Cómplices

Lunes, 19 de diciembre de 2011

Por suerte, desde hace unos días, cada vez que bajo –y a pesar del frío y de la oscuridad que se abalanza sin mucho cuidado-, estoy con ánimos. Me encanta dejarte y dejarte bien, tranquila, con cada cosa en su sitio…
En estos días he podido avanzar, he seguido leyendo, y he empezado a escribir otras cosas. Ya sabes no puedo parar.
Muchas veces en estos días –ayer mismo-, pensaba que tanto esfuerzo es inútil, no merece la pena. Al final va a llegar alguien y va a intentar desmerecer la tarea. Pero luego, después de unas horas de intentar no hacer nada (ni siquiera unos días), un impulso me obliga a sentarme delante de esta pantalla y enhebrar como mejor sé letras, palabras, frases… Algunas veces versos.
Y por eso llego tan tarde a otros sitios, y por eso aparezco menos en casi todas partes.
Me dicen también (los que supuestamente mejor me tendrían que conocer) que soy aburrido y triste. Y ellos no entienden que así disfruto, que así soy feliz, que no puedo sacrificar una mañana de sábado o de domingo, porque son las únicas que realmente tengo en plenitud, porque son las únicas que el cansancio no ha devorado la escasa lucidez que pueda tener mi cerebro (si es que tiene alguna).
¿Para qué?, me preguntan. ¿Para qué?, me pregunto muchas veces.
Y no hay respuesta que valga, no hay solución al enigma. Porque, en el fondo, tiene solución o respuesta cuando nos preguntamos ¿para qué vivimos?
Vivimos, es la única certeza, el único anhelo. Vivimos porque es el impulso imparable que nos obliga a ello, y nos empuja obviando preguntas. Porque, si lo pensamos despacio, a la postre hay muy pocas razones, si es que hay alguna, que justifique 'objetivamente' las razones: un amor, unos hijos... Sí, todo eso. Pero en el fondo hay un poco de costumbre, rutina o instinto en ello. Vivimos y eso es lo que importa, lo único. Lo que deseamos. Y la muerte queremos que cada día pase de largo, lo más lejos que podamos.
Pues algo así con la escritura. Y no soy capaz de encontrar ninguna razón más poderosa. Escribo (bien o mal) porque es el impulso que me sacude a diario y si no lo hago, algo dentro de mí se ahoga, me asfixia, me increpa.
 Escribo y muchas veces lo siento como una carga de la que quisiera deshacerme. Convertirme en un ser normal; pero sólo unos segundos después de imaginarme cómo sería esa vida, es tal la sensación de hastío que me produce que ya la aborrezco. Viajar, salir, ir de juerga... para qué si no puedo escribir. No lo entiendo. Simplemente eso. No lo entiendo.
Como me decía ayer una amiga en un correo electrónico, aunque me escayolaran el brazo derecho, no podría dejar de escribir. Creo que tiene razón.
Mientras ellos no me lean, seguirán diciendo que soy triste y aburrido (y lo soy desde la óptica del mundo), sin embargo no quiero dejar de ser lo poco feliz que la existencia le depara a uno.
Esta es mi vida y a ella me he abrazado. Y, aunque a veces soy muy consciente de las renuncias y los sacrificios, y soy muy consciente de la incomprensión y la soledad, sé que así soy más feliz que de cualquier otro modo, aunque muchos piensen que soy triste y aburrido (que lo soy).