Los pliegues de los latidos de los
días esconden multitud de matices, cientos de sorpresas, aunque con frecuencia
sean menudas, efímeras, incluso transparentes, tanto que, si no se abren los
ojos y no se presta atención, en realidad es como si no hubieran
sucedido.
Pero algunos días no es necesario demasiado
esmero, casi ninguno, simplemente acontece la maravilla; el acontecimiento brota o salta como las yemas de las hojas de los árboles sobre las ramas, hasta hoy mismo desnudas, tristes, arropadas por la soledad.
Y sucede, ha sucedido, un latido como de luz, un
tictac especial y potente, como el verde que ya abraza los árboles.
Lo que parecía imposible, lo que había sido
descartado, de pronto vuelve a tomar carta de naturaleza.
Y la vida, nuevamente, adquiere otra
velocidad.
Retornaré a ese paso rutinario que,
sin embargo, tanto me hace falta.
Mañana, aunque cambie la meteorología, el
sol volverá a brillar sobre mi piel y a calentarme el corazón sin que la
distancia actúe con su implacable vocación de hielo que todo lo enfría.