Cuando el surco está en barbecho, el silencio se hace tiempo y expectación.
Las alondras o las cigüeñas o los gorriones miran y no ven; pero intuyen y
esperan.
En lo más hondo, bien adentro, sin embargo, una densidad de
ruido sin sonido aparente camina hacia la germinación. A veces alguien se
impacienta, porque el aspecto del terreno invita a pensar en la esterilidad o
en el vacío.
Y es que, en más ocasiones de las que parece, sólo los gusanos y
algunas criaturas invisibles y poco adecuadas a nuestro gusto —quizá demasiado
refinado— son los testigos del mágico instante en el que la aparente destrucción,
es el prólogo inevitable de la vida.