¿Cómo surgirán estas palabras de hoy...?
Ahora que la emoción es lava incontenible, ahora que soy territorio de una convulsa sensación que hacía tiempo no sentía, no sé si voy a ser capaz de hilar un pensamiento con otro.
Hay instantes en la vida que sólo merecen ser pagados con lágrimas que se lleven por delante toda la miseria, todo el dolor, todo el sufrimiento, toda la agonía padecida.
Es muy recurrente en estos tiempos críticos intentar resolver los problemas del mundo eliminando todo lo que es superfluo, todo lo que no ‘sirve’ para nada, aquello que representa esquilmar los billetes de los monederos.
La primera víctima es el arte. Y si el arte se escribe con mayúsculas más aún, porque está lejísimos de lo material, porque sólo sirve para hacernos sacramento de lo más hondamente humano que es, justamente, lo menos tangible, lo menos contable. Luego llegará la sanidad, más tarde la educación…
Hablaba con una buena amiga hace un par de horas de la necesidad que tiene el género humano del arte, de cualquier manifestación artística. Me decía ella que no se podía imaginar el mundo sin arte, más aún, comentaba que si el mundo está como está, no se podía ni imaginar cómo sería sin arte. Por mi parte le he argumentado que el mundo ha llegado a donde ha llegado precisamente por el arte, porque el ser humano es así, porque el ser humano es incapaz de existir y avanzar si no pone en juego cada uno de sus talentos o capacidades. Al igual que ha sido posible que una máquina surque el aire, e incluso atraviese la atmósfera para recorrer un ínfima parte del Universo, así nacieron las manifestaciones creativas. Por más que intenten desprestigiar por ‘inservible’ al arte, cualquier actividad creativa surge empleando el cerebro, aunque se utilice de otro modo, aunque se apele a la emoción, al corazón, al sentimiento.
El arte forma parte de nuestra esencia de tal modo que no se puede extirpar, por mucho que las finanzas digan u opinen lo contrario.
Y justamente, nada más colgar el teléfono y volver a sentarme ante la pantalla del ordenador, he leído un mail enviado por un amigo que me sugería que escuchase algo que había enlazado… Lo he hecho y allí estaba el primer movimiento del concierto para violín de Tchaikovsky, como parte de la escena final de la película El concierto.
Y sus notas han entrado en mi corazón como un abrazo de perdón, como si un vendaval de misericordia viniera a rescatar mis miserias, como si fuera posible levantarse por encima de cualquier dificultad… No sé explicarme mejor. No sé cómo dejar anotado que en esa melodía se enlazan el dolor y la alegría, la melancolía y el optimismo, el sufrimiento y la esperanza, la tempestad y un horizonte sin límites, hialino y puro. En esos minutos de conversación/reflexión/discusión entre el violín solista y la orquesta he sentido la inmensa soledad de cada individuo de la especie que no se enfrenta al colectivo, sino que se expresa y se manifiesta y quiere ser él mismo sin dejar de ser parte del grupo. Soy único e irrepetible (en lo bueno y en lo malo), pero soy con vosotros, por más que busque la soledad y el silencio, sólo soy explicable junto a vosotros, no en contra vuestra.
Los acólitos bien pagados de este capitalismo salvaje en que vivimos pretenden arrojarnos a la cloaca del materialismo perverso y alienante. Como los acólitos del comunismo totalitario pretendieron arrojar a la humanidad a la cloaca del materialismo perverso y alienante, aquella vez anulando al individuo, a su libertad más íntima y personal. Pretenden extirparnos todo aquello que no tenga encaje en sus mezquinas y raquíticas teóricas económicas que nos llevan al reduccionismo de la ley de la selva, donde sólo sobrevive quien vence.
¡Mentira, hipócritas, asesinos, vendepatrias, alimañas, hijos desnaturalizados, mentira!
Nuestro anhelo no es sobrevivir, sino vivir. No queremos vencer, sino con-vencer.
No podréis contra el ser humano, salvo que lo destruyáis, destruyéndoos a vosotros mismos.
No podréis devolvernos a las cavernas, y si lo hacéis volverá alguno de los nuestros a recrear las paredes de Altamira y a encontrar en una caña el modo de imitar el canto de los pájaros. No destruiréis lo que nuestros predecesores consiguieron regando con sangre el tiempo de la historia. Somos humanos, no esclavos. A vuestro pesar, no somos androides que se levantan con el sol para trabajar y sufrir a cambio de una miserable soldada, cada vez más miserable. Somos, mal que os pese, como vosotros y nuestro corazón nos empuja a la libertad y a la belleza, porque somos una extirpe preparada para la belleza y la armonía, aunque vuestra mirada de topo venenoso no sea capaz de entender ni uno sólo de los versos que ha sido labrados en el silencio de la madrugada.
Y por mucho que lo pretendáis, salvo que acabéis con esta especie, estaremos siempre en pie, porque nuestro corazón, porque nuestro cerebro, porque nuestra sensibilidad nos mueve hacia la verdad.
La selva no es nuestro territorio, por más que allí deseéis empujarnos.
Es hora ya de arrojar de nuestro paisaje el miedo. Hemos nacido para ser eslabón en una cadena que crece hacia la plenitud de la especie en un continuo viaje interminable, y no podréis sajar la cadena. Somos más, somos mejores y, sobre todo, creemos en el ser humano y en su capacidad para mejorar cada día.