Cómplices

Sábado, 23 de febrero de 2013


Me produce un sentimiento parecido al de la impotencia y la tristeza comprender que tras tantas décadas, el clamor por la justicia siga siendo la opción esencial; este sentimiento crece hoy especialmente con más fuerza, cuando hace setenta y cuatro años y un día de la muerte de Machado en el destierro. Podrán haber cambiado las formas o los ritmos, pero estas alteraciones, acaso, no son más que otras vestiduras para cubrir el mismo grito. Me avergüenza y desazona pensar que el ejercicio de la conciencia cívica, ética y moral, haya que reivindicarse tantos años después, cuando aún arrastramos sobre el recuerdo la sangre vertida de la generación de nuestros abuelos. ¿Tan efímera, frágil y torpe es nuestra memoria?
La mayoría de las veces tengo la sensación de que el efecto más pernicioso del ejercicio del poder es el alejamiento de la realidad. Peor aún, la percepción engañosa de la realidad, no sé si manipuladora. Viven a la espalda de los ciudadanos y de sus verdaderos problemas.
Ante tanta torpeza y tropelía uno no sabe si son ciegos o son filibusteros a quienes no les importaría llenar los caminos de cadáveres o espíritus errantes.
Quienes transitan y actúan dentro de las esferas del poder, nos dicen con machaconería sospechosa que lo hacen con la encomienda de servir a los intereses generales; sin embargo, y con el paso del tiempo, nos han convertido en sus servidores, y su verdadero objetivo es favorecerse a sí mismos y a ciertos grupos a quienes deben mucho y a los que están muy agradecidos.
Se han adueñado del significado de algunas palabras, y, tras extirpar su contenido inicial, las utilizan y monopolizan a su antojo y según su conveniencia, tornándolas adúlteras de sí mismas. Es muy triste llegar a la conclusión de que uno tiene que reconquistar lo que siempre ha sido suyo. ¿Cómo se puede llamar democracia a un sistema en que sólo las decisiones de las ejecutivas de los partidos políticos —inaccesibles para el común de la ciudadanía— pueden pasar algunas veces a rango de norma?
Pero quizá sea más triste aún comprender que, en realidad, el espejismo era el nuestro, descubrir ahora, en la escasez, que, en realidad, sólo nos habían permitido asomarnos a través de un gran ventanal, pero que nunca habíamos estado dentro.
Uno tiene la impresión de que la respuesta al sufrimiento de tantas personas es provocarles más sufrimiento. Es como si no vieran la angustia en la que cada día viven más y más personas. Y si lo ven, es aún peor, porque no actúan en consecuencia, sino todo lo contrario, con notoria indiferencia, como si vieran a extraños y no compatriotas…, ¿o el significado compatriota sólo puede ser usado a partir de cierto número de dígitos en alguna(s) cuenta(s) (nada) corriente(s)?
Han convertido el noble ejercicio de la política, en una torpe gimnasia contable, cuya máxima pirueta consiste en engordar sus propias cuentas o las de sus afines o las de sus acreedores.
Me quedo aún más perplejo con todo esto, porque los partidos políticos también son impermeables a la ansiedad de la ciudadanía. Creía que estas organizaciones se nutrían de personas que no están todo el día en su torre de marfil. A la vista de todos los últimos acontecimientos que tanto me avergüenzan, intuyo que el mecanismo para prostituir las buenas voluntades iniciales consiste sencillamente en jugar con la ambición, esa cualidad humana que con tanta facilidad se convierte en perversión por esta parte del mundo. De pronto, y ante las prebendas obtenidas o que se pueden obtener, el engranaje que interesa mejorar, engrasar y cuidar en cualquier partido y las ventanas a través de las cuales les llega luz, nada tiene que ver con el afán cotidiano de las personas, sino sólo con mantenerse vivos a toda costa para alcanzar ese poder que les permitirá seguir creciendo y engordando. Y entonces, con pavor, hemos descubierto que estas organizaciones son herramientas que atacan y se vuelven contra quienes supuestamente deberíamos manejarlas. Se ha pervertido tanto el sistema, que el herrero se ha tornado yunque sobre el que percuten sin misericordia todos los golpes, todos y cada uno de los golpes.
Sin embargo, y a pesar de las apariencias, tengo la conciencia de que ni todo está perdido, ni se ha llegado aún al punto sin retorno. Aún algunas cosas dependen de nuestras propias manos y salvo que pretendan la autoinmolación del sistema —lo que a veces también pienso, pero esta idea la quiero archivar en el territorio de las pesadillas imposibles—, ha de llegar un momento en que detengan esta espiral vertiginosa hacia el terror y la angustia, hacia el abismo sin horizonte. Tendrán que darse cuenta en algún momento, y quizá hoy pueda ser un buen día, que sin nosotros —o sólo con nuestra pobreza y sufrimiento— todo aquello que les permite su desmesurado lujo y su desmedido poder, desaparecerá y acabarán, como nosotros, cayendo por el mismo abismo sin horizonte, salvo el de ser nicho de nuestros cadáveres.