En el
almanaque donde la leí, atribuían a la sabiduría china una frase que más o
menos decía: “La primera vez es una gracia, a partir de la segunda, obligación”.
A poco que se piense sobre ello, a poco que se repasen vivencias o
costumbres, se comprueba la razón de estas palabras, tan avaladas por la
experiencia.
Ocurre, sin embargo, que algunas ‘gracias’ se tornan ‘obligaciones’
gozosas que uno desea cumplir ardientemente. Uno las ha convertido en ‘obligaciones’,
sin que nadie se las haya impuesto, y desea normalmente ponerse a ellas cuanto
antes. Cuando sucede que las ‘obligaciones’ no encuentran el modo de
cumplirse, la desazón es muy similar al desasosiego que produce la culpa.
Todavía es pronto para rendirme este año; pero nunca he estado tan
cerca —desde 1995 en que empecé con esta costumbre— de no poder cumplir con la
‘obligación’ que nadie me impuso y tantos esperan…
*
Pero no sólo de mi fracaso puedo hablar hoy.
Hoy ser político en ejercicio y celebrar la Constitución es una
contradicción poco explicable, salvo que los fracasos cotidianos sean motivo de
celebración. Porque más que una celebración, nuestra Constitución necesitaría
de una reparación. Muchas voces se alzan promoviendo su modificación. No sé.
Quizá. Pero a mí, de entrada, me preocupa más que se cumpla. Que se cumpla en
su letra, sí, pero sobre todo en su espíritu. Que no sea traicionada y
prostituida con esta donosura y cinismo propio de los carroñeros.
Claro que ellos están allí porque entre todos les hemos aupado en
ese puesto, acaso con un gesto de cierta indiferencia o hastío.
Algunas veces el fracaso también es colectivo. Hoy este país anda
de celebración, pero más bien se trata de una festividad que este año produce
dolor conmemorar.
Si uno no ha estado nunca tan cerca de incumplir su costumbre
navideña, este país nunca ha estado tan lejos de su propia Constitución. Si
ella —la Constitución— pudiera personificarse de algún modo, lo más probable es
que intentara tomar un micrófono y alzar su voz rota, una voz como un costurón
sangrante y doloroso.
O ni siquiera.
No haría falta, porque ante nuestros ojos se estamparía la visión
desgarrada y sucia de aquello que sólo sirve como escudo y no como horizonte.
Uno —iluso hasta el extremo— había creído siempre que la
Constitución es una tarea, un horizonte en cuya dirección siempre ha de
orientarse la labor de quienes nos gobiernan. Sólo cuando se haya alcanzado ese
punto, cuando todo lo que se pretende sea carne de nuestra carne, entonces
podría ser el momento de invertir esfuerzo en modificarla. En estos últimos
tiempos hay demasiados horizontes que se han olvidado, mejor dicho, que nos han
cambiado por otros.
Cuando los servicios públicos esenciales de la sociedad se
privatizan, se está inoculando un cáncer acaso irremediable dentro de su
organismo; un organismo mucho más frágil de lo que a simple vista parece. Un
cáncer de división que puede desembocar en odio. (¿No ha soportado suficiente
dolor causado por el odio esta tierra?). Un cáncer que acabará afectando también
al título preliminar y al título I, por más que hoy todos se refieran a ellos. Que
pretendan convencernos de que es la realidad quien impone estas medidas como si
no hubiera carga ideológica en ellas, es una mera pose que algunos creerán,
pero no todos.
En estos movimientos que minan hasta su probable aniquilación la
educación pública, la sanidad pública, la justicia, la cultura, la ciencia y la
investigación… hay un afán inconfesable, pero, al mismo tiempo, evidente, de
favorecer negocios privados. Si uno se atreviese a escarbar un poquito,
probablemente encontrase algún otro deseo, éste sí menos evidente. Mientras
gobernar la nación (es decir, aplicar día por día la Constitución), no sea
sinónimo de pensar en los españoles más débiles y desprotegidos, mientras
gobernar no sea desvelarse para encontrar el modo en que puedan acrecer su
vigor y su protección, no se está cumpliendo con la Constitución, sino que se
está al servicio del enemigo.
Y esto es
viejo.
Se olvidó el
Estado del artículo 47. ¿Quién se acuerda hoy de que la vivienda era un derecho? En poco tiempo nos convencieron de que era objeto exclusivo de la
economía de mercado. Copio y pego lo que dice ese artículo. El subrayado,
claro, es mío:
Todos los
españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada.
Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las
normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la
utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la
especulación.
La comunidad
participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los entes
públicos.
¿Para qué
hablar entonces del artículo 35, que hoy tirita casi muerto cuando proclama que todos los españoles tenemos el deber de trabajar y el derecho a un trabajo? ¿Cuánto tiempo falta para que
acabemos teniendo la misma percepción sobre la salud, sobre la justicia, sobre
la educación, sobre la cultura…?
*
Para las gallinas —como todo el mundo sabe— es muy
peligroso ser cuidadas por la zorra. Ésta, con la habilidad propia de las de su
especie, tiene convencido a la mayoría del gallinero que cada día tiene que
elegir de entre una de ellas para que le sirva de alimento. De lo contrario,
algo terrible puede ocurrir, porque desde fuera alguien puede llegar a romper
la integridad del gallinero… O peor aún, hay gallos dentro del corral que
aspiran a crear el suyo propio, escindiéndose de la eterna casa común.
Y las gallinas, entre perplejas, sobrepasadas y asustadas, cada
noche se reúnen en tristísimo consejo para elegir quién de ellas, al siguiente
amanecer, se presentará ante las fauces de la zorra para ser devorada sin
compasión, aunque, eso sí, con el agradecimiento por los servicios prestados.
Entre tanto el corral se desmorona, las gallinas se miran con
menos confianza entre sí, algunas parecen más débiles y enfermas que hace un
tiempo, y otras —aparentemente sanas aún— se preguntan, mientras escarban el
suelo con sus picos en busca de algo de grano, quién de ellas, a la siguiente
mañana, será engalanada por sus hermanas para servir de alimento a la zorra,
ese ser que se desvela sin cejar en el empeño de salvar el corral de todos los
peligros que le acechan…