No es que sea gravísimo, pero a uno le hubiera
gustado aparecer en la sala de exposiciones de Santa María la Real de Nieva y
poder gozar (nuevamente) de la obra de mi hermano; pero estamos en manos de la
técnica más de lo que parece.
De pronto, deja de
funcionar algo y cualquier plan se viene al traste. Nada vital en este caso. Ni
tan siquiera se ha perdido la opción de visitar la exposición, pues hasta el día
1 de julio estará esperándonos.
Pero este contratiempo, me
ha hecho reflexionar acerca de lo precario y frágil de nuestros planes. Cuanto más
dependamos de la comodidad que suponen los elementos técnicos, crece el abanico
de los riesgos.
Siempre se nos garantiza la
fiabilidad de los sistemas. Nunca va a fallar nada, menos cuando falla… Puede
haber un corte del suministro de la energía eléctrica. Puede averiarse el
motor. Quizá haya sido un engranaje que no engancha adecuadamente… El caso es
que el montacargas cuya misión era sacar del garaje al coche, ha decidido que
hoy hacía mucho calor para seguir subiendo y bajando. Debe estar pidiendo a
gritos una jubilación o algo por estilo, porque según nos cuentan lleva así
varios días: algunas horas funciona, otras no…
Pero esto ha sido con el
garaje, mañana puede ser con cualquier otra cosa: la nevera, Internet, el teléfono,
los semáforos de la calle, la televisión, el terminal que lee la tarjeta de crédito
con la que se pretende pagar algo, el cajero automático, el camión que trae los
productos con los que se abastece un supermercado… A poco que se piense nuestra
vida cada vez se monta más sobre la certeza del funcionamiento de otras cosas.
Quizá haya sido siempre así.
Quizá la confianza en el
otro o en lo otro, ha sido una de las palancas fundamentales sobre las que ha
pivotado el funcionamiento y avance de la sociedad humana. Por poner un
ejemplo, uno supone —si no la ha construido con sus propias manos— que la casa
en la que habita ha sido edificada por albañiles profesionales que, a su vez,
han cumplido con las órdenes recibidas del capataz, quien ha interpretado
correctamente lo que decían los planos que dibujados por un arquitecto cuyos
conocimientos son suficientes, puesto que el profesor que le enseñó el cálculo
de estructuras no omitió nada fundamental… ¿Y cómo pensar el día en que alguien
muy querido atraviesa la puerta de un quirófano?
Y no hacerlo de este modo,
es decir, no poner por delante la confianza en la
sociedad, en sus estructuras, en sus engranajes y sobre todo en sus profesionales, sería
entrar en la locura, sería convertir la paranoia en parte de nuestro latido cotidiano.
A uno le da por barruntar,
que una de las consecuencias más nefastas de esta crisis, podría ser la elevación
del grado de desconfianza en los demás y en lo demás.
Los gestores públicos
(sobre todo los políticos) ya son seres de los que se duda por
principio, y según las encuestas son el primer problema para la ciudadanía. Los banqueros desde hace unos años son criminalizados por sistema
(y bien que se han ganado a pulso ese juicio de valor). La justicia cada día más se contempla como un elemento más al servicio de quienes tienen mucho dinero o mucha o influencia o ambas cosas...
Mejor no seguiré.
Esperemos que no se vaya más
allá, pues este virus de la desconfianza podría ser el peor de los virus que
nos inocule este maldito camino por el que transitamos, y del que, por cierto, la
salida no se atisba ni siquiera en lontananza.