Cada vez que entro en una librería,
me hago la misma reflexión que, por otra parte, he escrito en más de una ocasión:
ante la cantidad, variedad, novedad y calidad que se oferta en las mesas y
estanterías, me parece total y absolutamente milagroso que alguien se fije en
alguno de mis libros; y más milagroso aún que lo compren.
Esta tarde, aprovechando
las dudas de la tormenta, que aún se lo está pensando, me he acercado a la
librería donde deposité unos ejemplares de Oscurece
en Edimburgo y Versos como Carne con
ocasión de la pasada Feria del Libro de
Segovia.
[Resulta que, debido al modo en que organizan la Feria, la Asociación de Libreros recibe en depósito y exprofeso los libros que va a poner a la venta en la caseta de la Asociación de Libreros de Segovia. Es decir, no llevan allí los fondos que tienen en sus librerías.]
Han pasado ya varios días
desde que cerró esta edición, y, de pronto, he recordado que podía acercarme
hasta allí para recoger nuevamente los ejemplares.
Estaba convencido de que me
volvería a traer a casa los mismos libros. Iba, más o menos, como quien se
acerca a la estación a recoger a los hijos que acaban de regresar de unos días
en el campamento de verano.
Pero no, tal y como me ha
dicho B., uno de ellos ha decidido no volver a casa, ha decidido ocupar otra
estantería de otra vivienda, para que sean otras manos las que vayan pasando
sus manos, y sean otros ojos quienes vayan descubriendo las peripecias de
Sophie, Carlos Escobedo, Deborah Sullivan, Donaldson, Martin, Amy Joyce, Sapo…
Con un ejemplar más vendido
no nos vamos a enriquecer precisamente —y menos aún aplicado el descuento
correspondiente por tratarse de una feria—, se trata de otro tipo de ilusión;
quizá algo parecido a la satisfacción del deber cumplido.
En la librería había pocos
clientes. Una señora que se iba, otra que entraba, J., B. y yo mismo. Así que
era buen momento para los comentarios.
Parece ser que la joven
(pues se trataba de una mujer joven), no sabía qué escoger exactamente. B.,
para nuestra suerte, le ofreció uno de los ejemplares, y le comentó algo acerca
de la novela. Quizá que estaba escrita entre siete personas que se habían
conocido a través de Internet, quizá que uno de los autores era de esta ciudad. Quizá otra cosa. Quizá ambas... No sé exactamente. De lo que me he enterado bien ha sido de lo que muchacha le respondió:
‘Pues sí, me lo voy a llevar, porque hace tiempo que quería comprarlo’.
Otro milagro, otro enigma.
No he querido indagar más,
no vaya a romperse toda la magia; prefiero seguir viviendo en el misterio, y soñar.
Al fin y al cabo es
gratis.