Cómplices

Sábado, 12 de enero de 2013


Recibir tantas muestras de cariño es conseguir una carga de vitaminas extra que siempre agradece el corazón. Aunque uno se siente desbordado y no sabe muy bien cómo responder a ellas, porque en el fondo siempre piensa que son desmesuradas, las acoge con la satisfacción infinita con que los niños atesoran sonrisas, besos y carantoñas de sus padres y hermanos.
Probablemente sea la mejor muestra de sabiduría: recibir y acoger congratulaciones, parabienes, elogios, ánimos con el convencimiento de que son la mejor impedimenta para el viaje, y esperar a que den fruto; porque es seguro —siempre he creído en ello— que todo cuanto llega al interior crece, madura, florece y termina por dar su fruto.
A priori es difícil pronosticar qué seré capaz de dar con todo esto, pero tampoco conviene hacerse semejante pregunta, es mejor continuar con el afán y esperar. Sólo esperar.
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Estas cuestiones y la actividad que surge con motivo de la presentación de un libro, tienen muchas cosas positivas. La más importante, acaso, es la que acabo de citar; pero no es la única.
De repente, la incesante actividad consigue que las noticias de los periódicos o de las televisiones o de las radios —ésas que parecen tan fundamentales—, se alejan o incluso desaparecen.
Alguno quizá diga, y quizá no le falte razón, que el desconocimiento es fuente para el engaño y la manipulación. Ya, sí, vale… Pero uno respira más cómodamente y vive menos aturdido.
Aún así, algunas informaciones acaban por saltar esa distancia, por anularla del todo y llegan hasta mí.
¿Cómo huir del malestar que producen? ¿Cómo no elevar la voz en protesta y exigiendo un poco menos de cinismo o de injusticia?
Pero se ve que el mundo que algunos controlan en casi todos sus resortes, camina en otra dirección.
No está mal que alguien abandone una cárcel, si cumple los requisitos que para ello la ley exige. No, no está mal. Pero está muy mal, y es mucho más grave la nueva situación engendrada, cuando hay otros que, cumpliendo las mismas exigencias legalmente establecidas, no cuentan con el mismo trato. La injusticia se duplica, por así decir.
Es prostituir el lenguaje —actividad favorita de la mayoría de la clase política y dirigentes de cualquier sector—, no abandonar el poder de un partido, a pesar de haberlo proclamado a los cuatro vientos si se demostraba corrupción, porque en el momento en que se produjo el delito uno no estaba en la cúspide. Como si algunos hubieran estado alejados del poder toda la vida.
Es un latrocinio en toda regla desmantelar un servicio público, primero, y luego maniobrar para que con la prestación de ese servicio —siempre necesario, siempre rentable—, se enriquezca la empresa de la que uno cobra. Este acto agrava aún más su carácter repulsivo, cuando su objeto es la salud. Siempre me ha parecido inmoral la existencia de empresas que se dediquen a comerciar con la salud de las personas. Pero uno ha llegado a entender que puede haber factores que permitan la coexistencia de estas empresas junto con una sanidad pública potente y bastante eficaz en líneas generales, aunque todo siempre sea mejorable —incluso manifiestamente mejorable— y más en lo que a curar la enfermedad se refiere. Sin embargo, desmantelar lo que funciona con las falacias pseudo-económicas a las que nos tienen habituados, para enriquecer a otros —casualmente situados en la misma zona del palco— me parece alevoso. Lo sensatamente liberal sería competir con la sanidad pública a partir de lo que ya existe, y que luego, cada palo aguante su vela. Lo que es de políticos tercermundistas, arribistas de la gestión pública y peligrosos caciques es cargarse lo público, conseguir que mal-fucione o no funcione para que las empresas que se enriquecen y comercian con la salud arrojen salvavidas a precio de oro, a los que no todos pueden aspirar. ¿O es que no le cuesta mucho dinero a la sanidad pública el pago de análisis clínicos y otro tipo de pruebas ‘externalizadas’? El siguiente paso en la deducción es sencillo: como son pruebas caras, y la sanidad pública no puede permitirse semejantes dispendios, los pacientes han de financiar su coste, al menos en parte.
Estoy convencido de que esto no mejorará la asistencia sanitaria de nadie. Por el contrario, empeorará el de la mayoría; muchos quedarán fuera de cualquier cobertura —salvo gripes, anginas, gastroenteritis y esguinces de tobillo no muy graves—. Los que ahora —incluso en caso de grave enfermedad— confían su salud a compañías de seguros privadas, seguirán accediendo a tratos preferentes e inalcanzables para la mayoría de pobrecitos asegurados, cuyas pólizas cada año se incrementarán sin clemencia para alcanzar alguna cobertura decente. Lo único que va a mejorar son las cuentas de resultados de algunas empresas, cuyo resultado más visible será el reparto de dividendos más sustanciosos entre sus mayores accionistas.
En una economía libre de mercado, no todo es susceptible de entrar en el mercado.
Y yo hoy no quería hablar de estas cosas. No quería…