Cómplices

Lunes, 12 de septiembre de 2011

Hoy he leído en El País un resumen de una declaración de la asamblea de teólogos Juan XXIII. Por una vez he tenido la levísima satisfacción de no sentirme un francotirador romántico y solitario, o un vocero en medio de un desierto en una madrugada sin luna y sin estrellas.
El centro de su tesis se resume en este párrafo, probablemente demasiado empobrecido por fuerza de la concisión y la escasez de espacio con la que contaba el periodista:
(…) Lo que está quedando claro en este congreso es que los fundamentalismos son un fenómeno cada vez más extendido y que se apropia de todas las parcelas de la sociedad, como puede comprobarse en el crecimiento de los partidos xenófobos, en el fanatismo de los líderes religiosos que queman libros o execran del laicismo, y en los atentados cometidos en nombre de Dios. Aunque los fundamentalismos no están en la naturaleza original de las religiones, son hoy una de sus más graves patologías.
Lo más normal es que me sintiera satisfecho o aliviado más de lo que lo estoy, al ver reflejado mi propio pensamiento en estas afirmaciones y, sin embargo, no sucede de este modo. Más bien me siento como un pájaro herido en sus alas, un pájaro que no puede volar.
La última frase es demoledora y se me ha clavado muy adentro, porque viene a subrayar algo que no he sido capaz de expresar. Podría decirse de otro modo más lapidario aún y así la he entendido: una de las enfermedades más graves de la religión (de las religiones) ocupa el corazón y la mentalidad de los dirigentes de los destinos de la mayoría de sus fieles.
De algún modo parece tener que ver con lo que ayer mismo anotaba. El miedo otorga poder a los intransigentes que por definición huyen del matiz, la discrepancia, el diálogo, la convivencia plural. Puesto que permitir el matiz, escuchar la discrepancia, abrir el diálogo y convivir con quienes piensan distinto es abrir a la mente y al corazón la posibilidad de que nuestra verdad no es la única posible, o no es toda la verdad, o no es el único modo de expresarla. De algún modo es como vivir en la frontera. Y en la frontera siempre se producen intercambios y todo se relativiza, salvo que ese territorio se convierta en territorio de trincheras.
Son tiempos difíciles para la verdadera espiritualidad, porque son tiempos difíciles para el matiz. La religión, desde la perspectiva de los clérigos que forman las diferentes jerarquías, no aboga por la comunión sino por la uniformidad sin fisuras, porque su verdadera pretensión es mantener sus cotas de poder. Desde siempre religión y espiritualidad han estado, sino enfrentadas, separadas.
Repasar la lista de los distintos místicos y ascetas de las diferentes religiones y descubrir persecuciones, condenas, sospechas, encarcelamientos, censuras, torturas, ejecuciones, excomuniones, etcétera, etcétera es todo uno. La espiritualidad, necesariamente, conduce hacia el crecimiento del individuo, hacia una toma de conciencia muy singular que le hace formar parte de la creación, pero no a cualquier precio, puesto que cada experiencia es personal, íntima, casi intransferible. Por el contrario la religión persigue como principio activo la obediencia a unas normas cuya redacción y permanencia en muchos casos –más de lo que se piensa- podrían ser de dudosa legitimidad. Y sin embargo el paso del tiempo –a veces los siglos- ha venido a dar la razón a los primeros. Aunque en muchos casos no hayan vivido en persona la confirmación de sus descubrimientos, hoy son aceptados, asumidos e incluso pregonados…
No deja de ser un poco patético, por ejemplo, que alguien que fue perseguido y encarcelado por miembros de su propia orden, tenido incluso por muy próximo a la herejía, hoy sea santo, doctor de la iglesia, patrón de los poetas y en muchos casos no se caigan sus versos de los labios de los papas…
Centrándome en la Iglesia Católica –al fin y al cabo la parte de las religiones que mejor conozco- no deja de ser significativo que muchos obispos más que expertos teólogos, abnegados pastores, profundos orantes o hábiles catequistas, sean especialistas en derecho canónico.
Tampoco deja de ser casual que este movimiento integrista –por tanto excluyente, violento y tendente a la separación- coincida con rebrotes xenófobos, ultranacionalistas en lo político y con un neocapitalismo salvaje y deshumanizador en lo económico, puesto que lo único que importa es el dinero y poco o nada el ser humano…
Pero al mismo tiempo –y a pesar de todo- el mundo, una parte del mundo, es como si estuviera preñado ya de un mundo nuevo. Son tiempos difíciles, pero cueste lo que cueste, al final seguiremos caminando en pos de la luz que siempre tiene que ver con la libertad y con la verdad. Y pese a quien pese, la verdad está mucho más diseminada de lo que a algunos cobardes les gustaría. Porque al fin y al cabo la intolerancia –y creo que me repito en exceso- es una de las pruebas más evidentes de miedo. Y el miedo es uno de los sentimientos que inhabilita al ser humano hasta la castración moral, ética e intelectual.