Cómplices

Viernes, 9 de septiembre de 2011

Espero las noticias. Estoy más pendiente del sonido del teléfono que de otra cosa. No quiero ser yo quien interrumpa el momento especial que se estará viviendo a esos miles de kilómetros de distancia que nos separan o nos unen –esto siempre es relativo, esto siempre es según se mire- con Los Cristianos en Tenerife.
Me gustaría estar allí, lo vengo diciendo en los últimos días; pero cuando las circunstancias se sitúan de este modo, mejor no darle más vueltas al timón que dirige la cabeza.
Y todavía con más motivos, cuando desde hace un par de días sé que la mayoría había pensado que al final me decidiría y que aparecería por allí, dando una sorpresa general...
* * *
Entretanto he vuelto a la novela como quien vuelve a un territorio conocido y amistoso. A pesar del tiempo transcurrido desde el día en que la abandoné –¡tantos  años!-, la primera aproximación no ha parecido complicada, pero barrunto que el trabajo será largo y quizá más duro de lo que se podía imaginar. Intuyo que para poderla concluir sólo existe una medicina o fórmula o estrategia: docilidad con los personajes y la historia. Continuar con ella ejerciendo el papel de amanuense, que es el papel que me han asignado en esta historia. Y no aspirar a más, al menos en esta primera fase.
Nunca sé, nunca estoy seguro de haber encontrado la clave adecuada que pueda convencer a algún editor para que se decida a publicar la obra. Cuando acabé Gorrión de invierno ni siquiera hice ademán de enviársela a nadie. ¿Para qué? Sólo con mirar el número de folios bastaba para comprender que todo aquello era inviable. Con ésta, me parece que voy por el mismo camino, o peor aún. Pero a medida que pasan los días, uno va comprendiendo y asumiendo el lugar que le corresponde en este complejo y acerbo ecosistema que, para entendernos llamamos mundo editorial, pero se diferencia poco al de una selva o un desierto o cualquier otro territorio hostil, donde sólo sobreviven las especies más fuertes y mejor dotadas. Y a medida que todo ese proceso de interiorización avanza y se asienta en mis entrañas, comprendo que la publicación de una obra a través del circuito clásico es una trampa en la mayoría de los casos, y puede suponer un dispendio de energías que acaban por desgastar e incluso arruinar demasiadas cosas, y no hablo de dinero precisamente, sino de afectos que es más importante y más doloroso.
Escribir y guardar sigue siendo –según mi percepción, que no considero dogma de fe- una sandez importante, pero siempre se pueden encontrar otras vías para compartir con lectores, que es de lo que se trata en este laboreo, y no precisamente la de beneficiar a los que menos participan en la tarea de la escritura de un libro, pero son quienes ponen en contacto al lector con la obra.
Perdón por esta digresión que aún no sé muy bien por dónde me ha salido. Iba a decir que como tampoco estoy seguro casi nunca del final de mis novelas, me es imposible intuir cuánto falta para cruzar la línea de meta en este caso. Ahora mismo apostaría que no he alcanzado ni la mitad de la novela, o transito esa zona, como mucho.
Una locura.
Pero sé que tengo que acabarla.
¿En unos meses, en unos años…?
…Mejor ni pensarlo. Repito –me repito-: he de ser dócil. Y esto lo digo, porque sin haber llegado a concluir el primer borrador será difícil que pueda intentar siquiera pensar en nuevos proyectos, salvo que uno de ellos caiga en mi imaginación como un meteorito repentino, sólido, inapelable e inaplazable.
Sólo me ha pasado tres veces, y sé distinguir esa sensación de cualquier otra. No es inteligente el autoengaño, aunque en demasiadas ocasiones nos dediquemos a él con verdadera fruición. Para esto somos muy infantiles, y con tal de ganar haciendo un solitario, somos capaces de hacer trampas, y miramos a otro lado, como si no lo hubiéramos visto. Por eso, porque no quiero hacerme trampas, sé que esta novela es un camino, quizá el camino del que menos sé a dónde me lleva de todos cuantos he transitado hasta hoy.
Aunque uno juegue en las divisiones inferiores, también se siente muy bien cuando gana partidos y cuando parece que su afán agrada.
* * *
Al final –uno es como es- he llamado por teléfono a mi hermano y he hablado con él y con unas cuantas amigas más… Sólo me ha faltado ver las sonrisas de cuantos han conversado conmigo. Todo ha ido estupendamente y lo están pasando muy bien. La exposición ha gustado, ha impactado. No soy nada objetivo en este asunto –quiero decir que soy menos objetivo aún que lo que suelo-, pero no era complicado que tal cosa sucediese.
También lo he escrito en estas páginas: aunque fuera aún sin enmarcar pude contemplar cada uno de los cuadros que ahora cuelgan en unas paredes tinerfeñas y puedo atisbar por dónde van las reacciones de quien las contempla en este instante.