Ha caído la noche hace muchas horas. Pero hasta este momento no llega la
calma, ese imprescindible silencio interior; o, al menos, la suficiente
tranquilidad como para intentar escribir unas frases algo hiladas en este lugar
que el que más transito últimamente. Lo cual, no sé si es bueno o malo, o
simplemente es, y no conviene buscar más adjetivos.
Todavía en mi ánimo predomina el aroma de algo un
poco irreal, algo que tiene los contornos difusos de algunas imágenes oníricas,
pero que a uno le satisfacen en lo más profundo.
Haber conocido en estos días a personas magníficas,
incrementando el número de las que uno va conociendo gracias a este laboreo,
enriquece el corazón y la mente, lo que confirma, una vez más, lo que tantos cientos
de veces anteriores he experimentado.
Fueron días, el miércoles y el jueves, especialmente adversos en
lo meteorológico, pero con viento favorable para el corazón. Y al final es lo
que verdaderamente cuenta y lo que en verdad ha de quedar en la memoria (como queda en la memoria el rescoldo del viejo aroma de la cocción del pan). Refrescar
los encuentros con I. y M. fue el inicio de esta zambullida en los asuntos de
la amistad —acaso los que más enriquecen y ennoblecen a la persona—. Conocer en
persona a A. y a M. fue la segunda parte de estas jornadas. Sentirse arropado
en la sala de la biblioteca por todos los que abandonaron la
tranquilidad y la calidez de un hogar con la tarde-noche que se puso (bien
metida en viento, nieve y frío), es el tercer capítulo… Y así podría seguir enumerando
los apartados que se corresponden a las librerías, a la ciudad, a la comida, al
paseo bajo la luna llena, todo ello a pesar de que la temperatura rozase los
cero grados... No importa ninguna inclemencia, cuando otras cosas están en
juego.
Venía, también, dispuesto a elevar mi queja por algunas cosas
vistas y oídas en la prensa en estos días, pero creo que no me merezco este
lamento; y menos aún, cuando uno ha tenido la fortuna de compartir unas horas
con alguien que es capaz de emprender una aventura editorial y cuyo máximo afán no es sólo que se vendan y se difundan, sino que los libros que de ella dependan sean hermosos y con calidad (por dentro
y por fuera). Si en otros asuntos de la realidad (quienes más cerca están del
poder y sus resortes), se actuara de un modo similar, es probable que esta
pesadilla colectiva que amenaza convertirse en tragedia, nunca hubiera
sucedido.