Más allá del poema, más
allá de las palabras o las melodías que lo ahorman (si es que lo ahorman),
¿dónde nace el hecho poético, o por qué nace el hecho poético?
Quizá no sea exactamente ésta la pregunta
que se formula Alejandro Céspedes, pero es la que soy capaz de deducir después
de haberme sumergido en el programa de esta semana de Conv3rsando que Veoguada
Tv y Paloma Corrales realizaron en Ávila, donde vive el poeta nacido en
Gijón.
Supongo, y es algo que se cita durante el
diálogo, que el hecho de que Alejandro Céspedes sea filósofo es una de las
claves que explica esta pregunta, esta posible pregunta. No es, desde luego, la
razón última que le ha determinado a esta honda reflexión sobre el lenguaje y
la poesía, pero creo que sin esa raíz o cimiento, sería imposible entender el
desarrollo de los acontecimientos.
Según relata el propio autor, en torno a un
texto perteneciente a otro, explota —casi a modo de revelación— o aparece el
camino que le impulsa hacia esta indagación de la que, afirma, no puede
escapar, ni quiere hacerlo. Ante la incomprensión que la manipulación de ese
texto produjo en sus compañeros de tertulia madrileña, se plantea la necesidad
de indagar en el propio proceso de la escritura, mejor dicho, en el modo en que
el lenguaje poético —quizá la propia poesía— llega al lector. O dicho más
sencillamente, qué lee el lector —cada lector— cuando se enfrenta a un poema o
a un texto poético que, a la postre y en general, es la clase de texto más
lleno de claves o más encerrado en varios significados, puesto que la propia
esencia de la poesía —o una de ellas— es plantear al lector nuevas perspectivas
para nombrar el mundo y cuanto acontece en la vida.
Si se afirma que la poesía necesita de una lectura
sosegada, si se sostiene que la atención ha de ser máxima a la hora de situarse
ante el poema, en el caso de la propuesta poética de Céspedes, este hecho se
multiplica en varios grados. Muchos.
Sé de Alejandro Céspedes desde hace muy
poco, a penas un par de semanas, gracias al famoso Face book (que aún me tiene
bloqueado, por cierto). Nos hemos cruzado un par de mensajes de lo más
cordiales, eso sí. La proximidad geográfica, estrechada después de comprobar
que en su página web una de las fotos importantes es la de la catedral de
Segovia envuelta en niebla nocturna, quizá ayude a esta sensación de proximidad.
Haber comprobado que se trata de un asturiano, aumenta mis simpatías hacia él
de modo exponencial por razones fácilmente deducibles. Y lo que he ido
descubriendo durante la media hora de esta charla, no hace más que acrecer este
sentimiento.
En primer lugar por esa sinceridad sencilla,
sin falsas humildades y sin orgullos. En segundo lugar el modo en que su mirada
negra y tranquila ahonda en su interlocutor. En tercer lugar el modo en que ha
plantado cara a la mezquina industria editorial del país. Y no es que
menosprecie a los editores, sino que se da cuenta de los puntos débiles por los
que los libros de poesía se pierden en el absoluto marasmo de la selva
editorial.
No es que la jungla de Internet sea menos
inextricable, pero sí es cierto que las complejidades de la distribución se
simplifican hasta la desaparición.
Él con su libro Topología ha roto la supuesta tendencia según la cual la poesía no
tiene lectores. Cualquiera puede comprobar el número de visitas (no sé el de
descargas) que ha tenido este libro en estos años, y es evidente que aspirar a
algo semejante con un libro de poemas editado en papel es más que un sueño, una
utopía inalcanzable.
El otro día, quizá el lunes o el martes,
comentaba con mi hermano en la exposición que me estaba pensando dar el paso de
publicar algo por este medio, y él me animaba. Al final —como se afirma en
muchas ocasiones y no por ello es mentira— el poeta lo que más desea son
lectores, mucho más que compradores, aunque no los desdeñe. Claro que uno no
puede aspirar a tantas visitas ni menos aún descargas con alguno de sus libros.
Pero quizá algún día pueda afirmar como el gijonés, que todo lo publicado o
escrito en el pasado es despreciable.
Este asunto también me ha llamado la atención.
Renegar de uno o dos de los primeros poemarios publicados por el poeta, es algo
habitual, algo que uno lee o escucha con cierta frecuencia a los propios
autores; pero escucharlo de toda la obra previa al último libro, es una novedad
absoluta. Desde ese punto de vista, se entiende que Topología sea el fruto de una especie de revelación que
posteriormente llevó a su escritura que le ocupó dos años, si no he entendido
mal. Tal y como lo expresa, este poemario es una ruptura total y absoluta, casi
como si su poética anterior hubiera sido destruida por una explosión nuclear…,
o como si hubiera sido arrojado en lo más profundo del mar.
Esa sensación es la que he sentido al
escuchar los fragmentos que ha leído del libro. Sin miedo y con determinación
Alejandro Céspedes se zambulle y bucea en lo más profundo del océano Poesía,
para intentar descubrir en esas fosas —normalmente inaccesibles al común de los
poetas— la verdadera esencia del hecho poético, la verdadera naturaleza del
lenguaje, la esencia desde donde nace el complejo hecho de la comunicación en
su manifestación quizá más alambicada o poliédrica, la poesía.
En este modo de escribir, o reflexionar y
escribir Céspedes ha encontrado su propio camino, un sendero único —al menos
escasamente transitado—, donde su voz es perfectamente reconocible. De algún
modo él sí ha hallado esa joya que tanto se busca y se llama estilo propio, voz
reconocible entre miles.
No es de extrañar que le importen
relativamente poco el número de premios, galardones y distinciones que su obra
poética previa ha cosechado en los últimos veinte años, ni menos aún es de
extrañar la frase con la que termina la entrevista, esos versos que Pessoa pone
en boca de uno de sus heterónimos, Eduardo Reims: “sea mi ser idéntico a mí mismo”.
Quizá sea esa coherencia absoluta, esa
disponibilidad inquebrantable a caminar el propio sendero, sin ninguna concesión
y sin miedos, el verdadero imán que atrae de la personalidad, en apariencia
sosegada, de Alejandro Céspedes.