Cómplices

Viernes, 27 de julio de 2012


Cada vez que entro en una librería, me hago la misma reflexión que, por otra parte, he escrito en más de una ocasión: ante la cantidad, variedad, novedad y calidad que se oferta en las mesas y estanterías, me parece total y absolutamente milagroso que alguien se fije en alguno de mis libros; y más milagroso aún que lo compren.
Esta tarde, aprovechando las dudas de la tormenta, que aún se lo está pensando, me he acercado a la librería donde deposité unos ejemplares de Oscurece en Edimburgo y Versos como Carne con ocasión de la pasada Feria del Libro de Segovia.
[Resulta que, debido al modo en que organizan la Feria, la Asociación de Libreros recibe en depósito y exprofeso los libros que va a poner a la venta en la caseta de la Asociación de Libreros de Segovia. Es decir, no llevan allí los fondos que tienen en sus librerías.]
Han pasado ya varios días desde que cerró esta edición, y, de pronto, he recordado que podía acercarme hasta allí para recoger nuevamente los ejemplares.
Estaba convencido de que me volvería a traer a casa los mismos libros. Iba, más o menos, como quien se acerca a la estación a recoger a los hijos que acaban de regresar de unos días en el campamento de verano.
Pero no, tal y como me ha dicho B., uno de ellos ha decidido no volver a casa, ha decidido ocupar otra estantería de otra vivienda, para que sean otras manos las que vayan pasando sus manos, y sean otros ojos quienes vayan descubriendo las peripecias de Sophie, Carlos Escobedo, Deborah Sullivan, Donaldson, Martin, Amy Joyce, Sapo…
Con un ejemplar más vendido no nos vamos a enriquecer precisamente —y menos aún aplicado el descuento correspondiente por tratarse de una feria—, se trata de otro tipo de ilusión; quizá algo parecido a la satisfacción del deber cumplido.
En la librería había pocos clientes. Una señora que se iba, otra que entraba, J., B. y yo mismo. Así que era buen momento para los comentarios.
Parece ser que la joven (pues se trataba de una mujer joven), no sabía qué escoger exactamente. B., para nuestra suerte, le ofreció uno de los ejemplares, y le comentó algo acerca de la novela. Quizá que estaba escrita entre siete personas que se habían conocido a través de Internet, quizá que uno de los autores era de esta ciudad. Quizá otra cosa. Quizá ambas... No sé exactamente. De lo que me he enterado bien ha sido de lo que muchacha le respondió: ‘Pues sí, me lo voy a llevar, porque hace tiempo que quería comprarlo’.
Otro milagro, otro enigma.
No he querido indagar más, no vaya a romperse toda la magia; prefiero seguir viviendo en el misterio, y soñar.
Al fin y al cabo es gratis.