Cómplices

Lunes, 1 de agosto de 2011

Ayer hice una referencia a vuelapluma al premio que le han concedido en Austria a Javier Marías. No es que me interese este premio ni más ni menos que otro tipo de galardones o reconocimientos, el caso es que me llegó la información a través del mail y como uno tiene el vicio de leer todo cuanto le llega, le eché un vistazo.
Me encontré, en primer lugar, con lo que ayer referí sobre la soledad que el escritor necesita para enfrentarse consigo mismo y contar el mundo a los demás. Esa soledad que supone –doy por supuesto- el silencio necesario que ayude a la concentración. Pero no es de lo único que habló el madrileño en su discurso. También habló de la lengua, del idioma y comentó algo que viene a ser un ataque indirecto a la línea de flotación de buena parte de la literatura actual. Copio, tal cual, lo que se transcribió en el artículo que me llegó:
“Y con sarcasmo agregó que «la lengua es un vehículo, una herramienta, nunca un fin en sí mismo (...) No es un factor determinante, quizá sólo para algunos escritores ornamentales que, por ejemplo, en español, parecen esperar que los lectores griten 'olé' después de cada frase explícitamente elegante»".
Es una idea que, por una parte, es un brindis al sol, pues más de una página del novelista se podría catalogar bajo ese tipo de literatura que aparenta despreciar en esta afirmación y, por otra, tiene vocación de postulado, es decir, una de esas aseveraciones que podrían formar parte de un decálogo sobre la literatura. Pero, sobre todo, me parece que es un modo de decir qué material escrito considera literatura o simple ejercicio de decoración.
Lo cierto es que en muchas ocasiones me he hecho este tipo de planteamientos, sin la brillantez del señor académico. A veces creo que los caminos confusos y convulsos de la literatura desde las llamadas vanguardias, pero sobre todo, desde el final de la II Guerra Mundial, nos han llevado a un lugar sumamente extraño.
La falta de referencias, o dicho de otro modo, que la única referencia válida en el arte sea el propio sujeto, activa posibilidades que en otros tiempos eran impensables, pero que hoy son necesarias. Si a esto se añade que la antigua clasificación de los géneros ha sufrido el derribo de sus fronteras, no es de extrañar –o al menos a mí no me extraña- que la carga personal de la poesía, incluso el aspecto protagónico del poeta –cultivado desde siempre- recale sin mucho pudor en la narrativa. De ahí a dar otro paso más, es decir que la propia materia prima con la que trabaja el autor sea la esencia del hecho literario, no queda nada o casi nada. Llegados a este punto me pregunto si este tipo de textos se deben a una profunda necesidad o son simplemente la demostración de un ejercicio pirotécnico, como un grito desesperado para que alguien vea que tal o cual escritor sabe, efectivamente, escribir y que está libre para poder decir algo en cualquier momento.
En el fondo, todo esto no deja de ser un episodio más de la imparable evolución del arte a lo largo de la historia. A nosotros nos ha tocado esta época, como en otro momento optaron por el Neoclasicismo, tras la saturación y el cansancio que el barroco -transmutado en cargante rococó- supuso para la sensibilidad. Cuando un movimiento o estilo artístico ha alcanzado su esplendor máximo, ha llegado, siempre, la encrucijada, el instante de decidir qué vereda se transita. Y en ese tiempo decisivo se suelen producir obras manieristas sin disimulo, o sea, aprovechamiento hasta la exageración de los recursos de un estilo para elaborar obras cuyo único fin, en el fondo es… la mera vistosidad decorativa.
En el caso de la narrativa cuando se llega a la conclusión de que la voz narrativa ha de ser la primera persona, puesto que nadie es capaz de ser ojo de dios que ve todo cuanto está dentro y fuera de todos los protagonistas de su relato, se está llamando a la puerta de confundir esa voz narrativa, con la propia voz de quien escribe, o sea con el propio autor. Y son los escritores, quienes fueron cayendo en esa tentación incluyendo en sus textos partes autobiográficas contadas por sí mismos desde su propia perspectiva. Es decir, el autor pasa a ser personaje del libro visto por sus propios ojos. En este instante ya estamos colgados del abismo. En general, salvo excepciones, la vida de los escritores no es una vida de relato. En todo caso siempre ha existido el género de las memorias, o incluso éste del diario, para que el autor sea la perspectiva del texto. Pero con ser esto ‘arriesgado’, no es el verdadero peligro, sino que a la postre uno acaba hablando de lo que tiene en su interior, y el idioma es lo que el escritor tiene, con lo que caer en esa trampa es más bien sencillo.
Sin embargo me sorprende, que un traductor de su prestigio y buen hacer, sostenga que la lengua no es un factor determinante. Es verdad que lo básico no depende del idioma en que se diga, pues lo básico es universal y, por tanto, en cualquier lengua que se exprese será entendido e incluso traducible a otros idiomas. Pero, si es verdad esto que digo, tampoco es mentira que los diferentes modos de decir que tenemos los humanos determinan y configuran la propia personalidad, no ya de un individuo, sino de un montón de individuos, e incluso del modo en que se enfrenta o se explica el universo. Quizá se trate la suya de una afirmación categórica que conviene expresar de ese modo, para llamar la atención sobre el tema, y procurar una suerte de reflexión, aunque me imagino que tal cosa no se habrá producido, y él mismo, quizá sin saberlo, dio la razón:
“El también académico de la RAE trató sobre el tiempo actual, en el que la inmediatez se impone hasta el punto de que «todo es viejo en el momento en el que nace»".
Y creo que en esto tiene toda la razón, y no puedo estar más de acuerdo con él. A tanto llega la cuestión que son los propios periodistas quienes, en muchas ocasiones, convierten en noticia lo que aún no ha sucedido, por lo que cuando ésta se produce, nada queda por decir, es como si ya hubiera nacido una criatura desgastada, como anciana.
Más aún, la prevalencia de lo inmaterial –a través de su manifestación digital o virtual- añade a esa característica de vejez prematura, la sensación de inexistencia, casi de muerte. ¿Qué vamos a legar a nuestros herederos en el planeta de esta época?
Se tiende a confundir todo... Un vehículo de comunicación se convierte en una biblioteca y tal cosa chirría al entendimiento... Un vehículo de comunicación se convierte en protagonista de la propia comunicación, y tal cosa también chirría en el pensamiento... Un vehículo de comunicación no puede ser medio, fin y protagonista, acabaremos enloqueciendo… o siendo vehículo de comunicación que no comunique nada.