Cómplices

Domingo, 11 de septiembre de 2011

Hay determinadas fechas que inundan el calendario de sangre y de muerte. A veces, incluso, de dolor. Pero detrás de tanta sangre, destrucción y muerte –incluso tras el dolor- debería darse paso a la reflexión o, al menos intentarlo, aunque no es precisamente la mejor situación para hacerlo. Soy consciente.
Sin embargo, lejos de ello, a lo que se suele abrir la puerta es al miedo o al pánico colectivo. Pensar con miedo, muerte, dolor y pánico esparciéndose como aceite por el tejido neuronal no es lo más adecuado. Con tantas sustancias perniciosas, el pensamiento sale contaminado de prejuicios, perjuicios y ataduras.
Al final uno tiene la sensación de que el pensamiento propio es impostado, prefigurado por otras mentes ajenas a uno mismo y que de algún modo estaba presto a salir a la primera ocasión propicia. Lo más probable es que me equivoque, pero no puedo dejar de pensar que los poderosos de esta parte del Planeta necesitan tener un enemigo a quien oponernos, necesitan que nosotros, los pobres individuos, odiemos. Nuestro odio es su victoria. Sin enemigo –parece que piensan- el mundo no puede girar, o si gira lo haría sin conflicto y sin conflicto no son nadie, porque no nos podrían atizar con el miedo en las meninges.
Porque ellos son propietarios del miedo. El miedo es uno de los negocios más lucrativos que existen. El que más. Y tiene muchas variantes, pero siempre la misma esencia.
Con nuestro miedo se enriquecen, aumentan su poder, extienden su dominio sobre nuestras vidas. Ante el miedo somos capaces de ceder en casi todo. Y ante el miedo absoluto, o sea el miedo a la muerte, lo cedemos todo. Con que ellos, los poderosos, nos garanticen la existencia o la supervivencia nos conformamos y seremos capaces de darles cuanto nos pidan. Nos conformaremos con lo elemental nacer, comer y reproducirnos. Sobreviviremos, sí, ¿pero eso es vida? La fórmula es sencilla, se trata de una progresión: Cuanto más miedo colectivo, más medidas de seguridad (en progresión geométrica directa), es decir menos libertad (en progresión geométrica inversa)… Pero no sólo se trata de medidas exteriores, perfectamente mensurables, que son evidentes y se nos vienen a la mente de inmediato, sino que crecen exponencialmente las adhesiones inquebrantables a una causa, y decrece, también exponencialmente, la capacidad crítica. Conclusión su margen de maniobra impune se acerca al infinito, obteniendo, de paso, lo que pretenden.
Administrarnos el miedo es su consigna.
No ha cambiado tanto esta especie. En el medievo los señores feudales obtenían todo lo que necesitaban de sus vasallos a cambio de una protección más o menos eficaz. Por eso a la nobleza feudal no le interesaban las ciudades –los burgos- ni los ciudadanos, puesto que allí todo empezaba a ser distinto y los gremios profesionales eran capaces de organizarse por su cuenta. La mafia siempre (antes y ahora) se ha enriquecido del mismo modo: a cambio de cierta cantidad de dinero o de especies garantizan la seguridad de los negocios; si algún intrépido osaba no cumplir con esa norma, la propia mafia se encarga de explicar en qué consistía la indefensión…
Hay tantos ejemplos de lo mismo que me aburro.
No es que en otras civilizaciones del planeta ocurran cosas muy diferentes. Los mecanismos de los poderosos son iguales en todas partes. Supongo que en otras culturas es aún peor, pues ni siquiera el nivel formal de libertad presenta un mínimo equiparable al nuestro, que deja aún bastante que desear. Allí, más aún que aquí, el miedo se reviste a toda velocidad de fanatismo e intolerancia.
La confrontación está servida.
Los poderosos (de acá y de allá) se frotan las manos, el resto de individuos (de acá y de allá) nos revestimos con las ideas que nos han inoculado dispuestos a ser víctimas o mártires: sangre, destrucción y cadáveres.
Y entre nosotros, como si nos fuera la vida en ello, aún discutimos si se trataba de galgos o eran podencos, o nos distraemos descifrando el sexo de los ángeles o vitoreamos a los gladiadores que dan patadas a un balón –o lo intentan-. Entretanto ellos fabrican, experimentan y venden armas. Entretanto ellos, a cambio de unas monedas y una promesa, satisfacen nuestros instintos con carne encarcelada en el dolor y la miseria. Entretanto ellos, desde enmoquetados despachos, mueven barcos cargados de alimentos sin que atraquen en ningún puerto, consiguiendo, con ese simple gesto, que el precio suba y el hambre crezca. Entretanto ellos invierten en investigaciones farmacéuticas para enfermedades que existirán cuando decidan. Entretanto ellos creen en su propia eternidad y cuando mueren –pues también mueren, aunque tal cosa les enerve- consiguen que su dolor sea el nuestro, ya que sólo su muerte es la que existe, o al menos la que cuenta.
El miedo es libre, como los versos, pero no conduce hacia la luz, sino hacia las cavernas.