Cómplices

Domingo, 16 de octubre de 2011

Anduve ayer enfrascado en lecturas. Hacía tiempo que no dedicaba tantas horas seguidas a una novela. Y acabé un poco cansado. Mejor dicho saturado.
Y no es que me haya saturado porque no me guste o me disguste (sobre asunto hablaré en otra ocasión, si es que viene al caso), sino que probablemente se trata de haber perdido algo de costumbre.
Algo similar a lo que sucede con muchos espectadores que no acuden a una sala de cine con frecuencia. Se han acostumbrado a los ritmos truncados de la televisión que cada veinte minutos o media hora sitúa ante nuestras pantallas anuncios publicitarios, y ver una película de largo metraje toda seguida sin interrupciones –y más si es un poco larga- se convierte en un esfuerzo. Por suerte desde hace unos años la televisión pública emite sus películas sin estos hachazos.
Uno se ha acostumbrado en estos años a leer durante varias horas, pero contenidos, estilos, historias, incluso géneros diferentes. Y fijar la atención en una sola historia cuesta trabajo, sobre todo si no termina de enganchar.
Podría suceder que ciertas cosas que antes me gustaban o me distraían más, ahora no lo hacen tanto. Uno va cambiando con los años. Esa evolución natural, o (también podría ser) esos gustos que aparecen, desaparecen y reaparecen tan caprichosamente.
Por otro lado estuvo bien y fue casi divertida, la sensación de volver a aquellos años en que no había nada más importante que leer lo que uno tuviera entre manos, sin que otra preocupación u otro interés trastease como un niño travieso por el interior.
La vida se complica por momentos. Por momentos todo se convierte en una tarea incesante, que también es divertida y de la que uno se enriquece cada día, pero que algunas veces requiere de una pequeña cesura, al menos una tarde.
*
Me acerqué, antes de las seis de la tarde donde el 15-M de Segovia tiene el punto de encuentro, o sea a los pies del Acueducto. No parece que hubiera manifestación en sentido estricto. Quizá sí concentración. Firmé pidiendo algo relativo al cambio en el sistema electoral. Es imprescindible modificarlo, pero a los afectados y los que viven lujosamente de todo este momio, no les interesa ese cambio, así que lo irán posponiendo, como quien pospone la visita al dentista, aún a sabiendas de que es necesario. Sólo se hará cuando el dolor de la muela sea insoportable. Entonces el paciente se lamenta y entona alguna jeremiada del tipo, ¿por qué no habré venido antes? El caso es que hasta que los propios políticos –e incluso los banqueros- se den cuenta que su avaricia y su desidia también se vuelve en su contra y sean engullidos por el cáncer sistémico, los que pueden hacerlo se conformarán, en el mejor de los casos, con alguna medida decorativa, una especie de fotografía para la posteridad, con poco más calado. El caso es que firmé. ¿Cuántas firmas...? ¿Sirve de algo firmar tanto...? ¿Alguien se toma la molestia de leer quiénes firman cada reivindicación...? Mi amiga B. opina que sí, que sí que se leen, que son una buena medida de presión. Pero soy muy escéptico. Cada día más. Cada día estoy más convencido de que el verdadero cambio –si es que alguna vez s produce, y mirando a la historia, no soy especialmente optimista- sólo vendrá a través de los cambios personales. No se puede pretender avanzar en la solidaridad, en la justicia, en la economía sostenible, en el cuidado del medio ambiente, si uno no es más solidario, más justo, etcétera…
Alguien me contaba que lleva unos meses pasándolo mal con unos vecinos. Parece que estos vecinos tienen un cachorro de gato en casa. Y que el cachorro es muy juguetón, como todos los cachorros. Hasta ahí todo perfectamente normal. Parece que uno de los divertimentos del minino es perseguir cualquier cosa esférica que ruede. Hasta ahí todo normal. El problema asoma cuando uno se entera de que lo que le ofrecen para que el felino se distraiga es una bola que podría ser –por el ruido- un rodamiento de acero, o algo así. Vaya. El problema se acrecienta cuando nos enteramos que la hora del juego es a partir de las dos de la madrugada. Pues sí, qué horas. Para que se comprenda mejor, he decir que los afectados por el ‘rodamiento’ tienen que levantarse a las siete de la mañana. Uno piensa algo así como, ‘Bueno si subes a su piso y se lo cuentas, seguro que todo se arregla civilizadamente’. Pero la idea casi no termina de formularse, porque tu interlocutor te dice –como si leyera tu pensamiento- que ha subido tres o cuatro veces en el último mes y que no le hacen ni caso. Empiezas a esbozar una teoría sobre la personalidad de esos vecinos –es inevitable-, pero tampoco te da mucho tiempo, la historia concluye con una frase: ‘Son una parejita de los que están con el 15M’.
A esto se le llama misil sobre la línea de flotación.
Ya sé que es un caso aislado y que nada tiene que ver con el movimiento en sí mismo. A uno le sigue costando bastante trabajo pensar que alguien que se siente indignado por el funcionamiento de esta sociedad, se comporte con un mínimo de convivencia con sus vecinos. Pero si uno no es capaz de ese mínimo de coherencia personal, es difícil que todo esto lleve a alguna parte.
Por lo que se dice en la prensa, hubo manifestaciones muy concurridas. Incluso en Roma un grupo sospechosamente bien organizado reventó la manifestación al entrar en medio de ella sembrando violencia, destrozos y confusión.
Parece que ha prendido una llama. No sé si será efímera, pero la mecha ha brotado. El ser humano, nuevamente –como tantas veces a lo largo de su milenaria historia, pues tampoco estamos inventando nada nuevo-, se vuelve contra el tirano que lo esclaviza. En este caso es un movimiento global –o eso parece-.
Entretanto el gato sigue persiguiendo su rodamiento de acero en medio de la madrugada.