Cómplices

Miércoles, 3 de octubre de 2012


¿Cuándo podrá uno huir en estas líneas de lo más inmediato, de este presente que, aunque se escape como un soplo, es una criatura feroz, hambrienta y abominable? No será tampoco en estos días…
Como siguen —y seguirán— esquilmando nuestros bolsillos, empiezan a necesitar, casi imperiosamente, amordazar nuestras bocas. Quienes ejercen el poder, además de empobrecernos, desean que seamos menos libres. En el fondo es lógico, puesto que pobreza y libertad (salvo en sociedades basadas en la resignación como ideal) son conceptos que casan mal. Sobre todo cuando en el itinerario del empobrecimiento (en el que nos encontramos cada vez más españoles), se contempla cómo ciertas fortunas se consolidan; cómo las prebendas continúan; cómo se criminaliza la protesta, mientras se continúa aplaudiendo y enriqueciendo a quienes nos condujo a esta situación.
Saben que somos más. Que esa mayoría silenciosa, cada vez es menos silenciosa y cada vez está menos dispuesta a que el yugo la aplaste, sobre todo cuando se observa que algunos —los de siempre— son capaces de justificar lo injustificable a cambio de no perder ni un ápice de sus beneficios. Necesitan, por tanto, silenciarnos.
Algunas declaraciones no están especialmente moduladas, aunque busquen la modulación y aunque parezca que nacen de modo casi irreflexivo. En las últimas décadas es habitual ejercer el gobierno usando la táctica del globo sonda. Las últimas palabras de la señora Cifuentes a RNE no son más que eso, y por tanto son cualquier cosa menos espontáneas. Es cierto que los políticos suelen hablar largo y vacío; pero hay excepciones. Por desgracia estas excepciones no suelen traer buenas noticias.
Según afirmación del Ministerio del Interior, hoy se desmiente lo ayer dicho. Pero ya se ha lanzado la idea. Ya empieza a resonar en algunas conciencias que, quizá, antes no se habían percatado de esa posibilidad. Es más, y a pesar del general revuelo en redes sociales y en medios de comunicación, en otros ámbitos sólo ha faltado aplaudir con las orejas, haciendo el pino, porque —según su modo de pensar— al fin el gobierno quiere sintonizar con sus tesis que confunden libertad con silencio, y beneficio de sus empresas con crecimiento económico.
Uno tiene la impresión de que siguen creyendo que esta sociedad es un juguete teledirigido con mando a distancia. Pudiera ser que en determinado estrato aún sea así, pero deberían saber que ya han pasado esos tiempos para la inmensa mayoría, por muy silenciosa que parezca. Soñar con que una velada amenaza pueda implicar un retroceso en determinadas actitudes de queja y reivindicación, es vivir muy lejos de la realidad, es desconocer el ritmo del latido del corazón de esta nación, es una provocación directa. Tener el poder de legislar, no autoriza a regular un orden injusto y contrario a los derechos fundamentales de las personas.
Efectivamente no es deseable que se repitan y se generalicen episodios de violencia. Es más, cualquier tipo de violencia es reprobable. Pero intentar modular derechos fundamentales suena a idioma funesto, suena a un primer paso que va preparando excusas en mentes totalitarias. Vengo sosteniendo que todo sucede no por mera casualidad. Para mí empieza a ser evidente lo que se pretende. Lo llevan bien tatuado en el código genético y no es la primera vez que sucede. Ni, a este paso, será la última. Parece el sino de España. Este país ha vivido demasiados siglos con el hondo convencimiento de que la libertad es la más peligrosa de las enfermedades que pueda sufrir una sociedad. Y, transidos de espíritu mesiánico, han rezado día y noche para que fuésemos una sociedad sana.
Si pretenden que se module el derecho de manifestación, a mí se me ocurre una solución que, a buen seguro, no será criticada por nadie: que la política piense en el ciudadano y en solucionar sus problemas, que las decisiones gubernamentales no agiten a la sociedad con medidas que atacan a los de siempre en su línea de flotación, mientras los más poderosos acrecen canonjías y beneficios sin ningún pudor o vergüenza, más aún, abrogándose el derecho a amonestar a sus pobres siervos.
[¿Amando, estás seguro de que nadie se opondría a esto que planteas…? Por favor, no seas iluso.]
Uno espera desde hace dos o tres años, por lo menos, medidas contundentes contra quienes han provocado la situación en la que estamos. Por el contrario, quienes se dedicaron a especular, a enriquecerse, a medrar y a hacernos creer que existían euros a cincuenta céntimos, siguen recibiendo caudales incontables, mientras quienes apenas gozamos de los atisbos de lo que podría llegar a ser el cacareado estado del bienestar, recibimos día a día zarpazos, agresiones, golpes continuos que acabarán —o eso pretenden— tumbándonos en la lona sin resuello, asfixiados. Es su táctica.
Repito, el mejor camino para evitar las alteraciones sociales, no está en la represión, sino en la justicia. Quizá no se pueda ahora repartir el beneficio de la prosperidad, de acuerdo, pero que, al menos, se reparta el esfuerzo para evitar la ruina.
[¿Amando, aún no te has enterado que el verdadero problema consiste en que no se puede consentir tanta igualdad social y económica? ¿Aún no sabes, pobre iluso, que parte del encanto de la riqueza es poder hacer gala de la exclusividad y elitismo?]