Cómplices

Domingo, 20 de noviembre de 2011

Como un bucle extraño, algunos podrían celebrar un funeral por el alma de Franco treinta y seis años después de su muerte, tras haber ido a votar. O antes.
Hoy debería ser un día feliz, al margen de la opción que cada uno estime pertinente votar, porque hoy cada voto suma para elaborar el rostro de eso que llamamos soberanía popular. Sin embargo, no lo es tanto, porque quienes se dedican a la política, la han convertido en un mercadeo en el que sólo priman sus propios intereses (o los de su partido), sus progresos y los de los amigos, o los de aquellos a quienes deben favores. Y estos últimos no son pocos, precisamente.
Al final, la democracia es una especie de cuento de hadas, en el que los pobres ciudadanos sólo formamos parte de alguna frase cada cuatro años (algo menos algunas veces). Y menos mal, me apresuro a decir. Es el mínimo del que debiéramos partir.
Iré a votar, a pesar de este hondo desencanto. Si no lo hiciera no me sentiría con derecho a criticar sus acciones. Como no soy de Madrid ni allí voto, votaré a unas personas en quien confío poco, porque votándoles a ellos estoy indicando quién quiero que administre la cura de mis enfermedades y las de mis conciudadanos, la educación de mis hijos, la acción social, la cultura, mis medios de transporte, la información pública… Aunque en este caso, creo que lo administrará otro distinto a quien yo vote, y en quien confío menos aún, es decir, nada. Pero, obviamente, será la decisión libre de la mayoría, y ante eso sólo queda un hondo respeto y la aceptación sin ambages del resultado.
Por suerte sobre la administración de mi dinero, no hay nada que decidir en estas elecciones. Mi cartera seguirá estando a salvo, porque seguirá controlada por Dª. Angela Merkel.
(¿Por qué no pudimos votar en las elecciones alemanas, por cierto?
El día menos pensado, algunos no van a tener nada que perder: ni casa, ni familia, ni empleo, ni comida… Ese día algo va a pasar. Luego llegarán los custodios de la paz de los cementerios y del orden de los cuarteles a clamar por el sacrosanto derecho a la propiedad privada, por el orden público, por el pacifismo de pacotilla. Pero falta menos para que algo pase. Y Ángela Merkel, entre tanto, más preocupada por las finanzas que por los seres humanos. Y cada vez hay más seres humanos que sufren. También en Europa.
A eso se le llama justicia social, digo yo.)