Cómplices

Martes, 24 de julio de 2012


En ocasiones las contradicciones son sólo eso, contradicciones, cuya trascendencia es limitada. Si se producen en la esfera personal o en lo familiar, en la mayoría de los casos acabarán siendo anécdotas olvidables. Pero a medida que estas contradicciones surjan en ámbitos que afecten a más personas, la cuestión ya empieza a ser preocupante.
Hoy he escuchado las supuestas conclusiones a las que se ha llegado en la —pomposamente— llamada Mesa de Ordenación del Territorio, auspiciada por la Junta de Castilla y León. Se trata de reorganizar todo el territorio de la región más extensa de Europa, con una de las densidades de población más bajas del mundo y con el índice de envejecimiento mayor de Europa. Después de escuchar a cuatro o cinco personas que han comentado sobre lo allí debatido —tras ocho meses de trabajo—, llego a la conclusión de que pronto seremos el desierto más amplio de Europa. Parece, por lo que he deducido, que la única preocupación real es la de desorganizar las estructuras que ya existen para que quienes viven del cuento político, continúen viviendo de él.
Pero con ser gravísimo esto que digo, no es lo peor. Lo más grave es que tan sesudas operaciones destinadas —supuestamente— a revitalizar esta tierra que agoniza desde hace tanto, chocan frontalmente con las ideas —más brillantes aún— que emanan desde el Gobierno Central, algo así como una efervescencia  mística. Allí, en el Gobierno Central, se aboga por la desaparición inmediata de los municipios cuya población sea inferior a cinco mil habitantes. Esto, en Segovia, sería dejar cinco municipios de los hoy conocidos e inventarse otros (¿cuántos?) para agrupar (¿cómo?) a las setenta mil personas (más o menos) que se quedarían sin el municipio en que habitan.
La excusa es una auténtica falacia. La excusa se basa en el ahorro del dinero público, puesto que muchos ediles dejarían de cobrar sueldos. Alguien debería saber que a la inmensa mayoría de alcaldes y concejales de esta Provincia (y si digo el 80% quizá me quede corto) les cuesta algo de dinero su puesto.
Los alcaldes de estos pueblecitos nuestros no son los de las grandes aglomeraciones urbanas que se colocan soldadas de muchos miles de euros. Sería más sencillo, digo yo, que, al igual que en función del número de habitantes de un municipio, el consistorio está obligado a prestar y mantener una serie de servicios básicos, del mismo modo, digo, en función del número de habitantes y según el tiempo destinado a la gestión de los asuntos públicos se establezca una aportación económica al regidor de turno, que no necesariamente ha de ser un sueldo fijo.
Es decir, sería más fácil legislar sobre los estipendios de los representantes públicos, porque (y ésa es otra cuestión de la que se habla poco) deberían estar tasados por ley dichos emolumentos. Lo demás es poner a la zorra a cuidar el gallinero.
Y si hay quien no le parece proporcionado cobrar tan poco dinero por servir a su pueblo (cuando lo cobre), nadie le obliga a presentarse para la elección. Algún caso habrá, seguro; pero por lo que uno conoce de la zona rural y del modo de ser de sus gentes, siempre hay alguien que dedica muchas horas de su vida para que su pueblo no desaparezca, para que crezca incluso.
Acaso en muchas zonas de España no se entienda lo que digo; pero en Castilla, León, algunas zonas de la Castilla-La Mancha, el norte de Madrid, Aragón, Cantabria, Asturias, Galicia, Canarias y Baleares, saben de qué hablo y a lo que me refiero.
Quizá, como en tantas cosas, convendría acercarse más a la realidad y no legislar únicamente con números generales a la vista. Quizá convendría prever más variables y no medir a todo el mundo por el mismo rasero.
Quien legisla lo hace en la carrera de San Jerónimo, o en el Paseo de la Castellana o en las dependencias del Palacio de la Moncloa, y se olvida que una vivienda de Madrid tiene más habitantes que muchos de nuestros municipios. Es como si pensaran que las calles mayores de nuestros pueblos se asemejan a la Gran Vía.