Cómplices

Domingo, 27 de enero de 2013

Ha caído la noche hace muchas horas. Pero hasta este momento no llega la calma, ese imprescindible silencio interior; o, al menos, la suficiente tranquilidad como para intentar escribir unas frases algo hiladas en este lugar que el que más transito últimamente. Lo cual, no sé si es bueno o malo, o simplemente es, y no conviene buscar más adjetivos.
Todavía en mi ánimo predomina el aroma de algo un poco irreal, algo que tiene los contornos difusos de algunas imágenes oníricas, pero que a uno le satisfacen en lo más profundo.
Haber conocido en estos días a personas magníficas, incrementando el número de las que uno va conociendo gracias a este laboreo, enriquece el corazón y la mente, lo que confirma, una vez más, lo que tantos cientos de veces anteriores he experimentado.
Fueron días, el miércoles y el jueves, especialmente adversos en lo meteorológico, pero con viento favorable para el corazón. Y al final es lo que verdaderamente cuenta y lo que en verdad ha de quedar en la memoria (como queda en la memoria el rescoldo del viejo aroma de la cocción del pan). Refrescar los encuentros con I. y M. fue el inicio de esta zambullida en los asuntos de la amistad —acaso los que más enriquecen y ennoblecen a la persona—. Conocer en persona a A. y a M. fue la segunda parte de estas jornadas. Sentirse arropado en la sala de la biblioteca por todos los que abandonaron la tranquilidad y la calidez de un hogar con la tarde-noche que se puso (bien metida en viento, nieve y frío), es el tercer capítulo… Y así podría seguir enumerando los apartados que se corresponden a las librerías, a la ciudad, a la comida, al paseo bajo la luna llena, todo ello a pesar de que la temperatura rozase los cero grados... No importa ninguna inclemencia, cuando otras cosas están en juego.
Venía, también, dispuesto a elevar mi queja por algunas cosas vistas y oídas en la prensa en estos días, pero creo que no me merezco este lamento; y menos aún, cuando uno ha tenido la fortuna de compartir unas horas con alguien que es capaz de emprender una aventura editorial y cuyo máximo afán no es sólo que se vendan y se difundan, sino que los libros que de ella dependan sean hermosos y con calidad (por dentro y por fuera). Si en otros asuntos de la realidad (quienes más cerca están del poder y sus resortes), se actuara de un modo similar, es probable que esta pesadilla colectiva que amenaza convertirse en tragedia, nunca hubiera sucedido.