Como si el jurado del Premio Cervantes leyera estas líneas y hubiera querido compensar mis quejas, este año el galardón va para un poeta, por más que defina su obra como antipoemas. Dos años seguidos, sin nada que objetar. Me alegré –junto a muchísimos- porque le llegara el turno a Ana María Matute, y hoy me congratulo porque haya recaído en Nicanor Parra. El Nobel, el Príncipe de Asturias y el Cervantes han ido a parar a tres poetas. Y sin embargo la poesía sigue oculta para casi todos.
¿No es un poco sorprendente?
El fallo ha sido recibido con unánime entusiasmo por crítica, poetas y lectores de su obra. Por tanto, fiesta.
Conviene que sea sincero: no conozco prácticamente de la obra de este grande. Y si conozco algo, es gracias a este tiempo que llevo husmeando en la Red, sobre todo gracias a los textos que va infiltrando el poeta y editor J. S. Menéndez en su blog. He leído en algún lugar que el estilo del chileno se agota en él mismo, que es uno de los grandes renovadores de la poesía en español, que su poemario Poemas y Antipoemas es uno de los grandes hitos para la lírica en nuestro idioma.
Por lo que he podido escrutar acá y allá, en el fondo, este reconocimiento supone la entrada del idioma hablado en la calle en este pequeño parnasillo de las letras. Como un portazo seguido de cerrojazo al idioma artificial y ajeno de la vieja poesía.
A uno se le queda, como tantas veces, la cara de interrogación. La constatación de que algunas intuiciones, aunque ciertas, son aún cortas o se quedan lejos.
Pero importa, sólo importa, seguir labrando el surco, hacerlo con la honestidad y la constancia que le corresponde, y dejarse la voz en el empeño, pues ésta es la parcela que me ha sido concedida, a sabiendas de que alcanzar el horizonte no me corresponde, pues está allá, muy lejos, inaccesible para mi existencia.