Cómplices

Viernes, 1 de junio de 2012


No es que sea gravísimo, pero a uno le hubiera gustado aparecer en la sala de exposiciones de Santa María la Real de Nieva y poder gozar (nuevamente) de la obra de mi hermano; pero estamos en manos de la técnica más de lo que parece.
De pronto, deja de funcionar algo y cualquier plan se viene al traste. Nada vital en este caso. Ni tan siquiera se ha perdido la opción de visitar la exposición, pues hasta el día 1 de julio estará esperándonos.
Pero este contratiempo, me ha hecho reflexionar acerca de lo precario y frágil de nuestros planes. Cuanto más dependamos de la comodidad que suponen los elementos técnicos, crece el abanico de los riesgos.
Siempre se nos garantiza la fiabilidad de los sistemas. Nunca va a fallar nada, menos cuando falla… Puede haber un corte del suministro de la energía eléctrica. Puede averiarse el motor. Quizá haya sido un engranaje que no engancha adecuadamente… El caso es que el montacargas cuya misión era sacar del garaje al coche, ha decidido que hoy hacía mucho calor para seguir subiendo y bajando. Debe estar pidiendo a gritos una jubilación o algo por estilo, porque según nos cuentan lleva así varios días: algunas horas funciona, otras no…
Pero esto ha sido con el garaje, mañana puede ser con cualquier otra cosa: la nevera, Internet, el teléfono, los semáforos de la calle, la televisión, el terminal que lee la tarjeta de crédito con la que se pretende pagar algo, el cajero automático, el camión que trae los productos con los que se abastece un supermercado… A poco que se piense nuestra vida cada vez se monta más sobre la certeza del funcionamiento de otras cosas.
Quizá haya sido siempre así.
Quizá la confianza en el otro o en lo otro, ha sido una de las palancas fundamentales sobre las que ha pivotado el funcionamiento y avance de la sociedad humana. Por poner un ejemplo, uno supone —si no la ha construido con sus propias manos— que la casa en la que habita ha sido edificada por albañiles profesionales que, a su vez, han cumplido con las órdenes recibidas del capataz, quien ha interpretado correctamente lo que decían los planos que dibujados por un arquitecto cuyos conocimientos son suficientes, puesto que el profesor que le enseñó el cálculo de estructuras no omitió nada fundamental… ¿Y cómo pensar el día en que alguien muy querido atraviesa la puerta de un quirófano?
Y no hacerlo de este modo, es decir, no poner por delante la confianza en la sociedad, en sus estructuras, en sus engranajes y sobre todo en sus profesionales, sería entrar en la locura, sería convertir la paranoia en parte de nuestro latido cotidiano.
A uno le da por barruntar, que una de las consecuencias más nefastas de esta crisis, podría ser la elevación del grado de desconfianza en los demás y en lo demás.
Los gestores públicos (sobre todo los políticos) ya son seres de los que se duda por principio, y según las encuestas son el primer problema para la ciudadanía. Los banqueros desde hace unos años son criminalizados por sistema (y bien que se han ganado a pulso ese juicio de valor). La justicia cada día más se contempla como un elemento más al servicio de quienes tienen mucho dinero o mucha o influencia o ambas cosas...
Mejor no seguiré.
Esperemos que no se vaya más allá, pues este virus de la desconfianza podría ser el peor de los virus que nos inocule este maldito camino por el que transitamos, y del que, por cierto, la salida no se atisba ni siquiera en lontananza.