Cómplices

Viernes, 7 de octubre de 2011

Me di un plazo. Concluido éste, me otorgué una prórroga. El tiempo, la suerte, el azar, quizá mis decisiones erróneas, los latidos del corazón, esa roca inmensa que a todos nos convierte en Sísifo cotidiano –seamos o no conscientes de ello- me ha derrotado… No, la palabra no es derrota. No hay derrota. Tampoco victoria.
Es la vida simplemente que va regalándonos sus gollerías, aunque a veces pensamos que están rancias.
Soñar es gratis, se dice. Eso parece, pero no es así, no puede serlo. Cuando uno sueña y pone sus energías en que lo anhelado se torne realidad, la gratuidad ha desaparecido. Es difícil que algo se materialice sin invertir en ello. Es más, estaría por apostar que aquello cuya inversión no sea exclusivamente monetaria es lo más caro, porque es lo que más involucra.
Ahora toca el tiempo para no obcecarse, para despachar con calma los días y las noches, sus luces y sus sombras, para acunar cada instante a sabiendas de que este territorio es el que la existencia me ha regalado.
Quizá era una batalla perdida de antemano. Quizá planteé una estrategia inútil a sabiendas, como un mecanismo para encontrarme a mí mismo, para vivirme. Simplemente. Una vez que he encontrado mi lugar y quizá mi sendero, conviene andarlo con la frente alta, con la mirada serena y con el paso alegre.
Nada más. Caminar, simplemente, porque el camino se hace al andar…
*
Se suponía, porque casi siempre sucede, que el Nóbel de literatura de este año caería sobre un perfecto desconocido para el lector medio. Los expertos en quinielas habían dado sus nombres, pero la mayoría intuíamos que habría sorpresa.
Y la ha habido.
Pero en este caso, no sé por qué, desde el primer instante, cuando leí los primeros párrafos que me presentaban a Tomas Tanströmer no me pareció mal que se lo dieran a él.
No estoy diciendo que se lo merezca más que otros. Probablemente, no. Aunque siempre es muy relativo esto de los merecimientos que construyen los cimientos para este galardón. Cuando leí que entre los favoritos había un poeta sirio, tuve la intuición de que quizá este año ese conspicuo y extraño jurado optase por la poesía, aunque no fuese a Adonis (el poeta sirio).
He leído despacio, casi como saboreándolo, las cosas que se cuentan de él y las respuestas que da en una entrevista. Me impresionó (supongo que mi caso es generalizable) que su afasia y su hemiplejia no le afecten a la escritura, que es el mejor modo para comunicarse con el resto del mundo. Pero más me ha agradado descubrir la hondura en sus palabras aparentemente sencillas y directas.
Supongo que mañana o pasado mañana, casi nadie recordará este premio y este premiado. Supongo que su obra seguirá siendo una perfecta desconocida, pero quizá se convierta en una sorpresa. A lo mejor, en esta ocasión, más que un tributo merecido, o un apaño entre lo editorial y lo geoestratégico, se trata de descubrirnos a alguien que realmente merece la pena.
*
Terminaba estas líneas y me disponía a publicar lo que antecede cuando, al entrar en Internet para editarlas, he visto que esta mañana ha muerto Félix Romeo...
Hace más o menos un año, cuando el grupo de 7 plumas se había juntado por primera vez en Zaragoza, con motivo del I Recital de Narrativa Sé breve, la primera noche fuimos a celebrar nuestros encuentro junto con los anfitriones del evento, a una zona bulliciosa. La climatología permitía que la plazoleta donde aterrizamos fuera una gigantesca terraza de bar, aunque en realidad fueran tres terrazas. A la izquierda de la mesa donde me sentaba, junto a Anabel y José Antonio, si no me traiciona la memoria, había un grupo más numeroso que el nuestro. Reconocí al instante al escritor zaragozano. Justo la semana anterior había sido el entrevistador de uno de los encuentros del Hay Festival de Segovia (el que protagonizaron Kirmen Uribe y Santiago Roncagliolo). Además era un rostro relativamente popular, ya que había presentado un programa cultural en TVE La Mandrágora.
Me levanté a saludarle.
Su cara ancha me sonrió sin reconocerme, obviamente, aunque fui para él un rostro no del todo desconocido. Supongo que en principio imaginaría que algún zaragozano con el que se habría cruzado varias veces por alguna de sus calles, se acercaba a saludarlo. Le hablé de Segovia, del poeta vizcaíno y del novelista peruano y quizá me situó algo mejor en la memoria. En realidad quise hablarle de nuestro proyecto de novela (entonces aún era un proyecto, aunque estuviese próximo a la conclusión) y del recital del día siguiente. Ambas pretensiones –aunque lo intenté- cayeron en saco roto. Lo noté al instante. Luego mis contertulios zaragozanos me explicaron que justamente ese fin de semana había otro encuentro de escritores en la capital maña, y que el novelista era algo así como el buque insignia de todo aquello.
Con esa nueva información en el caletre, reubiqué por unos instantes al grupo que teníamos al lado. Y comprendí. La extroversión y la fama de FR lo convertían en el absoluto e incuestionable centro de aquella reunión. Demasiadas moscas revoloteaban alrededor del pastel, cada uno buscando la porción que le correspondiese.
Y me olvidé del asunto. Seguí a lo nuestro que era mucho más interesante, como enseñar a mis compañeros las rocas que Catherine me había traído desde Francia la semana anterior, minerales que tenían que ver con la trama de Oscurece en Edimburgo.
Esta mañana ha muerto con cuarenta y tres años. Un paro cardíaco le ha sajado de raíz sus sueños que, por lo que se comenta en la prensa, no eran pocos.
Al final ha muerto un ser humano cuya pasión era la literatura y que vivía en un corpachón abundoso, probablemente poblado por sueños y palabras. Más allá de escribir, uno le ha conocido sólo (y así le reconoceré siempre) como impenitente y agudo lector.
Mejor no martirizarse con abrumadoras teorías o con deseos imposibles. Mejor saborear lentamente las gollerías que la vida nos regale cada día, mejor no melancolizar excesivamente nuestros días. Al final nuestra carne dejará de ser carne ‘halitada’.