Cómplices

Miércoles, 28 de diciembre de 2011

Recién empezadas las navidades, se conmemora un genocidio, cuya historicidad parece probada, aunque no tanto el momento preciso ni las causas que la motivaron ni el número de víctimas.
No pretendo –ni sé ni puedo- escribir una sesuda reflexión histórica sobre unos hechos que quizá no existieron del modo en que nos han llegado, aunque sí debieron suceder en algún momento del reinado del cruel Herodes. Es probable, según estiman algunos estudiosos que, si hubo tal matanza, las víctimas no fueran más allá de una docena de criaturas, pues –si todo sucedió como relata San Mateo- los niños perseguidos eran aquellos que tenían como mucho dos añitos. No es difícil imaginar que a algún soldado, ante la duda, se le fuera la mano; pero un pueblecito como Belén no tendría muchos niños en el entorno de esa edad, a pesar se su proximidad a la populosa Jerusalén.
En demasiadas ocasiones el ser humano pretende ser el dueño de las vidas ajenas. En demasiadas ocasiones ostentar poder significa llenar fosas con seres humanos convertidos en cadáveres a destiempo. Después de unos veintiún siglos, aún no hemos sido capaces de aniquilar esta práctica. Siempre hay algún tirano que encuentra una razón poderosísima para asesinar sin compasión.
En estos días he criticado sin disimulo el modo en que hemos convertido en folclore y consumismo la Navidad. Y uno de los motivos, es la trivialidad con que se pasa por este día en España.
En mitad de tanta celebración, jolgorio y comilonas, se nos pone ante la mirada una matanza. Quizá debiéramos volver los ojos a esa realidad de dolor y muerte. Las preguntas, también, son inevitables, ¿dónde estaba Dios en ese instante? ¿Por qué Dios permitió semejante barbarie? ¿Por qué sólo protegió a Jesús mediante el aviso a José y permitió semejante barbarie? La respuesta es un silencio que se extiende a lo largo de la historia, y excede a mi capacidad lógica.
Por ello quizá, nunca he entendido que esta jornada se dedique a la cuchufleta, al monigote prendido en la espalda, a bromas más o menos divertidas o pesadas, en fin a la mofa y a reírse a costa del otro.