Cómplices

Viernes, 23 de diciembre de 2011

Algunas veces la naturaleza viene en auxilio de la propia inspiración.
En estos precisos momentos de la noche, la niebla oculta el perfil de la ciudad. Sus dedos húmedos y fríos la recorren para que desaparezca. El frío –aunque aún no muy excesivo, un par de grados, quizá- paraliza casi todo el movimiento de la calle. Son navidades y, sin embargo, la calle no transmite la misma sensación que años anteriores. Tiene todo un tamiz de melancolía o tristeza o desgana.
Ahora que hay que pensar antes de gastar un euro –al menos la mayoría tenemos que hacerlo-, es como si nos hubiéramos quedado sin referencias. Comprar esto, aquello, lo otro, lo de más allá, era la perfecta excusa para creernos felices durante estas fiestas. Incluso nos hemos creído que eso era la Navidad. La Navidad nos la convirtieron en un paseo interminable por todo tipo de locales comerciales y establecimientos de ocio. Hemos jugado el juego y hemos interpretado el papel a la perfección…
Pero ahora la verdad se muestra ante nuestra mirada como un pequeño abismo. Sentimos que hemos perdido el suelo bajo los pies. ¿Qué hacemos en Navidad si no podemos hacer todo lo que hasta el año pasado hacíamos?
Sólo algunos murmuran palabras que tienen que ver con las raíces de las cosas o con los manantiales en donde nace el río. Pero mejor no hacerles mucho caso, porque hablan de cosas antiguas, pasadas de moda, cosas de viejos… Amistad, charlar sin prisas entre amigos, rememorar otros tiempos, compartir dolor y esperanza, dejar que los niños no sean un estorbo sino el centro de la celebración… ¿Celebrar la vida…? ¿Por qué no un filandón con historias, muchas historias –reales o ficticias- en cada casa?
Cosas de viejos, cosas pasadas de moda…
Y la niebla fría nos responde con su silencio blanquizco que se cuela más adentro de los poros y nos penetra, sutilmente…