¿Quién dijo o escribió, "a las penas puñalás"?
Seguramente alguien que sabía de penas, de las de verdad, no de las que me acometen y que, en el fondo, tampoco son tanto.
Escribo sentado de escorzo. Esta postura tan poco recomendable, intenta zafarme de las garras del frío que se cuela atravesando la pared de la fachada. Sólo un delgado muro de ladrillo y una doble ventana me separan de la noche y del hielo que acampa en la ciudad y establece nutridas rondas de soldados que nos vigilan. Aún no sé para qué.
Como primera medida provisoria para el ánimo, estoy escribiendo mientras me acompaña La flauta mágica. Si esta ópera no alivia el ánimo, es posible que nada lo pueda aliviar. Y además me trae recuerdos de hace cinco años…
Pero mejor no citar a la melancolía en este trance.
Durante todo el día, he estado dando vueltas a lo escrito ayer. Lo mantengo, pero he de reponerme. Quiero decir que no me desdigo, pero que me niego a hundirme en el desánimo.
Aunque se cumpliera el peor de los escenarios imaginados anoche, todavía podré seguir adelante. Quizá tenga que prescindir de algunas cosas, pero sé qué es lo fundamental, todavía –creo- mantengo el criterio. Como me dijo una amiga hace una semana (a causa de otra cuestión), aunque me cortaran el brazo derecho, sería imposible que dejara de escribir.
Eso y cuidar de los amigos que tengo lejos de esta ciudad, es lo esencial, eso es lo que cultivaré como el jardinero que tiene a su cargo una pequeñita parcela. Aunque cueste algo más, encontraremos la fórmula para lograrlo.
Nos cercan, nos acechan, pretenden convertirnos en máquinas productivas, eficaces y rentables a sus inversiones; pero no van a conseguir apearnos de nuestra humanidad.
El trabajo dignifica, es cierto, pero la esclavitud animaliza.
Las noticias entre ayer y hoy no han mejorado, quizá, y siendo objetivos, empeoran (algunas de ellas ya no afectan solamente a los funcionarios); pero he llegado a otra conclusión: no tenemos que dejar que derroten nuestra esperanza. De otras peores ha salido este pueblo. Quizá no nuestra generación, pues todo nos ha ido viniendo de cara, pero todavía tenemos el aliento de muchas personas de generaciones precedentes que pasaron por algo muchísimo peor y gracias a su tesón y su afán lograron llegar hasta donde hoy estamos. A veces se nos olvida que su renuncia, su sudor, su sufrimiento, su trabajo desaforado han sido los cimientos sobre los que se ha edificado este país.
Quizá sea mejor mirar su ejemplo, arremangarse, ponerse a la tarea procurando que no nos pisoteen la dignidad, y avanzar camino de la luz. Nuestros hijos se merecen nuestros esfuerzos y de ellos han de aprender.
Esto no quiere decir (aclaro y repito) que me desdiga de lo de ayer, ni siquiera que encuentre muchas justificaciones (salvo la de las soluciones fáciles) a tanto atropello. Sólo quiere decir que no pienso rendirme, porque dentro de mí sé que si no hago lo que debo, dejaré de ser yo mismo, y, entonces, estaré muy cerca de convertirme en cenizas, aunque aún respire.
Y quiero que mis cenizas lleguen después de mi último suspiro, no antes.