delante con la excusa de pertenecer a un grupo político que aboga (al menos en teoría) por la convivencia pacífica de todas las religiones, razas e ideologías.
Esperemos que el ejemplo no cunda, aunque tengo mis dudas.
A pesar de todo, nos siguen quedando los jóvenes. Ahora mismo en Sol se celebra una multitudinaria asamblea con todos los que marchantes –como a sí mismo se denominan- que han llegado desde todos los puntos de España.
Si el mundo tiene alguna solución está en jóvenes como estos o en jóvenes como Contador, en jóvenes que miran hacia delante, porque lo que más importa está en hacer bien las cosas, no en el resultado inmediato. Jóvenes que creen firmemente en que el mundo no sólo puede ser mejor, sino que para ser mejor tiene que ser muy distinto a como lo conocemos. Y el primer cambio está en valorar al ser humano por lo que es, no por lo que tiene o por lo que consigue. No sólo importa qué cosas se hagan, sino cómo se hagan. Y ellos nos están dando lecciones, porque antes que la mayoría pretenden el acuerdo, porque antes que vencer, procuran convencer.