A uno le llenan de alegría esas palabras que empiezan a llegar, como
respuesta al poemario. Son, claro, palabras de amigas y amigos que, imantadas
por el cariño, tienden a la exageración. En mitad del desasosiego, siento que, efectivamente, mis versos
no son más que la expresión de una realidad común y compartida por la mayoría. Se trata de una sensación extraña, porque sentir alegría dentro del dolor
alarga mi perplejidad, como se alarga la sombra en el ocaso del verano.