Cómplices

Viernes, 28 de octubre de 2011

De ayer también tendría que contarte otras cosas, que no quise mezclar para no enmarañar demasiado.
Pero también se trata de asuntos de poetas, ya sabes, estas locuras que nos traen a mal traer y nos parecen tan importantes, cuando a lo mejor no lo son tanto.
Cuando me fui, te dije que iba a la presentación de un libro de poemas, de mi amigo Santiago López Navia. Ya sé que te dan igual esto de las presentaciones de libros, que no entiendes muy bien –acaso no lo has entendido nunca- que haya que presentar un libro, quizá tampoco entiendas que haya que escribirlo.
Es volver a las mismas ideas, pero no puedo por menos de repetirlas: la injusticia de una sociedad repulsiva te sumergió en el pánico, y casi te mueves como una criatura acechada. Pocas cosas tienen sentido para ti, más allá de las más inmediatas, las que coinciden con los latidos o los desgarros de la piel.
Pero si conocieras a Santiago, las cosas te parecerían distintas. Sí, ya sé que aparenta demasiada seriedad, pero es una persona muy entrañable y que entiende la vida como un abrazo. Si no hay abrazos de por medio, es que las cosas no merecen la pena.
Es un cervantista que ha llevado a sus poemas y a su forma de ser esa mirada apacible, irónica y misericordiosa del Manco de Lepanto. Aquel hombre que tanto sufrió en vida, que las pasó tan canutas y que, sin embargo, siempre buscó lo mejor que abunda en cada corazón. ¡Ah, cómo me gustaría leerte El Quijote poco a poco! Es divertido, pero sobre todo, es una tremenda enciclopedia del corazón humano. Ya lo he escrito muchas veces, pero es que siempre me viene a la cabeza lo mismo. Este hombre escribió que no hay ningún libro tan malo, que no se pueda sacar algo bueno de él. Y resulta que cuando escribió esto, me parece que estaba pensando en los corazones, porque leyendo sus novelas, uno tiene la impresión de que está convencido que no hay corazón humano tan malo del que no se pueda sacar algo bueno de él. Así somos todos, con nuestras cosas, pero si tenemos la suficiente paciencia y tranquilidad para entender los motivos del otro, siempre encontraremos algo que aprender y algo por lo que admirarle. Y Santiago es así. Se toma mucho tiempo para escuchar, para atender, para atisbar en cada quien lo que tiene de bueno.
Y me gusta mucho cómo escribe. Quizá porque nunca seré capaz de hacerlo así, y reconozco que es tan necesaria su escritura. Esa profundidad de lo esencial, pero dicho con palabras que todos entendemos… ¿Hacemos la prueba…? Abro al azar y leo:
No sé lo que podría necesitar,
pero en este momento
mi corazón tiembla de soledad y de recuerdos
respirando este sol limpio de la tarde
y el cristal del bolígrafo
proyecta un arco iris trémulo
sobre la pared de mi cuarto
.
¿Ves? Esto me gusta.
Hablaron del libro que se titula Ensueño y mediodía otros tres poetas además de Santiago: Apuleyo Soto, Norberto y un señor que se llama Jaime y que dijo cosas muy hermosas sobre estos versos. Es un libro de recuerdos. Sí, como cuando me cuentas las cosas de hace años, del pueblo, de los tíos, de los abuelos, como cuando lloras por el abuelo, de cuando aquella cosa tan rara del río… El libro empieza con un verso que es para amasarlo como una hogaza de pan: Era mucho mejor ser siempre un niño… ¡Cómo le entiendo!
De este verso hablaron todos, y no es de extrañar. En el fondo es de lo que debe hablar el libro, de ese territorio que se nos rompe como un barquito de palillos cuando nos hacemos jóvenes… ¿Por qué tendremos tanta prisa en salir de la infancia, si es el único territorio de la felicidad?
Pero no te creas que hoy han cambiado muchos las cosas, qué va…
Hoy he seguido rodeado de versos y de poetas y de sueños. Esta mañana en la Diputación han dado el premio Gil de Biedma. Han venido dos de los premiados, porque el poeta cubano vive en Estados y Unidos y no ha podido hacer el viaje. He conocido y he saludado a Miguel Albero y a Mauricio Rivero. Y me he atrevido a regalarles Versos como carne. Lo mismo es una insensatez, pero me he atrevido. Ellos me han dedicado sus libros y yo el mío, qué divertido… Y al fondo, en mi tristeza, galopaban los versos de Los andamios de los pájaros.
No les gustó este poemario. Ni siquiera llegó a la final. Otra pequeña muesca de fracaso en esta larga ristra. Pero no me importa, porque sabía que era imposible. Quizá tenga otro camino esta colección de poemas inspirados por la última exposición de Mariano en Segovia.
Ahora estoy cansado, tengo sueño, pero creo que no tengo derecho a quejarme. Sé que no podrás leer estas letras –ni yo te contaré que las escribo-, pero sé muy bien que las brasas que las empujan te llegarán al corazón. Y eso es lo que me importa, y eso es lo que me obligará a cincelarlas cada día, porque así, sigo estando contigo, como cada tarde.