Cómplices

Jueves, 29 de diciembre de 2011

Escuchar una versión de la Casa del sol naciente tras el dulce y evocador sonido de dos quenas que tocaban dos hombres con rasgos andinos, ataviados con su poncho multicolor, ubicados junto al puesto de castañas, mientras ascendía por la Canaleja sintiendo en la cara el vientecillo que hacía de taxista de los hielos, ha sido toda una mezcla de tiempos, culturas y meteorologías en muy pocos metros cuadrados.
La melancolía de la melodía no me ha ayudado especialmente para desaguar y desguazar mi propia melancolía que hoy, como un forajido emboscado, se ha lanzado sobre mí.
Paso a paso –aunque hasta después de las elecciones andaluzas probablemente no perpetren todo su plan- se van cumpliendo mis propias predicciones. Ya no sólo es que dejen el sueldo con la misma temperatura de hoy –o sea congelado-, sino que todo apunta a que también perseguirán, como si fuera un forajido, al tiempo libre. Como si el ocio fuera un asesino en serie o un psicópata, como si el ocio fuera la madre de todos los males del universo mundo… En momentos de paro creciente se aumentan las jornadas laborales con la sana intención de ir echando personal más o menos interino y no cubrir nunca más esa plaza. En tiempos en que el sector turístico es la única actividad económica que, mal que bien, va redropelo del resto, ya que da más alegrías a nuestra economía que los demás sectores, se va contra el ocio. Mente empresarial decimonónica trasladada a la función pública.
De momento, y con la ley en la mano, la administración local no tiene por qué seguir los mismos pasos que la autonómica, pero se empieza a intuir que todos saltaremos el mismo aro, cantando la canción que nos ordenen cantar.
Y si ese aumento de horario se traduce, como se empieza a rumorear, en volver a trabajar sábados alternos, a mí personalmente me asestan un duro golpe, del que supongo, acabaré por reponerme, aunque preveo que, si esto se produce, tendré que modificar unas cuantas cosas. Por ejemplo dejar la Red.
Quizá sea lo más sensato.
El único tiempo verdaderamente productivo, las horas de la semana que más necesito para poder escribir alguna cosa medianamente sensata son las mañanas de los fines de semana. Las tardes y las noches del resto de los días son necesarias, productivas, instructivas y divertidas sesiones de entrenamiento, y de contacto con los amigos distantes en lo físico, son horas que me sirven para no perder el hábito, para tener los reflejos más o menos a punto cuando lleguen esas seis u ocho horas de cada semana en que puedo dedicarme a lo que realmente más me satisface en esta vida.
[Cosa que por otra parte, sólo comprenden dos o tres personas, y ninguna de ellas está cerca de mí, físicamente hablando. Lo cual tampoco es plato de gusto, y hace que me sienta como un ornitorrinco dentro de un platillo volador. O sea soy funcionario, fumador y poeta, no me gusta salir, ni trasnochar, ni ver la televisión: leer y escribir son la porción más deseable de mi patria. Lo que digo, un ornitorrinco en platillo volador].
Pues bien, parece que ni siquiera dispondré de ese tiempo.
Y más, más aún que el sueldo, me afecta esta decisión. Pongamos que el mes tiene cuatro fines de semana, ocho jornadas, si se cumplieran esos barruntos me estarían quitando una cuarta parte de mi tiempo realmente creativo. El único que hasta ahora protegía (a pesar de tantos pesares) como si fuera mi verdadera vida. Y así lo siento. No vivo de la literatura, por ello me debo a mi trabajo y sé que soy un privilegiado. Pero vivo para la literatura (aunque sea tan pobre como esta mía), por eso este golpe se acusa más que otros.
Seguiremos cediendo, ¿hasta cuándo?
A mi alrededor no se oye una voz más alta que otra, si acaso algún quejidito. Y no me extraña, por otra parte, pues los votos no llegan, como la lluvia, desde el cielo. Somos los malos de la película. La mayoría de ciudadanos están encantados con la medida, estoy seguro. Muchos, además, sostendrán que aún tenían que ser más duros con nosotros.
Cuando la función pública entra en barrena de este modo, cuando se le desprestigia hasta estos niveles, es que hemos llegado a la antesala del empobrecimiento seguro de la clase trabajadora. Al tiempo.
Por suerte, las quenas y la luz de la puesta (CR, dixit), sugerían que siempre amanece, que siempre hay una casa por donde se ve salir al sol que nos alumbra cada jornada, a pesar de la melancolía, a pesar de quienes creen que somos modernos braceros del siglo XXI, pero braceros, al fin y al cabo.