Cómplices

Domingo, 11 de diciembre de 2011

A la larga, aunque los guiones parezcan escritos por mentes dispuestas a la confusión, la calidad y la constancia, aderezadas por el convencimiento en lo que uno hace, suelen ser garantía para obtener lo que se busca.
Puede deslumbrar, en un momento determinado la osadía, puede haber circunstancias que parecieran van a alterar el devenir de los acontecimientos, pero en esos casos nada mejor que la inteligencia y proseguir avanzando en la zanja que uno tiene ante sí.
Llegará, o no, el azar para confirmar con su gesto decisivo la constancia, pero incluso, hay ocasiones en que no es necesaria esa presencia, tantas veces anhelada como único recurso, probablemente el más difícil, porque es el único ajeno al laboreo de nuestras manos.
Entre dos estilos ejecutados de modo primoroso, al cabo, perdura quien respeta y utiliza mejor lo esencial, lo inmarcesible, por mucho que haya aprendido a usar –en sus dosis justas- las aportaciones válidas de lo actual.
Así se demostró anoche (o así lo vi) durante el partido de fútbol en que el Madrid y los madridistas –al menos quienes no sufrimos con este juego- de nuevo, nos vimos apabullados por el fútbol fluido y tenaz del Barça, quizá en una versión menos brillante o más previsible que en entregas anteriores.
Caer en la lona y ganar, sólo implica que te has tenido que levantar; y probablemente eso te hace más grande.