Cómplices

Viernes, 18 de noviembre de 2011

Aún no tenías ni un año, cuando en la casa de un pintor de Alicante nació una niña, a la que llamaron como a su madre, Francisca. Ochenta y un años después, le han dado el Premio Nacional de Poesía por un libro que se titula Anatomía de un viaje. Pero eso no te interesa, ya lo sé.
Francisca Aguirre también lo pasó mal. Los de aquella época lo pasasteis todos muy mal, para qué decir otra cosa. También la mayoría de españoles ubicada en el bando triunfador perdisteis la guerra, porque la miseria fue el paisaje de vuestra niñez y juventud. Decid lo que queráis, eso no es cosa mía, ni de nadie. Supongo que cuarenta años escuchando la misma cantinela acaban por dar sus frutos. Y a lo mejor no es lo más importante, a lo mejor lo principal es que superasteis todo el dolor, toda la miseria a base de sacrificio y nos regalasteis una vida infinitamente mejor que la vuestra. A mí pocas veces me ha gustado mirar hacia atrás, pero tú misma me has obligado muchas veces. Siempre he preferido (y prefiero) poner mis ojos en el horizonte, pero algunas lágrimas obligan a lo que obligan.
Resulta que el padre de Francisca, además de pintor, cuando estalló la guerra era policía de la República, y se mantuvo fiel al gobierno legítimo. Así que al acabar la guerra huyó con su mujer y sus tres hijos a Francia. Cuando los nazis invadieron Francia, decidió regresar a España (siempre pensando en proteger a la familia) y aquí fue detenido, juzgado, condenado a muerte y ejecutado en 1942.
Sí, ya sé lo que me vas a decir, que ella conoció a su padre, que tú, sin embargo… Sí, ya sé lo que me vas a decir; no, no llores más, no sufras más. ¿Cómo puede ser tan doloroso algo así? ¿Cómo se puede añorar hasta ese extremo lo que nunca se ha conocido?
Invado mis recuerdos como si fuera un minero, escarbando, y siempre esta presente el mismo llanto, la misma demolición de tu espíritu, exactamente por las mismas razones: aquel poste de la luz, aquella cuchilla conectada a destiempo –y según la leyenda familiar, no por un descuido-, aquel cadáver enterrado allí mismo, justo en el lindero de dos términos municipales… Y la bruma de 1931, la vida en blanco y negro, la miseria moral de la pobreza que lleva a dejar todo sin investigaciones judiciales, sin indemnizaciones… Por no haber, no hay ni una tumba, ni hubo un entierro. Un accidente (o no) que lleva a una viuda y a sus cinco hijos un escalón por debajo o tres o cinco: de la pobreza se pasó a la miseria, al menos hasta que los hombres se hicieron mozos.
Y si continúo excavando en mi interior, empiezan a vislumbrarse algunas respuestas a algunas preguntas. Y con tales conclusiones, entiendo mucho menos algunas cosas, y otras, sin embargo, me van quedando claras como los amaneceres.