Provecho de una tarde sin valor: sentir cómo
la sombra se apodera de un espacio nacido para luz, y no encontrar remedio. Comprender
que los ojos no tienen por misión engendrar luz, tan sólo constatar el avance
imparable de la noche. Saberse pobre humano, sólo autorizado a dar testimonio
del progreso insaciable y de la impotencia definitiva. Comprender que la espora
del miedo al arraigar lo hace de modo perenne, imperecedero. Asumir que el final
forma parte de un ciclo. Clavar en la memoria los recuerdos que importan y
alimentan. Escuchar el murmurio del agua para que aparezca el ser humano y la
explicación muda del misterio. Rezar como los salmos besos de mariposa sobre flor:
el compendio preciso de la vida. Sólo arrullar las horas, no intentar derrotar
su rumbo…