Cómplices

Viernes, 4 de noviembre de 2011

Hacía falta una tarde noche como ésta. Una tarde noche con tanta lluvia, con tanta vida penetrando en la tierra y preparando sus entrañas para que éstas continúen entregándonos sus frutos, cuando sea el momento.
Una tarde noche como ésta me habla de paciencia, de calma, de dejar que la luz, el silencio, el llanto y la espera hagan su trabajo firme y seguro dentro de mí. No llegará el fruto a sazonar hasta que sea su hora. Y no es fácil. Bien lo saben los agricultores cuando miran al cielo y le susurran plegarias o le arrojan blasfemias, bien lo saben las madres cuando se acarician el vientre preñado…
Cómo nos gustan a todos los frutos bien madurados. Cómo gozamos con su estallido intenso y justo en el paladar.
Sabiduría de siempre, vieja sabiduría que tantas veces se me olvida. Cada día.
Quisiera hacerme tierra, quisiera esponjarme anhelando que el zarpazo del hielo no sea brutal, rogando porque la dentellada de la sequía no sea definitiva y esperando que la primavera sazone algún fruto de sabor intenso y gozoso.