Cómplices

Martes, 11 de octubre de 2011

Después de editar y publicar la entrada de ayer, me encontré con el último regalo del día. Lucía me ha dedicado una preciosa reseña en su blog De libro en libro. Son de esos regalos inesperados, y por tanto bien sabrosos.
Aunque algo sabía, pues en algo dejó escapar al respecto, al final estas cosas sorprenden.
No sé si está o no muy bien esto de hacerse eco de las reseñas que se escriben sobre uno, pero, a diferencia de otros, no tengo mejor medio para hacerme eco, si es que esto es hacerse eco, que me parece a mí que no será mucho…
Quizá por ello he dormido como suelen dormir los niños sanos y felices.
Y esta mañana ha habido otra alegría. Además de que haya salido la revista de Alena, o debido a ello, he escrito a la autora del libro que he comentado, y un poco después me ha contestado con un correo emocionado y feliz. Algo que a uno le llena de satisfacción y le permite tomar aire y llenarse de vitaminas…
Y he tomado café con mi primo.
Hemos coincidido cuando él salía de sus quehaceres y yo me iba a desayunar. Sí la media hora de los funcionarios que tanto daño produce a la prima de riesgo española, pues sirve para endeudar más al país.
Ha sido una conversación sustancial, como todas o casi todas las que tengo con él. Hay poco desperdicio. Incluso en mitad de la ironía y del humor se pueden sacar conclusiones.
Nos une, entre otras cosas, la pasión por la letra impresa. No cultivamos –que se sepa- estilos similares, ni siquiera parecidos, pero ambos nos sabemos integrantes de esa extraña fraternidad que formamos los heridos por esta enfermedad de la escritura, con independencia de la categoría en que militen nuestros textos, si es que militan en alguna.
Hablando, mejor dicho, saltando con palabras de un tema a otro, hemos llegado a comentar sobre el modo en que algunos consiguen llegar hasta la cresta de la ola o, en su defecto, avanzan hacia ella.
Lo que no entiendo, ni siquiera intento comprender, es por qué entre los de nuestra cofradía abunda tanta capacidad para la crítica, tantas ganas de ir poniendo como pingajos cuanto no se ajuste a nuestros propios criterios. Me parece que fue Cervantes quien lo escribió, pero tampoco lo podría jurar, ni siquiera sé si la cita es exacta, pero venía a decir que no había libro tan malo que no hubiera algo bueno en él.
¿Por qué es tomada como debilidad la comprensión? ¿Por qué son sólo jaleados por las masas aquellos cuya tarea principal en esta vida es la de encontrar la paja en el ojo ajeno?
Es algo que me aburre tanto, me llena de tanto hastío, me produce tanta pereza, es tan cansino…
Tiene que ser muy triste y muy aburrido sentir cómo le crece a uno la úlcera de duodeno a costa de los malos ratos que se pasa leyendo tantos libros tan malos, tan detestables que no tienen nada bueno en ellos. ¿Por qué los leerán, digo yo?
En fin, que es menester no perder el tiempo en semejantes minucias que, como mucho, reportarán algún beneficio económico. Me temo que buena parte de ese exiguo beneficio ha de acabar en las arcas de algún boticario, pero allá cada cual.