Cómplices

Jueves, 31 de mayo de 2012


¿Se podría repartir la luz del alba como gajos de naranja, para que su claridad de zumo dé a la vida su potencia, su sonrisa, su esperanza?
Quizá sí. Quizá aún sea posible. Está en nuestras manos. Pero para que las manos sean precisas, es necesario no olvidar que el amanecer llega tras la madrugada, que justo en el preciso instante en que la primera cuchillada de luz peina el horizonte, tiembla el aire, y se enfría como en un escalofrío.
Atravesar la noche es doloroso y tiene riesgos, pues los precipicios se convierten en peligrosas bocas invisibles, en cuyos fosos fétidos esperan nuestra carne hienas y buitres.
Quizá cuando asomemos al amanecer, muchos de nosotros habremos caído, o lleguemos maltrechos. Pero al fin la luz vencerá, la noche no será definitiva. Por mucho que de su boca sólo nazcan aullidos que nos amedrentan, alcanzaremos la meta.
Nos quieren vasallos, y en la entraña más honda de la madrugada parece que están próximos a conseguirlo; pero somos hombres libres. Quizá seamos pobres, quizá terminemos rodeados por la escasez y la miseria, pero somos hombres libres, y, además, podemos mirar al futuro con la mirada limpia de quien no tiene ataduras, más allá de los lazos que el corazón le haya anudado a los poros de la piel.
El amanecer será un reparto de gajos de luz, para que nos alimente su zumo de potencia, su sonrisa, su esperanza.