Escribir que uno está contento después de los resultados electorales, sería hacer un ejercicio de hipocresía que, por lo demás, nadie se creería. Pero ponerme de uñas por lo que las urnas han dictaminado, también sería patético y antidemocrático. Aunque es verdad que no todos los señores y señoras que dirigirán el timón de este país (o aquella parte de timón que se les permita controlar desde más altas instancias) digirieron de este mismo modo tranquilo y sosegado lo ocurrido hace unos años. Pero mejor no revolver la basura. Ya da un poco lo mismo.
Tampoco es que me apetezca en exceso hacer ningún análisis sobre lo sucedido, a estas horas todo el mundo, me imagino, tendrá su opinión formada y probablemente la mía no añada nada.
Para mí la lectura es bien fácil, casi de primero de cartilla: el PP ha ganado las elecciones, aunque sería más preciso decir que las ha perdido el PSOE. Perder, en este caso, es un verbo de significado misericordioso. Perder en cuatro años más cuatro millones setecientos mil votos es como asistir a la demolición de un edificio, con sus vecinos dentro. A partir de ahí, se puede intentar hallar la causa por la cual esos cuatro millones setecientos mil votantes han preferido cambiar el sentido de su voto. Pero yo tengo en la nariz que habrá unos cuatro millones de razones diferentes y todas ellas –justificadas o no- son las que han determinado la composición de nuestro Parlamento.
A unos les habrá ido mal su pequeño negocio y la culpa será del Presidente del Gobierno en funciones. Otros pensarán que hacía falta cambio, sí o sí. Otros argumentarán que las recetas propuestas por Alfredo Pérez Rubalcaba carecen de credibilidad, puesto que si ha formado parte durante ocho años de un gobierno que nos ha llevado a donde estamos, tiempo ha tenido para evitarlo. Muchos habrán dicho que con Rodríguez Zapatero el PSOE ha dejado de ser de izquierdas y que este país necesita más que nunca verdaderas políticas de progreso. Otros han hecho uso concreto de su derecho a la utopía, y han decidido que con el voto se puede intentar cambiar el sistema. Otros pensarán que si un gobierno socialista ha bajado los sueldos a los funcionarios y ha congelado las pensiones en una ocasión, lo mismo lo hace más veces, en aplicación directa del refrán español: “Hecho un cesto, hecho cientos”, o de aquel otro, “Comer y rascar, todo es empezar”. Otros creerán hondamente en que se ha ido muy lejos en lo de las concesiones a las comunidades autónomas. Y así podríamos ir enhebrando un tremendo rosario, lleno con los lamentos y deseos de esas personas que ayer fueron a sus respectivos colegios electorales, dejando cuatro millones de votos menos al PSOE.
Hay veces en que uno se lleva las manos a la cabeza o no le queda más remedio que abrir la boca, sorprendido por algún suceso inesperado. Como comentaba ayer a una amiga, lectora de estas letras, a mí no me sorprendió el resultado. Sólo faltaba por concretar el número exacto, la pura aritmética de la mayoría absoluta que, en todo caso, se intuía. Como se intuyeron las de 1982 y 2000. Creo que casi nadie podrá rasgarse las vestiduras. Otra cosa bien diferente, y esto lo dejo claro, es que yo esté de acuerdo con las medidas que, previsiblemente, tomará el próximo gobierno.
Pero como decía alguien de mi entorno, era necesario que tomaran el relevo. Ya que quienes se van no han podido, esperemos que los que entren lo consigan. Personalmente lo dudo, pero es lo que se ha decidido, en aplicación del sistema electoral que tenemos, donde algunos votos –varios cientos de miles de votos- se han ido a los vertederos, sin más, precisamente en circunscripciones pequeñas, donde sólo se hacen tres, cuatro, cinco divisiones para establecer la asignación de escaños.
En esta legislatura no se va a cambiar nada, desde luego. Mucho menos con esta mayoría tan abrumadora. Mientras no queden las urnas vacías de papeletas, o llenas de votos en blanco, los políticos no harán nada. Tienen clara conciencia de casta, y como tal actuarán. No conozco a nadie que tire piedras contra su tejado.
Las soluciones que va a aplicar el nuevo gobierno, serán las puramente financieras y economicistas, aquellas que persiguen la depauperación de los derechos laborales esgrimiendo la falacia argumental de bajar las tasas de paro, tal y como han pregonado en su campaña, y dice su programa. Diez millones y medio de españoles avalan y están conformes con ello. Así que, me temo, lejos de poder arreglar nada, la cosa se pondrá un poco peor, puesto que crecerá el dolor y la miseria entre los españoles; pero tal cosa poco importa; mientras los números de la macroeconomía se ajusten a los dictados del neoliberalismo gobernante en el Planeta poco importa lo demás.
Aunque aún hay algún resquicio a la esperanza. Quizá alguien con capacidad para dictaminarlo, allende nuestras fronteras, decida que la crisis ha terminado, en cuyo caso, volveremos a pensar que somos ricos y nos creeremos una de las potencias mayores del mundo.
Y nos lo volveremos a creer. Ya se encargarán ellos de convencernos, a mí el primero.
De todos modos no conviene asustarse mucho. Ya está escrito en la Biblia aquello de las vacas flacas y las vacas gordas. Lo malo es que son los de siempre, quienes pastorean las vacas gordas.