Cómplices

Miércoles, 26 de octubre de 2011

Es absurdo hablar de cosas que a uno le traen al pairo. Si no sintiera que tus ojos se escapan hacia el laberinto del sufrimiento de donde quizá no regreses, es probable que ahora estuviera anotando ideas sobre ciertas propuestas que saltan en algún cenáculo literario, poético por ser un poco más preciso. Pero sinceramente hoy, a estas horas, me parece una pérdida de tiempo y de energías inútil, por no decir despreciable.
A veces sucede que la vida viene cargada de un carromato de sufrimiento y todo, salvo quizá respirar, tender una mano, y sacar brillo a la palabra esperanza –sabiendo que cuando se opta por tal gesto, se está reconociendo impotencia absoluta-, tiene la misma atracción que ver cómo el viento arrastra las hojas del otoño.
También ocurre que ni siquiera esto interesa, y que si uno escribe, lo hace como mecanismo de defensa, como aliviadero de esa angustia que amenaza con inundar hasta los más remotos intersticios del alma.
Hay un viejo debate –en el que, según el día, me siento en una bancada o en la opuesta-, sobre si el escritor ha de escribir pensando en el lector o ha de escribir para sí, en primer término, y sólo cuando está satisfecho consigo mismo, entonces podrá satisfacer a los lectores.
Quizá por ello escriba un diario. Quizá por ello lleve haciéndolo más de seis años, acaso siete. Aquí no hay debate posible. Aquí no hay posibilidad de más discusión que conmigo mismo. El hecho de que estas palabras, además, se cuelen en este pequeño blog del que no hay ni siquiera estadísticas, es un puro accidente, es la perfecta excusa para continuar con la tarea…
(Aún así desde que juegas con la puerta que da acceso al infierno del laberinto sin salida, hay páginas que no pueden ver la luz, ni siquiera pueden permanecer en la penumbra de este espacio).
Como aquella vez, hace ocho años, revivo la misma sensación de habitar en un mundo que me estorba, que me es ajeno, porque el único mundo que existe y me interesa y me aprisiona, son las cuatro paredes donde sufres, y es intentar que tus ojos no viajen demasiado lejos, que tu mirada se quede en las primeras estribaciones de la estepa infernal en la que te adentras, que se canse o se asuste de esa inmensidad de vacío de hielo y permanezca allí -como una ovejilla perdida en un descansadero- para poder regresar cuanto antes, aunque sea acunada en mi mano temblorosa y tan inútil…
Ahora mismo vengo asustado de mí mismo. De esta tendencia mía a que prorrumpan ciertos temas en mis novelas. Temas que no pienso –o no pienso excesivamente-, simplemente están ahí. Y de pronto, hasta desconfío de mí mismo y desearía tener la misma suerte que hasta ahora, o sea que nadie se atreviera a publicarlas. Sí, va a ser verdad que la vida es muy dura a veces, tan dura y tan cortante como un hacha que hace trizas el hilo que une la percepción con la realidad. Y uno, que quiso exorcizar a los fantasmas, quizá los haya convocado o, quizá, simplemente, intuyó hacia donde se encaminaban tus pasos.
Y aún me duele más el alma. Pero, a pesar de todo, tengo la suerte de poder escribir e incluso permitir que las palabras salgan y se paseen, aunque sea a la sombra de esta penumbra. Otros que también cruzaron este sendero, ni siquiera tienen este pequeño lenitivo para el dolor.