Cómplices

Lunes, 22 de agosto de 2011

Retornar a la vida cotidiana, a veces es matar un sueño. Aunque en otras ocasiones, era salir vivo de una pesadilla. El tiempo, esa carrera de instantes que se convierten en cadáveres a nuestras espaldas mientras suceden, discurre de manera muy extraña… Y no hace tanto, ayer a penas, aunque esté ya tan lejos ese pasado, un día como hoy era un día de alivio, aunque a mi alrededor tuviera que disfrazarme con la careta de la resignación. Pero ya no me tengo que poner ese antifaz que, para mi fortuna, quedó arrumbado, junto a esos ataúdes de segundos que dejé tras de mí hace casi seis años.
¿Entonces, quién conoce a nadie?
¿Reconocemos nuestra propia esencia? ¿Somos el mismo siempre, o siempre cambiamos…? ¿Somos lecho por donde transcurre el agua del río? ¿Quizá somos el agua que viaja sobre ese surco abierto en la tierra…? ¿Somos parte del tiempo o vivimos a bordo de sus estancias? ¿Somos piedras o somos gotas?
No son preguntas nuevas ni para el ser humano ni para mí. Me repito, me repito. Uno de mis primeros poemas ya transitaba por estos derroteros: Nuestra vida es pasar, como el agua / mas también es quedar como la piedra. Así acababa Río y piedra.
Pienso que nuestra vida consiste en intentar resolver un enigma (quizá cada uno tiene el suyo, quizá cada uno nace con una pregunta labrada en el corazón), y el día en que sabemos la respuesta, justo es cuando alcanzamos el final. Y cada ser humano, además de esa pregunta grabada en el corazón, dispone de herramientas adecuadas que desbrocen las sendas hacia la respuesta. No es la misma herramienta. Tampoco hay utensilios mejores o peores. Todos son necesarios y todos sirven, salvo que uno no empuñe los que le corresponden y se empeñe en el manejo de otros ajenos a sus manos.
Sé que soy una gota de agua, a penas una nota en una fuga o en preludio, pero estoy convencido de que esa nota es necesaria para que el conjunto de la obra sea tan hermoso como el compositor plasmó en su partitura. A veces, ni siquiera estoy seguro de no ser la oquedad de un silencio de semicorchea o semifusa, mas tan leve silencio es tan trascendente, tiene tanta importancia, que intento apurar mi tarea y cumplir bien con mi laboreo, para que la melodía no cojee, ni siquiera en el pequeño compás donde me escribieron.