Cómplices

Jueves, 21 de febrero de 2013


A veces llega la pereza, no precisamente a cámara lenta, sino como un golpe repentino, casi como ese meteorito que el otro día cayó sobre el centro de Rusia.
En estos casos —no es la primera vez, ni será la última— me quedan dos opciones, o bien aplicarme un plan de disciplina que pase por encima de lo que me pide el organismo, o bien esperar, simplemente desconectar y dejar que poco a poco retornen las ganas. No forzar.
Leí en una encuesta que le hicieron a la escritora Care Santos que ella, siempre que escribe, tiene ante sí unos versos de Machado y que marcan su tarea:
Sabe esperar
aguarda que la marea fluya
así en la costa un barco
sin que el partir te inquiete
todo el que aguarda sabe
que la victoria es suya
porque la vida es larga
y el arte es un juguete
y si la vida es corta
y no llega la mar a tu galera
aguarda sin partir y, siempre, espera
que el arte es largo y, además, no importa.
Estoy en proceso de memorizarlo…
Entretanto, estoy leyendo libros amigos, y eso me alegra muchísimo.
Acabo de terminar Noa y los dioses del tiempo de Ana Joyanes. Ahora me esperan otras dos novelas Andamana, la reina mala de Marcos Alonso y La sonrisa robada de José Antonio Abella. Y seguiré disfrutando de los poemarios de Paloma, Sofía, Marisa, Laura, Fernando, Marcelo, los Idilios de JRJ… y lo que llegue, lo que vaya llegando.
Quizá la pereza sea sólo cuestión de hambre, y necesite alimentarme.
¿Quién sabe…?
O se trata simplemente de la necesidad de silencio, de sentarme, y saber esperar, aguardar a que fluya la marea…