Ahora mismo el sueño empieza a juguetear conmigo, como si fuera un gato mimoso. Y el caso es que por la hora no debería suceder tal cosa, pero acostándose a la hora que uno se acuesta, teniendo en cuenta cuándo suena el despertador es milagroso (más bien ‘cafeinoso’) que no me haya quedado frito por cualquiera de las esquinas.
Y el caso es que el poema tampoco lo terminé tan tarde, antes de la media noche. Llevaba un par de días merodeando por mi cabeza, con lo cual lo más complicado estaba hilvanado. El problema fue encontrar las palabras que lo anteceden, las que fueron el disparadero de estos versos quizá demasiado pegados a la actualidad del día. (Y ojalá que sólo sea eso. Ojalá que se me pueda criticar por haberme dejado enhebrar por el miedo. Ojalá que estemos a tiempo).
Las palabras que buscaba eran las que Ban Ki-moon, Secretario General de la ONU, había pronunciado en Durban durante la cumbre mundial contra el banco climático. Busqué en dos periódicos digitales (El País y Público) y allí no encontré lo que quería. Allí sólo se hacía referencia a otro apartado de su discurso, el que reconocía de la imposibilidad de llegar a ningún acuerdo concreto en esta cumbre. Así que me fui al sitio donde las había escuchado, la página de la Cadena SER y después de mucho buscar di con ellas. Sólo habían pasado dos días desde que las había pronunciado y ya habían desaparecido.
Lo cierto es que sólo las oí de refilón en el noticiario de las siete de la mañana. Espero que al redactor que se le ocurrió destacarlas no el hayan sancionado o –peor aún- no le hayan despedido.
Me parece, y no me gustaría repetirme tanto, que ciertas cosas no interesan que se sepan, a pesar de la supuesta postura favorable a un nuevo tratado defendida por la Unión Europea. Sigue interesando más darle brillo a las monedas que mantener el aire respirable.
Esa es la conclusión a la que uno llega.
Las palabras a las que me refiero son, según se reproducen en tal página: "Sin exageración, podemos decir que el futuro de nuestro planeta está en juego (…) Vosotros nos podéis sacar del borde del precipicio". Tampoco es que inviten a una revolución o cosas así. Es que no interesan…
*
Claro que a ti esto no te importa nada. Pero tú tienes mi perdón. Para ti lo importante era vencerte a ti misma y salir a la calle. Diez minutos. Me esperabas como una niña impaciente. Aún crees que soy fuerte. Aún crees que puedo evitarte un daño gracias a mi brazo. No es verdad, pero tampoco vamos a discutir. Rezaré para que no suceda, simplemente, y si sucede, rezaré para que las últimas fuerzas que me resten sirvan para evitar un golpe.
La brisa era fría. El sol tenía prisa por dejarnos. También debe estar cansado. Quién sabe.
Es difícil comprender lo que quiere decir la relatividad del tiempo y del espacio, hasta que me agarro a tu brazo para sujetarte. Por si acaso. Y entonces uno comprende que doscientos o trescientos metros, menos de cuatrocientos pasos, son una larga caminata que en la mitad ya deseas dar por concluida. Pero no importa. Has triunfado. Otra vez tus agallas y tus ganas de vivir han dado otra vuelta de tuerca.
Y claro, estabas cansada; pero estabas feliz.
Y hasta un atisbo de luz he descubierto en tus palabras, un atisbo de luz que se asoma al futuro.
Eso me hace sonreír.
Con lo que la sonrisa del día se eleva al cuadrado.
Cuando uno se topa con la generosidad de alguien hasta los extremos con que yo me he topado esta mañana, a través de eso que llaman Internet (y que tú no sabes lo que es, ni falta que te hace saberlo), lo único que me queda es gritarlo a los cuatro vientos. Y si no sospechara que dar nombres y datos puede ocasionar perjuicios, los daría, y los pondría en mayúsculas e iría blog por blog, y lo diría en Twitter, para que el mundo entero supiera que hasta un desconocido (quizá no tanto, pues solo nos falta abrazarnos) se puede esperar tal desprendimiento.
Regalos así le dejan a uno sin respuesta, desarmado, vencido y sonriente.
Gocemos pues de este instante ya que otros días hemos vivido las lágrimas con tanta intensidad.