¿Cuándo podrá uno huir
en estas líneas de lo más inmediato, de este presente que, aunque se escape
como un soplo, es una criatura feroz, hambrienta y abominable? No será tampoco
en estos días…
Como siguen —y
seguirán— esquilmando nuestros bolsillos, empiezan a necesitar, casi
imperiosamente, amordazar nuestras bocas. Quienes ejercen el poder, además de empobrecernos,
desean que seamos menos libres. En el fondo es lógico, puesto que pobreza y
libertad (salvo en sociedades basadas en la resignación como ideal) son
conceptos que casan mal. Sobre todo cuando en el itinerario del empobrecimiento
(en el que nos encontramos cada vez más españoles), se contempla cómo ciertas
fortunas se consolidan; cómo las prebendas continúan; cómo se criminaliza la
protesta, mientras se continúa aplaudiendo y enriqueciendo a quienes nos
condujo a esta situación.
Saben que somos
más. Que esa mayoría silenciosa, cada vez es menos silenciosa y cada vez está
menos dispuesta a que el yugo la aplaste, sobre todo cuando se observa que
algunos —los de siempre— son capaces de justificar lo injustificable a cambio
de no perder ni un ápice de sus beneficios. Necesitan, por tanto, silenciarnos.
Algunas declaraciones
no están especialmente moduladas, aunque busquen la modulación y aunque parezca
que nacen de modo casi irreflexivo. En las últimas décadas es habitual ejercer el gobierno usando la táctica del globo sonda. Las últimas palabras de
la señora Cifuentes a RNE no son más que eso, y por tanto son cualquier cosa menos
espontáneas. Es cierto que los políticos suelen hablar largo y vacío; pero hay
excepciones. Por desgracia estas excepciones no suelen traer buenas noticias.
Según afirmación
del Ministerio del Interior, hoy se desmiente lo ayer dicho. Pero ya se ha
lanzado la idea. Ya empieza a resonar en algunas conciencias que, quizá, antes
no se habían percatado de esa posibilidad. Es más, y a pesar del general
revuelo en redes sociales y en medios de comunicación, en otros ámbitos sólo ha
faltado aplaudir con las orejas, haciendo el pino, porque —según su modo de
pensar— al fin el gobierno quiere sintonizar con sus tesis que confunden
libertad con silencio, y beneficio de sus empresas con crecimiento económico.
Uno tiene la
impresión de que siguen creyendo que esta sociedad es un juguete teledirigido
con mando a distancia. Pudiera ser que en determinado estrato aún sea así, pero
deberían saber que ya han pasado esos tiempos para la inmensa mayoría, por muy
silenciosa que parezca. Soñar con que una velada amenaza pueda implicar un
retroceso en determinadas actitudes de queja y reivindicación, es vivir muy
lejos de la realidad, es desconocer el ritmo del latido del corazón de esta
nación, es una provocación directa. Tener el poder de legislar, no autoriza a
regular un orden injusto y contrario a los derechos fundamentales de las
personas.
Efectivamente no
es deseable que se repitan y se generalicen episodios de violencia. Es más, cualquier tipo de violencia es reprobable. Pero intentar
modular derechos fundamentales suena a idioma funesto, suena a un primer paso
que va preparando excusas en mentes totalitarias. Vengo sosteniendo que todo
sucede no por mera casualidad. Para mí empieza a ser evidente lo que se
pretende. Lo llevan bien tatuado en el código genético y no es la primera vez que
sucede. Ni, a este paso, será la última. Parece el sino de España. Este país ha
vivido demasiados siglos con el hondo convencimiento de que la libertad es la más
peligrosa de las enfermedades que pueda sufrir una sociedad. Y, transidos de espíritu mesiánico, han rezado día y noche para que fuésemos una sociedad
sana.
Si pretenden
que se module el derecho de manifestación, a mí se me ocurre una solución que,
a buen seguro, no será criticada por nadie: que la política piense en el
ciudadano y en solucionar sus problemas, que las decisiones gubernamentales no
agiten a la sociedad con medidas que atacan a los de siempre en su línea de
flotación, mientras los más poderosos acrecen canonjías y beneficios sin ningún
pudor o vergüenza, más aún, abrogándose el derecho a amonestar a sus pobres
siervos.
[¿Amando, estás
seguro de que nadie se opondría a esto que planteas…? Por favor, no seas
iluso.]
Uno espera desde
hace dos o tres años, por lo menos, medidas contundentes contra quienes han
provocado la situación en la que estamos. Por el contrario, quienes se
dedicaron a especular, a enriquecerse, a medrar y a hacernos creer que existían
euros a cincuenta céntimos, siguen recibiendo caudales incontables, mientras
quienes apenas gozamos de los atisbos de lo que podría llegar a ser el cacareado
estado del bienestar, recibimos día a día zarpazos, agresiones, golpes continuos que acabarán
—o eso pretenden— tumbándonos en la lona sin resuello, asfixiados. Es su táctica.
Repito, el
mejor camino para evitar las alteraciones sociales, no está en la represión,
sino en la justicia. Quizá no se pueda ahora repartir el beneficio de la
prosperidad, de acuerdo, pero que, al menos, se reparta el esfuerzo para evitar
la ruina.
[¿Amando, aún
no te has enterado que el verdadero problema consiste en que no se puede
consentir tanta igualdad social y económica? ¿Aún no sabes, pobre iluso, que
parte del encanto de la riqueza es poder hacer gala de la exclusividad y
elitismo?]