Cómplices

Lunes, 26 de diciembre de 2011

Uno de los problemas de estas fiestas navideñas, mejor dicho, uno de los problemas del modo en que se celebran estas fiestas navideñas, es que nosotros mismos rechazamos la capacidad del asombro.
Me parece que el asombro es una de las palabras que mejor definiría estas jornadas. Quizá por ello sigan siendo tan especiales para los niños, pues, de entre los humanos, son quienes mejor conservan esta capacidad inalterada.
Y cada vez menos.
Asombrarse, sobre todo, con el milagro de la vida.
Está de moda denostar las navidades. Hemos pasado del comprensible estado de melancolía que en tantas personas se produce durante estas semanas, sobre todo debido a las ausencias irreparables, a buscar el modo de destruir sus cimientos. Y en muchos casos se pretende hacer tal cosa, porque se desconocen a ciencia cierta los materiales de que están hechos.
Es verdad que la Navidad celebra el nacimiento de Jesús de Nazaret en Belén de Judá. O dicho de otro modo, es una fiesta religiosa. Por tanto, será la creencia de cada quien la que establezca, o no, la importancia que para sus vidas tiene este acontecimiento así entendido. Así pues, la Navidad es la cumbre de la exaltación de la vida humana, porque es el momento en que de algún modo se diviniza. ¿Por qué si no, Dios se haría humano? Con todas sus carencias, contradicciones, problemas, inseguridades, traiciones, capacidad para la muerte, egoísmo, envidia, orgullo, etcétera, etcétera, y todos los etcéteras que se deseen añadir, el ser humano es el recipiente escogido por Dios.
Y si no se cree en ello, da igual. En estos días se encumbra a la vida sencilla, familiar, humilde, desprendida, a la mirada limpia que es capaz de ver un milagro en un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Una vida que necesita de todo el cuidado y la atención para no acabar excesivamente temprano. En estos días se nos pone frente a los ojos el camino de la entrega y del desprendimiento, de la solidaridad, incluso de la ruptura de fronteras. En estos días, la tradición nos enseña la maldad de los poderosos que son capaces de cometer genocidio contra su pueblo, con tal de mantener el poder, o por miedo a perderlo que es más o menos lo mismo.
Pero eso ya no nos sorprende. Menos aún nos asombra. Quizá sólo a los niños. O quizá es que saben que alguien les traerá juguetes y con eso basta.
Quizá por ello sea conveniente de vez en cuando contemplar el misterio, la inocencia de la contemplación, diría Claudio Rodríguez. Sólo desde la contemplación podremos llegar al asombro. Sólo con el asombro volveremos a entender la esencia de estos días, quizá también del resto de los días. Lo demás viene por añadidura.
Si sólo permanece la añadidura (que es lo más habitual en este momento de la historia por el que transitamos), nada tiene sentido, salvo el de la bullanga y el cachondeo. Y si la falta de parné nos obliga a prescindir de estos aditivos, resulta que la Navidad estorba o es un invento extraño.
(Por cierto, ayer aprendí que la costumbre de hacer regalos a los niños, viene de la época romana, cuando se celebraban las fiestas saturnales en las calendas de diciembre. Lo digo por quienes sostienen que se debe a un invento de unos grandes almacenes.
A veces también la televisión enseña).