Hoy
se celebra el
día de Santiago. En realidad el día del peregrino, o quizá del peregrinaje.
Salir de uno mismo. Abandonarse al camino. Caminar y caminar para dejarse alcanzar por el misterio y la
verdad del sendero. Atreverse a dejar la (frágil) seguridad —al menos por unas
semanas— de la vida ordenada, previsible, monótona.
Buscar, como quien necesita
la salvación de su propio dolor y de su propia angustia.
La verdad está en el
camino.
Por eso escribir un poema,
tantas veces, es un peregrinaje al fondo de un territorio aún desconocido. Quien
escribe, de algún modo, peregrina, incluso quien como yo apenas abandona su
casa. Porque quien escribe, necesariamente, va dando pasos hacia alguna parte.
No sé los demás, pero en mi
caso no tengo ni idea de a dónde voy. Sé la dirección actual, pero mañana…
Miro detrás de mí y
compruebo los pasos caminados, y confirmo —con total convicción— que el paisaje
que hoy transito en nada se parece al de hace unos pocos años.
Ya que no salgo de casa, al
menos seguiré el peregrinaje que me ha tocado en suerte, o que he decidido.